No es fácil entender, menos aún interpretar, cuestiones que aparecen envueltas en datos contradictorios, de manera que en un momento dado, según quien lo diga, parece una cosa y al rato siguiente aparece alguien que dice exactamente lo contrario. A ello contribuye un elemento que ha encontrado un extraordinario desarrollo en los últimos años, la abundancia de medios informativos que nos someten a un permanente bombardeo en el que se van sucediendo afirmaciones, estadísticas y porcentajes en un maremagnum difícilmente asimilable, salvo para especialistas, de manera que es difícil saber dónde nos encontramos. Ello es especialmente significativo en el terreno de la economía, pues con el mayor de los desparpajos podemos oír que nos encontramos en crisis o en plena expansión, si somos uno de los países más pobres y endeudados del mundo o si nuestras empresas caminan viento en popa y a toda vela. Ayer mismo, sin ir más lejos, nos enteramos de que el Ibex 35 ha pasado de los diez mil puntos por primera vez después de la crisis de la pandemia, sin olvidar los millonarios resultados que nos vienen ofreciendo todas las empresas punteras del país, con los bancos en cabeza. Noticias que se mezclan seguidamente con las que nos ponen ante la cara el pavoroso panorama de las personas, muchas, que no tienen para comer o llegar a fin de mes. Ambas realidades son ciertas y coexisten. Como es cierto y está a la vista de todos nosotros el auténtico despliegue que se viene produciendo en bares y restaurantes, con terraza o dentro de los locales, ofreciendo en general la imagen de una sociedad alegre y confiada y, desde luego, con dinero abundante para poder gastar en beber y comer.
Ese mismo desconcierto o confusión lo podemos sentir al hablar de la vivienda, un tema verdaderamente sensible y sobre el que también se están vertiendo continuas noticias, siempre en esa línea de confusión contradictoria que he marcado antes y que pueden producir, al menos a mí, un verdadero galimatías, en el que se combinan afirmaciones que, en muchos casos, responden a una clara improvisación de quien las dice y en otros surgen de la falta de conocimiento o de un inadecuado manejo de datos, en los que se mezclan, en forma generalmente desordenada, la construcción, las hipotecas, los alquileres, los desahucios, la falta o exceso de nuevas viviendas, las dificultades de los jóvenes para acceder a ese mercado y tantas otras cuestiones que alimentan las informaciones cotidianas.
Leído en una de ellas, estos días: el mercado presenta datos de desequilibrio entre la escasez de oferta, la abundancia de demanda y el que parece imparable aumento de los precios, tanto de obra nueva como de segunda mano, lo que provoca la natural inquietud en quienes desearían contar con una vivienda propia, algo que parece cada día más difícil. Leído igualmente en fechas recientes: el 25 por ciento de las viviendas que hay en la provincia de Cuenca están desocupadas, es decir, una de cada cuatro está vacía. Y una más, de ayer mismo: por primera vez en muchos años, en España ha cambiado la tendencia y ahora son más las personas favorables a la compra y menos al alquiler.
Imagino que estas cuestiones y otras muchas estarán en la mente de la nueva ministra de la Vivienda y Agenda Urbana, un ministerio que el actual gobierno recupera, después de muchos años de inexistencia. Fue instaurado por primera ven en 1957 y su titular fue José María Arrese, permaneciendo existente hasta 1977, es decir, desapareció con la llegada de la democracia, sin que yo sea capaz de imaginar por qué los primeros gobiernos de ese periodo decidieron suprimirlo. Hay que esperar hasta el año 2004 para que el gobierno de Rodríguez Zapatero lo recupere durante cuatro años, en que se sucedieron tres ministras, una de ellas la recordada Carme Chacón y volvió a desaparecer, pasando esos asuntos a perderse en otros departamentos, como Fomento o como se llamaba el último, Movilidad, Transportes y Agenda Urbana. Hasta ahora que, como digo, desde el día 20 de este mes vuelve a existir un ministerio de la Vivienda.
Aparentemente al menos, no parece que en Cuenca haya ninguna crisis de construcción. No hay más que dar un paseo por la ciudad para encontrar que en todas partes se está edificando; vemos los andamios y el trajín de las obras en el casco antiguo, en el centro de la ciudad moderna, en barrios periféricos y, sobre todo, de manera abrumadora, en la zona de Villa Román y el Museo Paleontológico, donde se están edificando varios bloques, algunos de ellos verdaderamente voluminosos, con cientos de viviendas. En los últimos años, la construcción se ha centrado sobre todo en dar forma al barrio del Cerro de la Horca, en el que ahora también se trabaja en nuevos bloques. Si, como sabemos, la población de Cuenca (54.187 habitantes en 2021; 53.389 en 2022) no aumenta, sino que incluso ha experimentado una pequeña disminución, puede resultar sorprendente el desaforado despliegue constructivo que sigue desarrollando la ciudad hacia el este y el sureste, en un claro desplazamiento desde el centro. Lejos, muy lejos, está ya aquel tiempo en que los límites urbanos estaban en La Ventilla; más allá sólo había campos, fábricas, almacenes, cocheras. Hay que esperar a la segunda mitad del siglo XX, años después de la terminación de la guerra civil, para que surgieran la avenida de la República Argentina y la actual de Castilla-La Mancha (entonces División Azul) hasta llegar a las Quinientas y más años todavía, ya entrando en el último cuarto de siglo, para dar forma a las primeras edificaciones verdaderamente modernas, las derivadas del desmonte del cerrillo de Los Moralejos y por fin en la última década comenzó la precipitada expansión en dirección a levante, primero en la zona de San Fernando, luego en los sucesivos polígonos de Villa Román, de manera que en menos de cien años el panorama urbanístico de Cuenca ha cambiado más rápida y espectacularmente de lo que fuera posible imaginar. Y como no creo que estemos en el final de este proceso podemos concluir opinando que hay por delante una perspectiva de continuidad de manera que tal como yo lo veo, seguiremos viendo por doquier grúas, andamios y albañiles. Eso sí, me pregunto, si somos los mismos ¿para qué queremos tantas viviendas?