Estamos acostumbrados a los cuentos de Navidad, fantásticos, de terror, de hadas. Incluso a los cuentos políticos, epítome de los anteriores, y a Dios gracias aparcados unos días por vacaciones, pero no tanto a los cuentos de Semana Santa.
En unos días llamados por frío, lluvia y aire más a recogerse que al recogimiento, se han suspendido muchas procesiones en España y algunas en Toledo.
Pero con todo, este Viernes Santo, después de muchos años, volvió a salir el paso de la Coronación de Espinas desde la iglesia del Salvador, dependiente de la parroquia de Santo Tomé, gracias a la cofradía del Cristo del Calvario y María Santísima del Rosario.
Conocida como el Cristo de la Humildad, es una talla del toledano Eugenio López Durango, arquitecto, escultor, pintor, que llegó a maestro mayor de la catedral de Toledo y persona de confianza del cardenal Lorenzana en su empeño por renovar el templo, dejando su impronta en la remodelación de las tres portadas del Reloj, Perdón y Leones de la dives toledana. La primera imagen de la cofradía de la Humildad se remonta a 1606 que, para protegerse de la proverbial iconoclastia francesa, se refugió tras la guerra de la Independencia en Santo Tomé.
Esta imagen ha vuelto a las calles gracias al empeño e iniciativa de un grupo de chavales y chavalas toledanos que, de la sabia mano de la presidenta de la cofradía, han porfiado para que todos podamos disfrutarla.
Unos jóvenes que se han unido con un propósito común sacando tiempo para juntarse, entrenar y cuidar los mínimos detalles para que todo saliera bien. Desde acompasarse hasta acomodar calzas y almohadillas para equiparar esfuerzos y sacrificios.
Tras tanto trampantojo de likes hueros, tiktoks insustanciales, charlas y cursos ¿motivacionales y paritarios? subvencionados planos y aburridos, y soledades y solitudes abrumadoras, por muy compartidas que nos las vendan, da gusto ver como la Fe en Dios, en el dios de las pequeñas cosas, del compañerismo, del trabajo bien hecho, la amistad verdadera, propósito, ilusión, empeño compartido, o como cada cual queramos, nos atrevamos y/o podamos denominarlo e interiorizarlo, da sus frutos.
Es emocionante verlos procesionar, sentirse y hacernos sentir parte de algo, cuidar los mínimos detalles, preocuparse por sus compañeros, sonreír discretos, orgullosos y emocionados ante el guiño cómplice de un ser querido, llegar a la meta y contemplar a su capataz de diecisiete años parar en un momento álgido para decir:
"Señores, que lo hemos conseguido, muchas gracias a todos, porque sois una cuadrilla de gente con fuerza, con valentía, porque con lo jóvenes que somos hemos sacado esto adelante, hemos salido, hemos disfrutado y hemos hecho que la gente disfrute, sois muy grandes de verdad, venga, un último esfuerzo, todos por igual, de frente".
A estos los quiero yo en mi trabajo, en mi vida, en mi equipo, paso a paso, mandando, templando, arrimando el hombro, haciéndome mejor persona y enseñándome que la esperanza nunca debe ser lo último que se pierde sino lo primero que se construye.