Mencionar el apellido Aguilar en esta ciudad es hablar de corcheas, acordes, pentagramas, diapasones, partituras, pasodobles taurinos y marchas nazarenas. No en vano, el apellido Aguilar ostenta la batuta de la Banda Municipal de Música desde hace casi 20 años. En definitiva, toda una institución en la ciudad. Por eso no es de extrañar que dos astillas de ese palo, Juan y José, sigan su mismo camino. La doble 'J', a pesar de su precocidad, promete. Y mucho.
El mayor, Juan, cuenta 18 primaveras y es pianista. El pequeño, José, tiene tres años menos y su instrumento es el saxofón. Aparentemente, son como la noche y el día o el blanco y el negro. Cada uno tiene una personalidad bien distinta, y es que la calma de Juan se convierte en la espontaneidad de José. Sin embargo, los dos comparten una pasión común: la música.
A ella están acostumbrados desde que vinieron al mundo. En casa, advierten, «nunca ha faltado la música... y de todos los tipos». Les entró por el oído y ahora la llevan en vena. Muy pronto empezaron a interpretarla con diferentes instrumentos hasta que encontraron la horma de su zapato: el piano y el saxofón. Además de las de papá y mamá –que también contribuye lo suyo– Juan y José reciben lecciones en el Conservatorio desde una edad muy temprana. José, además, recibió clase de Pepe Mencías, al que recuerda con cariño.
El mayor de los hermanos ofrece conciertos de gran nivel y también forma parte de un grupo, Dolly Rose, que actúa en todo tipo de eventos. El pequeño, por su parte, es miembro de la Banda Municipal desde 2020, a la que accedió con apenas 12 años, aunque «con la pandemia no lo pude disfrutar hasta el año pasado». Esta pareja de ases siente algo «muy especial» cuando entre sus manos tienen las teclas del piano o las llaves del saxofón. «Me relajo, desconecto la mente, no pienso ni lo que tengo que tocar», resalta Juan, a lo que José añade: «Antes de tocar me pongo muy nervioso, pero nada más que empiezo me olvido de todo y me evado».
«Lo más bonito», de hecho, es lo que generan en aquellos que les escuchan, más incluso que su disfrute personal. Con una sonrisa de oreja a oreja, José reconoce que le encanta ver cómo se emocionan sus abuelos cuando le ven tocar. Sus padres también lo hacen, aunque claro, el maestro Aguilar siempre está al quite para corregir cualquier imperfección de sus dos vástagos. Por minúscula que pueda parecer. Con la chispa que le caracteriza, José se sumerge en una carcajada infinita y, de broma, exclama: «¡No lo aguanto!». Aunque, eso sí, son conscientes de que lo hace «para sacar lo mejor de nosotros» y, en el fondo, lo agradecen. Y es que la música es «muy sacrificada», exige muchas horas de trabajo, estudio y formación. Además de las 14 semanales que emplean en el Conservatorio, en casa las lecciones se multiplican. Sarna con gusto no pica, y es que «todo es poco» para lucir con «orgullo y responsabilidad», eso sí, el apellido Aguilar, que no es cualquier cosa.
Los hermanos vienen de atesorar sendos premios en un concurso del Conservatorio de Música Pedro Aranaz. En el certamen de solistas, José quedó primero y Juan tercero, que también sumó otra medalla de bronce en el de música de cámara. Con la humildad por bandera, apuntan que la música ya les ha dado alguna alegría más en forma de galardones, a pesar de su apabullante juventud.
Y de esta forma, dejan fluir sus sueños. A Juan, un enamorado de Frédéric Chopin, le encantaría recorrer el mundo de concierto en concierto con una orquesta. A José, que tiene a Pedro Iturralde como referente, le gustaría ser solista de la filarmónica de Viena y componer bandas sonoras para películas. Viendo la progresión que llevan, todo se andará. Lo llevan dentro. De casta le viene al galgo...