Gonzalo Cañas, maestro de títeres y de autómatas

José Luis Muñoz
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Gonzalo Cañas, maestro de títeres y de autómatas

Una nota informativa del Ayuntamiento de Madrid, referida al Teatro de Autómatas, dice: «Una orquesta de autómatas nos da la bienvenida. Al entrar, disfrutamos de un espectáculo distribuido en diez escenarios llenos de figuras mecánicas en movimiento y una detallada y rica decoración, donde se representan desde piezas costumbristas hasta shows cabareteros. El Teatro de Autómatas es una joya del patrimonio cultural madrileño, una maravillosa atracción de feria diseñada y construida en los años 40 del siglo XX y restaurada recientemente, una histórica barraca que ha entretenido en el pasado a públicos de España y Europa y que ahora nos permite disfrutar de su prodigiosa mezcla de artesanía y tecnología». Ese texto contiene algunas incorrecciones, como se podrá comprobar leyendo este artículo, pero sobre todo al redactor de la nota se le olvidó mencionar el nombre del creador de esta maravilla, Gonzalo Cañas Olmeda, nacido en Cuenca en 1937 y enterrado en el cementerio de Cuenca en 2012. Había encargado que quería ser enterrado en una caja de madera, en la misma tumba de sus padres. Había un silencio tétrico aquella mañana en el camposanto conquense y parecía que nadie diría nada, pero Juan Carlos Mestre, poeta y orador fácil, lo dijo. Fueron unas hermosas, sentidas palabras, que nadie grabó ni anotó, de manera que no hay forma de traerlas ahora aquí, a este texto.

Los seres humanos tenemos cierta tendencia a arrepentirnos de no haber hecho cosas que hubiéramos querido hacer, pensamiento que nos asalta cuando ya no hay remedio. Entre el repertorio de cuestiones pendientes que yo almaceno está la de no haber tratado más a Gonzalo Cañas, quizá porque pensaba que habría más oportunidades en algún momento que nunca llegó. Había tenido algunos contactos esporádicos con él hasta que un año, en la Feria del Libro, cuando yo me encargaba de esas cuestiones, lo contraté vía Ayuntamiento de Cuenca para que montara en el Parque de San Julián su extraordinario Teatro de Autómatas, que aún estaba recorriendo los pueblos de España. Aquellos pocos días de trato me descubrieron a una persona de excelente carácter, claras ideas, alineado con un pensamiento que vincula libertad y cultura y muy animoso, a pesar de que la vida no le había tratado excesivamente bien. Toda su vida la invirtió en esfuerzos para que la cultura llegara a todos los niveles sociales, sin importarle el dinero o la fama. Conversar con él giraba de manera ineludible en torno al teatro, el espectáculo, los títeres, los suyos, desde luego, sobre todo y el pueblo llano, necesitado de ese alimento vital que es la cultura. Nunca introducía cuestiones personales ni dejaba que salieran a la luz sus propias vivencias, algunas ciertamente amargas. Lamento no haber cultiva de forma más profunda aquella incipiente amistad.

Gonzalo Cañas creció marcado por la sombra de la guerra civil, ya que su padre fue fusilado en Cuenca antes de que su madre pudiera dar a luz. Niño huérfano desde que estaba en el vientre de su madre, esa tragedia familiar le marcó de una manera intensa y peculiar haciendo que su carácter, desde joven, mostrara una clara tendencia hacia la melancolía, la bohemia y la libertad anarcoide como forma de vida, que le hizo llevar a asumir el título de 'tiritero', tomado de Cervantes, que priorizó sobre el más convencional de titiritero. Por esa orfandad, se vio obligado a abandonar de joven su ciudad natal para afincarse en Madrid. 

Gonzalo Cañas, maestro de títeres y de autómatasGonzalo Cañas, maestro de títeres y de autómatas

Licenciado por la Real Escuela Superior de Arte Dramático, comenzó su actividad profesional en el año 1962, trabajando como actor de teatro y cine, autor, guionista, productor y escenógrafo, con un balance cifrado en 20 películas, 30 obras de teatro y 50 programas de TV. Sin embargo, su dedicación preferente ha sido para el teatro de títeres, para el que produjo, escribió y realizó una veintena de obras, además de impartir cursos monográficos y escribir manuales divulgativos y didácticos. Tras debutar con un pequeño papel en Cerca de las estrellas (César Fernández Ardavín, 1962), alcanzó cierta popularidad al figurar en los repartos de películas muy conocidas en la época, como Confidencias de un marido (Francisco Própser, 1963), La máscara de Scaramouche (Antonio Isasi Isasmendi, 1963), La frontera de Dios (César Fernández Ardavín, 1965), Días de viejo color (Pedro Olea, 1968) o Soltera y madre en la vida (Javier Aguirre, 1969). 

A pesar de que su alta calidad interpretativa y su poderosa presencia física, con una profunda mirada de sus inquietantes ojos azules, eran reclamos para que el cine lo buscara con insistencia, renunció a ese camino para trabajar y ganarse la vida, papel que reservó singularmente para el teatro, siempre desde una perspectiva independiente. Fundó compañías que forman parte del más importante entramado surgido en este país, como Bululú (1960), Juan de las Viñas (1964), Teatro Español de Marionetas (1974), EÑE Teatro (1985) y La Tarumba (1996) e impulsó la creación de asociaciones profesionales como ASEMA, UPROMA y UNIMA, esta última aún vigente, con un empeño destacado en la organización colectiva de los teatros de títeres. 

En los inicios de esa actividad, que habría de ser para él la definitiva, montó con La Tarumba El retabillo de don Cristóbal y dirigió para TVE El retablo de Maese Pedro, a partir de la obra de Manuel de Falla, dos hitos fundamentales a partir de los cuales se estructura el trabajo posterior de Gonzalo Cañas, devolviendo al género de los títeres la dignidad perdida, que él complementó con un riguroso trabajo de investigación sobre esta tradición escénica. Fruto de esa dedicación fue el espectáculo Manos, producido y dirigido por él, que estuvo durante años recorriendo España a partir de 1979, en lo que fue un auténtico descubrimiento para una generación de espectadores que nunca había imaginado que el mundo de los títeres pudiera acoger tanta creatividad y capacidad de comunicación para los adultos, y no solo para divertimento de los niños. Inquieto como pocos creadores, a principios de los años 90 dirigió la revista especializada Espectáculos de Madrid, como vehículo de difusión práctica de la vida teatral madrileña.

En 1993 emprendió su último gran proyecto artístico, cuando compró a un comerciante valenciano. Antonio Pla, residente en Canals, la barraca Hollywood, el teatro de autómatas más antiguo conservado en España, al que Gonzalo dedicó tiempo, esfuerzo e imaginación para restaurar sus 35 personajes y, una vez logrado, llevarlo de gira por toda España y gran parte del mundo. El Teatro de Autómatas estuvo montado en el Parque de San Julián en el mes de agosto de 1998, coincidiendo con la Feria del Libro y la posterior Feria de San Julián. 

En junio de 2005 la asociación Amigos del Teatro de Cuenca le concedió el título de 'Tiritero Conquense' en reconocimiento a su trayectoria personal y artística. Recibió un homenaje póstumo el domingo 16 de junio de 2013 en la iglesia de San Miguel, dentro del ámbito de actividades de Titiricuenca. Al morir, donó el Teatro de Autómatas al Ayuntamiento de Madrid que en la actualidad lo conserva en los almacenes del Circo Price, de donde sale esporádicamente para exhibiciones que asombran tanto como gustan. La última, esa del Matadero que cito al comienzo, en la Navidad del año pasado. En Cuenca, nada recuerda a este singular artista, que hoy quiero sacar de la oscuridad, al menos durante el momento que se invierte en leer estas líneas.