¿Cuánto tiempo llevábamos sin vivir una tarde así? Uno de los cimientos sobre los que Maximino Pérez ha construido el milagro de Cuenca han sido los buenos resultados en el ruedo. Triunfalismo en la arena y en los tendidos... En algunas ocasiones excesivo. Pero la realidad es que durante mucho tiempo la afición conquense acudía a su plaza de toros a disfrutar. En el sentido más amplio de la palabra. Ese ha sido el común denominador por línea general. Ahora bien, tardes únicas de esas que permanecen en la retina para siempre se cuentan con los dedos de una mano. El que lleva varios años sentándose en la piedra puede rememorar, por ejemplo, los reventones taquilleros de las corridas monstruo de 2013 y 2018 o la eterna tarde de José Tomás en 2008. Son hitos de la Cuenca taurina más reciente. Páginas doradas de una tauromaquia inmortal en el coso del Paseo de Chicuelo II.
A eso que llaman los anales de la historia hay que añadir desde ya mismo tres nombres más: Emilio de Justo, Pablo Aguado y Rehuelga. Cuenca vivió en la tercera del abono una de las experiencias más mágicas que uno puede sentir en una plaza de toros. Algo inefable. Solo entendible si se ha estado allí. Dos toros de bandera, Lumbrero y Callejón, éste último susceptible de ser indultado. Fue bravo en la vara que se le suministró y lo fue absolutamente todo en la muleta (en esta misma plaza se le ha perdonado la vida a animales de menor condición). Más allá de ésta, la polémica de la feria, con esas dos pinturas santacolomeñas bordaron el toreo –cada uno a su manera– dos auténticos genios. De Justo es verdad, ortodoxia y pureza. Aguado es naturalidad, torería y sevillanía. Y todo eso lo fueron en Cuenca en dos parlamentos intensísimos. Lo dicho, difíciles de describir con palabras.
Ésta fue la punta de lanza de un serial que fue de menos a más, en tanto y cuanto el nivel ganadero fue creciendo con el paso de los días. De la apertura destacamos a ese ciclón de la naturaleza que es Roca Rey. Su tauromaquia gusta a muchos aficionados y con ella por bandera es un rodillo que tritura todo lo que pilla. Talavante, sin embargo, está que no está. Su regreso está resultando, como poco, irregular y en territorio conquense desembarcó con esas guadianescas vibraciones. Ahora bien, dejó un par de naturales y un cambio de mano que, personalmente, me valieron más que las dos faenas del peruano. Pero no me hagan caso, que soy muy raro...
Otro motivo para sonreír fue Tomás Rufo. El toledano evidenció el momento de claridad y contundencia por el que atraviesa. Sus formas le avalan. Quiere hacer el toreo fundamental dándole valor, y se agradece. No todos los jóvenes tiran por ese pedregoso camino cuando la moda es copiar vicios y defectos al calor de los modernismos. Manzanares pichó el mejor lote de José Vázquez, y entre ellos un Ilógico que salvó la honra del ganadero, que estaba ante su particular match ball. Salvó la papeleta, sin más.
En el capítulo de rejones, nada nuevo bajo el sol. Diego Ventura está en otra dimensión. Entre él y el resto del escalafón no es que haya varios escalones de diferencia, es que parece que hacen cosas totalmente distintas.
Y para terminar, una serie de apuntes rápidos: Uno, la estructura de cuatro festejos funciona bien; a corto y medio plazo, tal y como están las cosas, es una coherente y conservadora estrategia. Dos, buena respuesta del público, aunque quizás no al nivel de la cartelería... Ahora bien, tal y como está la vida, un milagro me parecen las notables entradas que ha habido. Y tres, el empresario barrunta de cara al año que viene una nueva idea con la que 'conectar' con el público más joven. Si la montaña no va a Mahoma, Mahoma va a la montaña. Ya veremos.