José María Lillo (Cuenca, 1956) tiene una forma peculiar de mirar a los árboles, que traduce en pinturas de gran tamaño. No es un capricho, busca que el espectador se enfrente a la obra como lo hace a un árbol en la naturaleza, de tú a tú. Lillo, doctor en Bellas Artes y primer catedrático de pintura de la Universidad de Castilla-La Mancha, sigue buscando las razones de la belleza. En cada uno de sus cuadros hay respuestas y por eso es necesario detenerse frente a ellos y observar. La oportunidad de comprobarlo está en la exposición La memoria del árbol, que acaba de inaugurar en la Galería Juana Romero.
¿Por qué le atraen los árboles?
Me atrae la pintura. Es mi vida y es a lo que he dedicado todo el tiempo. El amor a los árboles es amor por los árboles, amor por la naturaleza, en general. He pintado otros temas. Pero el árbol me sirve ahora como referente para decir en pintura aquello que quiero decir. El árbol tiene en sí, por su estructura, por sus ramas, sus cambios, su vejez. Tiene tantas cosas que, al final, los puedes convertir en color o en signos, te da para hacer figuración o abstracción. Ambas cosas, porque que puedes ir desde la estructura básica que es abstracción, hasta el detalle mínimo que se vuelve figuración. Al mismo tiempo, el árbol tiene una analogía con el hombre. Por eso le puse a esta exposición La memoria del árbol.
¿A qué se refiere?
La memoria del árbol es porque nosotros, cuando nacemos, la mayoría de los árboles ya están ahí. Y nos siguen acompañando cuando fallecemos, cuando nos vamos. Y no solo a nosotros. Hay árboles que tienen memoria de 4.000 años. Han pasado por debajo de sus sombras o han comido sus olivas generaciones y generaciones, que han pasado alegrías y penas. La humanidad ha pasado por ahí. El árbol tiene sus huellas igual que el hombre. En esas huellas, esas arrugas, incluso cuando cortas un árbol, se ve qué año ha habido sequía, cuándo la tierra está mal. ¿Y en su exterior? Pues imagínate. Desde promesas de amor, a ramas y talas, que le ha podido caer un rayo o que ha servido para hacer el dintel de una casa. Es una memoria que de alguna manera da también da pie a que aquel que ve un árbol, sienta lo que yo siento por ese árbol y, sobre todo, rememore su propio árbol. Aquellos árboles que le recuerdan ese árbol. Aquellos árboles que le han acompañado en su vida.
¿Esta exposición es una continuación de La sombra del Atochal, que se pudo ver en el Real Jardín Botánico de Madrid?
Sí. Tiene parte porque me lo han pedido. Tampoco soy una fábrica. Mi trabajo en los árboles es lento. Hay mucho estudio, mucho detalle y, sobre, requiere una concentración máxima porque en cada signo y cada huella que hago es premeditada. Son miles de signos los que hago y son premeditados porque no puedo fracasar. No se puede borrar lo que hago, ni rectificar como en el óleo ni como con el lápiz con la goma. Esto es carbón graso, que tiene una potencia como resultante de la línea, pero que, por otra parte, es una decisión de la cual ya no te puedes olvidar, ahí se queda.
Sus obras son de gran tamaño, de grandes dimensiones, también lo es la naturaleza. ¿Hay paralelismo?
En este sentido, lo que hay es un referente también que da la escala. Es decir, hago también muchos trabajos pequeños y dibujos pequeños, pero cuando me he planteado cómo mostrar estos árboles requería cantidad de signos que quería poner para hacer el retrato de cada uno de esos árboles. También quería que el espectador se enfrente a la obra, como se enfrenta a un árbol en la naturaleza, a su escala, teniéndolo que mirar hacia arriba, sin abarcarlo con los brazos. Aunque la mayoría de estos árboles que estaban en Las sombras delAtochal, en Madrid, no han podido exponerse aquí porque la galería no da altura suficiente.
¿Qué otras partes de la naturaleza como creador le atraen?
He trabajado siempre un poco por series e intereses. A veces, he hecho retratos, escenas cotidianas, he trabajado sobre plantas más pequeñas o sobre arquitectura. En este caso el tema es la naturaleza. Y dentro de la naturaleza, ahora mismo sí estoy muy sometido, por decisión propia, al tema del árbol. Pero también a otro tipo de plantas o pequeñas flores, algunos animales. Pero sí, ahora sí que hay una relación como la que he tenido en otras épocas también, con la naturaleza, no tanto con el color en la naturaleza como con la fuerza de la naturaleza, pero al final es para hablar de pintura.
¿Cómo resumiría su trayectoria como artista? ¿Cuál ha sido su evolución?
Ha sido trabajo constante, pero sin exigirme ni una forma de hacer concreta ni un tema concreto. Siempre he conseguido la libertad de poder decir aquello que me atraía o necesitaba contar. Por decisión de no convertirme en una imagen ya de fábrica, sino buscar la mejor forma para decir aquello y la mejor forma la historia del arte. La historia de la pintura tiene tantas posibilidades que no es necesario buscar más.
¿Eso es compatible con los intereses mercantilistas que hay en el mercado de arte?
Normalmente, no. A mí, ahora mismo, ya supongo que por la edad se me va permitiendo. Pero no. Casi todo el arte busca una señal para la lectura fácil o comprensiva de un solo vistazo. Mis obras no son como las imágenes que utilizamos constantemente para publicidad u otro tipo de cosas, que son de rapidísimo desgaste y rápida mirada. Mis obras son para ponerse prácticamente delante de la naturaleza o de un árbol para poder mirar con tranquilidad. Son para plantearse qué es y sobre todo, cómo es ese sentido de trascender. Al mirar, puedes buscar la parte formal de cómo está hecho y la parte, sensible, intelectual, es decir, qué te pasa cuando ves esto. Esa memoria del sentimiento.
¿Fernando Zóbel es uno de sus referentes?
Quizá es mi referente mayor. Sin embargo, nunca lo seguí o intenté copiarlo. Fue mi referente intelectual de verdad. Es decir, al igual que yo, la abstracción la basaba también en la naturaleza, y extraía todo lo que te da la naturaleza, pero también hablando de lo mismo, para hablar de pintura. Y si hay otro significado también que yo apreciaba de Fernando Zóbel, pero no solo de Fernando Zóbel, y no solo de él, sino también de Gustavo Torner, es la búsqueda de qué es la belleza. De esa belleza que nos ayuda a entender mejor el mundo y a estar más felices en él. Si entendemos llegamos a comprender de verdad el mundo, el orden de las cosas, aunque en pintura no sea tan filosófica y se aplique la imagen más que la palabra. Hacer algo más parecido a la música, que puedas participar de lo que el compositor o en este caso, yo como artista, intentamos decir. Si lo conseguimos, es maravilloso.
¿La pintura es una necesidad?
Es una necesidad absoluta. Es la forma en la que yo mejor sé contar las cosas que me pasan, en las que pienso, en las que siento y también es el resumen de una vida. ¿Qué soy yo? ¿Soy parte de eso? ¿Influye la literatura, el cine, las películas, fotografías o mis paseos por la naturaleza? Claro. Al final, la vida es un cúmulo de experiencias y que unos dedican más tiempo que otros a pensar en ellas. Me encanta cuando me dicen: 'A partir de ver tus árboles, estoy viendo de verdad otra vez los árboles o a partir de ver la naturaleza estoy descubriendo otra vez la naturaleza'.
¿Y la docencia? ¿Qué lugar ocupa en su vida?
Si yo no fuera creador y artista y yo no hubiera podido ser docente. La docencia solo puede salir del conocimiento tanto práctico, técnico como contextual. Si no, no puedes transmitir. Es decir, para ser docente necesitas haberlo hecho, haberlo comprendido y haber estudiado la forma de poder transmitirlo por medio de no solo de imágenes, sino de palabras. A veces no es fácil, pero la docencia es una aventura maravillosa.
¿Qué recomienda a los alumnos de sus clases que quieren ser artistas?
Es difícil... Quizás, lo primero es que para ser artista hay que ser muy cabezota. Es muy fácil quemarse, quedarse en el camino. En segundo lugar, diría que hay que hábil en el aprendizaje y muy crítico consigo mismo. Cuando digo hábil es que tienes que ser una esponja para absorber, porque si no conoces no puedes decidir. Una vez que conoces, entonces puedes empezar a decidir y siempre con una autocrítica propia para decir: 'Esto es de verdad o no lo es'. El otro consejo que les doy normalmente es: 'Sé tú mismo, no trates de emular. Si tratas de emular que sepas que estás copiando para aprender, y se puede copiar para aprender. Pero sé tú mismo'.