Nos lo ha recordado el pintor Jesús Mateo, que hace diez años fallecía uno de los más grandes pintores conquenses, Miguel Zapata, nacido en Cuenca en 1940 y fallecido en Madrid en febrero de 2014. Dice el autor de las pinturas murales de Alarcón que «la sombra del olvido de la tierra que lo vio crecer se ha ido extendiendo de manera inexorable a lo largo de este tiempo. La maquinaria municipal, donde se incuban celebraciones, homenajes y aniversarios de toda índole, parece haber olvidado a uno de los más notables creadores plásticos de las últimas décadas del siglo XX acunado entre nosotros».
Lo cierto es que Miguel Zapata triunfó de veras, rotundamente en el mundo del arte, de la pintura, de la escultura, del dibujo, ensayando todos los géneros artísticos, poniéndolos al servicio de su gran vocación.
Zapata siempre sintió desde niño una clara inclinación hacia el arte, y aunque su padre lo dirigió hacia la abogacía, después de estudiar Derecho, constató que no era su auténtico camino. En la capital de España y tras abandonar sus estudios, se encaminó totalmente hacia el arte, comenzando a ganarse la vida dentro de una cierta bohemia, pintando retratos y destacando ya con sus pinturas sobre caballete.
Dejó Madrid para vivir y trabajar en San Sebastián; en Barcelona, donde vivió en una comuna de artistas y, finalmente, en París, para trabajar diseñando vestuario y decorados teatrales. Volvió de nuevo a España donde estudió Medicina, teniendo que abandonar de nuevo los estudios por problemas políticos… Regresó a Cuenca en 1972 para definitivamente centrarse con rotundidad y profundidad en la pintura y escultura.
Conquense y universal. El estilo y la obra zapatiana fue apreciado y valorado por todos los críticos y conocedores del arte contemporáneo, tanto de España como de EEUU, donde su obra y presencia fueron muy queridos y valorados debido a la honestidad del artista y su rigurosa y exhaustiva preparación icónica, reflejada en muchas de sus obras pictóricas y escultóricas. Miguel Zapata supo, como nadie en el mundo de la pintura, sustanciar en sus cuadros la tradición medieval y la agresiva vanguardia…
En palabras del periodista y escritor conquense Florencio Martínez Ruiz, que siguió muy de cerca la trayectoria de nuestro recordado genio de la pintura y que escribió varios artículos de sus exposiciones y obras situadas en Cuenca: «Hay que poner al día, no sólo la información sobre Miguel Zapata, sino también sobre la crítica de su obra». Aceptemos de entrada –todavía la opinión de un director del Museo Edwin A. Ulricht se cotiza mucho– esa visión a cargo de Donald E. Knaub desde 'una perspectiva americana', por lo que tiene de distinto ángulo de interpretación y aún de integración de lenguajes y técnicas. Más no nos engañemos. A Zapata hay que contemplarlo todo entero, refractando sus dos mundos, clásico y vanguardista, apolíneo y dionisiaco, figurativo y expresionista, pues esa y no otra es su aportación a la pintura contemporánea que pocos artistas habían hecho hasta ahora. La gran antológica presentada en el Convento de Carmelitas, con 86 cuadros, permite en una ocasión única recibir el mensaje zapatiano en su espacio natural, puesto que, dígase lo que se quiera, Cuenca fue arrebatada por la pupila del pintor y algo de su suntuoso e histórico 'elan' sobrevuela y se agarra a estos magistrales lienzos.
La obra de Zapata se hizo universal en el momento que sus obras comenzaron a 'versionear' de forma espectacular el legado clásico y renacentista, logrando puertas, frisos, estatuas y sepulcros llenos de naturalidad y limpieza original que viajaron por el mundo para ser expuestos en América, Asía, Europa…
Zapata, que se marchó a Tejas en los años ochenta del pasado siglo y donde su obra alcanzó un reconocimiento y valor altísimos, nunca olvidó a Cuenca y lo conquense, desde el dibujo del croquis de la Ciudad Encantada que le encargase su profesor Joaquín Rojas, hasta el monumento al rey Alfonso VIII o su 'Portone' de El Salvador, una escultura del belmonteño Fray Luis u otra estatua del rey castellano a caballo… Estas obras representan claramente la genialidad e inspiración de Zapata hacia lo que simboliza en parte lo conquense, la reconquista y la Semana Santa. El monumento al rey castellano que tomó la ciudad a los moros quedó situado en uno de los vértices de los jardines de la Diputación donde el escultor primó la idea de dignidad en el rey vencedor y en el caudillo vencido, cuando el alcaide almohade entrega las llaves de la ciudad al rey Alfonso VIII.
La Puerta o El 'Portone' de El Salvador es uno de los puntos de referencia más significativos en el arte religioso contemporáneo de nuestra ciudad. La hermandad de Jesús Nazareno acertó de lleno al encargar a Zapata la obra, en la que el genial artista dio un aire sólido y vanguardista a un insólito y a la vez tradicional retablo que sirve como arco de entrada a las procesiones y desfiles de la Semana Santa.