Fernando J. Cabañas

OLCADERRANTE

Fernando J. Cabañas


¿Consuelo?

22/04/2024

Conservo libros antiguos, algunos editados a lo largo del XVIII o XIX, a los que en la mejor de las ocasiones he acudido para disfrutarlos con mis dedos y mirada así como, en algún caso, regodearme sabiendo que poseo verdaderos tesoros. Me llegaron por vía afectiva, hace décadas, pero desconozco quien fue el primero que los adquirió antes de que me los legasen. Cuento, en mi colección de fotos, con algunas muy pequeñas, con bordes dentados y algún deterioro; otras, color sepia, muestran a alguno de mis antepasados en escenarios que no identifico. Algunas más, con décadas de vida a sus espaldas, presentan marcas de haber estado dobladas y, lo que es peor, con personas que sé que pertenecieron a mi familia pero de las cuales desconozco casi todo, no siendo capaz ni tan siquiera de identificar el parentesco que nos unió.

En un lugar privilegiado de mi casa guardo una Virgen, no sé si antigua o vieja, cuya historia y orígenes, vinculados a un familiar muy querido por mí fallecido hace medio siglo, prácticamente desconozco. De vez en cuando la miro, acaricio y observo en ella detalles que cada vez me sorprenden más que la vez anterior, antes de dejarla en su lugar, cerca de otras antiguallas que un día fueron de mis padres o abuelos, pero que se remontan a antepasados que a su vez se los transmitieron a ellos, no con el carácter de tesoro familiar con el que yo los recibí, sino como herramientas con las que afrontar su, por entonces, vida inmediata.

Pasa el tiempo y mis sentimientos se «acrecientan», lo que me genera desvelo. Y es que, junto a ese orgullo que desde siempre he sentido al poseer estas joyitas, se une mi creciente pesar al desconocer, ya no los orígenes de esos enseres, sino más aun características básicas de quiénes fueron mis abuelos, mis tíos-abuelos, mis bisabuelos… esos que un día debieron vivir una vida tan singular como la de cualquiera y que hoy son absolutamente desconocidos para cualquier persona que hoy puebla este planeta, incluido yo mismo. Y sin hacer ejercicio alguno de suprema inteligencia, pues no la poseo, sé o intuyo que dentro de 80 o 100 años aquellas personas que tendrán entonces entre sus manos mis libros, discos, fotografías, pianos… que con tanta ilusión he comprado en vida, no sabrán de mí ni mi nombre. Mal de muchos...

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