Desde mi punto de vista, Víctor de la Vega ha sido el último pintor conquense de renombre que ha 'imaginado' a San Julián con gran acierto y maestría. Una persona noble, un artista con formación académica y estilo propio, distanciado de las corrientes artísticas más vanguardistas, que desde una postura meditada y firme asumió un camino creativo singular del que no apartó la temática religiosa, a pesar de que en su época ya se había producido el alejamiento, casi generalizado, de las corrientes artísticas del mundo religioso. Creyente, enamorado del paisaje de Cuenca y de su historia se empeñó en ofrecer una visión novedosa de la figura santo obispo: «A San Julián le tengo simpatía, lo veo como alguien entrañable, y como uno de los grandes personajes de la historia de Cuenca», manifestaba Don Víctor.
Dentro de la extensa producción de este magnífico pintor y dibujante, catalogada por Pedro Miguel Ibáñez y Ana Belén Rodríguez Patiño en una publicación promovida por la Real Academia Conquense de las Artes y las Letras, se encuentran obras de temática histórico-religiosa, entre las que destacan sus 'clavecines' y 'sanjulianes', estos últimos, casi todos encargados al pintor por una clientela deseosa de introducir la figura del Santo entre los muros de su hogar.
Apunta Pedro Miguel Ibáñez, estudioso de la Historia del Arte conquense, que: «Los 'sanjulianes' de Víctor enlazan de manera natural con una larga tradición que llega hasta el mismo siglo XVI, y por tanto no pueden ser entendidos si se olvidan los precedentes… Durante el primer tercio del siglo XVII surgen, en el fondo de los cuadros con este asunto, pequeños fragmentos que reproducen el marco geográfico conquense. Es un fenómeno exclusivo de la iconografía del santo, vinculado con el culto juliano y con el auge creciente de la devoción que generaba. Parece evidente a estas alturas que, en el contexto del arte local, la eclosión del paisaje pintado conquense se produce estrechamente ligado con el culto a San Julián. El descubrimiento continuado de ciertos topoi geográficos de Cuenca respondió a un impulso endógeno de los ambientes religiosos y pictóricos locales, que vincularon, como en tantos otros casos del panorama artístico europeo renacentista y barroco, la memoria del venerado patrono con la sacralización de la ciudad misma a través de algunos paisajes representativos».
En 1979, cuando expuso en la Caja Provincial de Ahorros algunos cuadros del Santo, el pintor afirmaba su intención de renovar la iconografía de San Julián, un propósito que llevaría a término en las numerosas obras salidas de sus manos. Con Víctor de la Vega, señala Pedro Miguel Ibáñez, «sorprendemos al Santo transitando todas las sendas y las breñas de las dos hoces. Lo observamos sentado en soledad, ante enhiestos acantilados, fabricando sus emblemáticas cestillas de mimbre, trepando a las cumbres como un joven montañero, la roja capa al viento o escuchando el idílico concierto interpretado por un ángel, mientras acarrea mimbres el incansable Lesmes. La naturaleza pura impone habitualmente su soledad a este santo de las rocas investido del aura de los primitivos eremitas».
Más de treinta obras, la mayoría de pequeño tamaño, en las que el fondo paisajístico enmarca y resalta la figura de San Julián, bien meditando, leyendo, elaborando cestillas, caminando o contemplando en oración la belleza de la Naturaleza. Son pocos los 'sanjulianes' imaginados por D. Víctor ubicados en interiores, escasos también, en los que aparece revestido de pontifical, ninguno realizando un milagro. Un enfoque muy alejado de lo que hasta entonces había conformado la iconografía del santo obispo. La vida cotidiana, sus andanzas por los alrededores de Cuenca y sus vivencias interiores parecen ser los temas preferidos por Don Víctor.
Junto a estos pequeños cuadros 'julianos', necesariamente hay que referirse a otra serie de obras, que tituló como 'Clavecines', unos lienzos de mayor tamaño, en los que evocaba la historia conquense e imaginaba una nueva fisonomía arquitectónica de la ciudad, incluyendo en la composición multitud de personajes anónimos e históricos. En muchas de estas creaciones aparece San Julián, bien de manera discreta o de forma más notoria.
Así resume Pedro Miguel Ibáñez esta faceta del pintor: «Se impone a sí mismo la tarea de ser el guardián gráfico de la memoria local, de ponerles rostro a todos los protagonistas de la historia de Cuenca. De reyes a poetas, de clérigos a pensadores, artistas y conquistadores, todos cuentan en su inmenso panteón pictórico de conquenses ilustres del pasado. Probablemente, sea ésta la faceta de su trabajo que más le apasione, la de recrear la historia, imaginar fisionomías de personajes, hasta ahora sin rostro, y documentar ambientes…».
Y ciertamente que logra sus objetivos de forma brillante. En el caso del obispo Julián, imaginando a una persona mayor, de rasgos bondadosos, reflexiva y serena, alguien totalmente integrado, casi mimetizado, con el paisaje conquense, presente e inmerso en la historia de la ciudad, tal y como puede apreciarse en el 'clavecín' que acompaña estas líneas.