Lo primero que hago al levantarme es mirar el móvil. Abro el buscador y el algoritmo ya me ha seleccionado las noticias que considera más me interesan. Por supuesto, le sigo el juego, le doy información veraz, para que en el futuro pueda servirme mejor. Sin embargo, mi algoritmo, como todo lo que piensa, al cabo desea tener su impacto propio. Aunque tardé en abrir sus propuestas vacacionales no deja de mandarme enlaces a hoteles del Caribe. Islas rodeadas de aguas azules transparentes sobre las que emergen lujosas cabañas que miran a la lejanía del océano.
Otras veces, pone ante mis ojos ese famoseo que jamás he reclamado, porque ni por error he transitado por esos lares. Burbujean nombres de personajes ajenos a mi vida: María Patiño, Anabel Pantoja... incluso, me avisa de que si España gana la Eurocopa, Cucurella se cortará su frondosa melena.
Aunque me importe tres pitos el famoseo, mi algoritmo considera que debo estar informado. La sensación que tengo es que hay alguien dentro de mí que no soy yo. Que una inteligencia exterior me quiere colonizar generando una dialéctica entre lo que soy y lo que tengo que ser.
Decía Unamuno que somos de tres maneras: «como somos, como queremos ser y como los demás nos ven». Pues las dos últimas han sido copadas por mi algoritmo. O sea, creo que es una especie de monitor, o coach, que aprende de mí no para servirme sino para servirse, y como moderno Pigmalión cincelarme a su manera.
A veces lo veo bien. Mejor estaría en el Caribe que escribiendo artículos, mejor metido en el famoseo que leyendo a Peter Turchin intentando entender lo estrambótico, caótico y cruel de este mundo.
Turchin dice que estamos como el Imperio Romano, comenzando la caída. Tranquilos, no la veremos, queda un siglo.
Si a mí me pasa esto solo por las noticias y la publicidad, imagino el nivel de colonización que tendrá esa gente que se pasa todo el día viendo vídeos de Instagram o Tik Tok. Son títeres de este ser invisible que cada minuto manda más en nosotros. Así son las cosas. Lo malo de esto es que todo es demasiado previsible y, por ello, carente de imaginación, que es lo que me va. A ver si mi algoritmo se entera.