Una hermosa ciudad con elementos de otros lugares

José Luis Muñoz
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Una hermosa ciudad con elementos de otros lugares

Oímos y leemos, en ocasiones, cómo voces aparentemente autorizadas y conocedoras de lo que llevan entre manos hablan o escriben sobre los elementos ornamentales que cubren los edificios nobles de las calles de Cuenca, dando por hecho que siempre han estado ahí para ser reflejo actualizado y visible de una historia asentada en un pasado brillante, en el que había lustrosas familias que construían hermosas residencias palaciales en las que implantaban portadas, escudos y rejas, que ahora vienen a ser factores de un atractivo decorado urbano. La memoria de los seres humanos es frágil y tiende a olvidar lo que no le interesa recordar. En el caso de quienes hablan alegremente de cómo son y qué hay de interesante en las calles de Cuenca o bien ignoran lo que pasó o realmente lo han olvidado.

Por supuesto, se conservan tal como estaban muchos de esos elementos pero otros son implantaciones relativamente modernas, traídas de otros lugares durante la intensa campaña de recuperación del casco antiguo en las décadas de los años 50 y 60 del pasado siglo. Porque Cuenca, recordemos, estaba literalmente arrasada, en un estado ruinoso perceptible con toda claridad en las numerosas fotografías que de entonces se conservan. Por citar un ejemplo concreto, la hoy muy paseada Ronda de Julián Romero era un callejón infecto, intransitable, ocupado por gorrineras y construcciones ruinosas. Vuelvo a expresar aquí, como ya he hecho en otras ocasiones, respeto y admiración por los concejales que llevaron a cabo aquella delicada operación. Como entonces escribió uno de mis antecesores periodistas, Eduardo Bort Carbó, «todo se ganó a las basuras, los vertederos, las porquerizas, los gallineros, los tendederos de ropa y los corrales. Nada era de nadie y por eso nadie tampoco se opuso a una expropiación que en nada les perjudicaba. La calle quedó perfectamente definida».

Es imposible reproducir aquí la larga lista de lugares de procedencia de rejas y escudos que se colocaron en las recuperadas calles del casco antiguo de Cuenca. El Ayuntamiento las compró en Villalgordo del Marquesado, Bonilla, Cañada del Hoyo, Iniesta, Almodóvar del Pinar, La Frontera, Huélamo, El Peral, Alcázar del Rey y otros pueblos que estaban sufriendo ya el proceso de la despoblación y abandono de viviendas. Y también se trasplantaron algunas de la propia ciudad, como las que había en la Real Fábrica de Tapices y otras procedentes de la reforma del convento de la Merced. Entre los escudos implantados son especialmente llamativos el del obispo García de Galarza, colocado en la subida de la Escalinata de la Madre de Dios y procedente de su casa natal, en Bonilla y el hermosísimo del convento del Rosal, de Priego, que está colocado casi al final de la calle de San Pedro, en la acera de la derecha. Más difícil parece localizar el origen de las numerosas rejas que entonces se colocaron, porque me temo que no se hizo (o no se conserva) un adecuado inventario que pudiera facilitar su localización.

Más asequibles de conocimiento son las portadas traídas igualmente del exterior y que merecen una pequeña placa de identificación que ayude, justamente, a conservar la memoria histórica sobre sus orígenes. Hay una, muy llamativa, en el inicio de la calle de San Pedro, frente a la iglesia de San Pantaleón, que procede de un convento de Valdeolivas; en otro convento, pero en Valera de Abajo, estaba la portada que ahora sirve de acceso al Colegio de Arquitectos, en el inicio de la Subida a San Martín, junto al Paseo del Huécar. Y queda una más, cuya imagen, antigua y actual, he elegido para ilustrar este artículo. Se trata de la que estuvo en el ahora totalmente derruido palacio de los condes de la Ventosa, en Villarejo de la Peñuela y que sirve de ornamento para el edificio de ampliación del Museo de Arte Abstracto.

La construcción original procede de finales del siglo XVI cuando el señor del lugar, Fernando Ribera dedicó a este objetivo la amplia parcela en que estaba la vivienda anterior, muy cerca de la iglesia parroquial. La fábrica era de sillería, con dos plantas en altura, un elegante patio central y torretas en los ángulos de la fachada principal, en las que situó un par de culebrinas defensivas. En el flanco derecho había un jardín que se comunicaba con el edificio principal a través de un arco de medio punto. En otro ángulo estaba la capilla y el conjunto edificado vino a ser un excelente ejemplo de la arquitectura renacentista que se estaba implantando en Castilla.

A partir del siglo XVIII, extinguido el señorío de Villarejo, el palacio entrará en un proceso de abandono que le acercará a la ruina. Su último dueño, el duque del Infantado, aceptó en 1978 la petición de ceder la portada, milagrosa y felizmente en pie, para su implantación definitiva en la ampliación del Museo de Arte Abstracto de Cuenca, donde se puede admirar. Consta de dos columnas estriadas de orden jónico situadas a ambos lados de la puerta y enlazadas en la parte superior por una elegante cornisa sobre la que se abre un ventanal adintelado. Está elaborada con piedra natural del país, en la que apenas si se aprecia un leve deterioro. En las metopas de la cornisa aparece, como detalle de coquetería que contrasta con la clásica estructura principal, leones rampantes (símbolo de los Coello) y castillos alternándose. A esta elegante portada solo le falta un detalle: una pequeña plaquita en la que se de cuenta de dónde procede. Y de paso, si se quiere, podría quitarse la que dice Casa del Rey, que es una solemne tontería.