La única mujer en Normandía

J. Villahizán (SPC)
-

La olvidada reportera de guerra Martha Gellhorn estuvo el día D a la hora H con los aliados para narrar en primera persona una batalla que cambiaría la Historia de Europa

Gellhorn, en Londres en 1943, un año antes del decisivo acontecimiento en la costa francesa

No fue la única mujer que estuvo en el frente, pero sí la única que cubrió el desembarco de Normandía hace ahora 80 años. Martha Gellhorn (San Luis, Misuri, 1908-Londres, 1998) fue una de esas féminas que no lo tuvieron fácil, pero que gracias a su coraje y empeño acabó haciendo aquello que más le gustaba: reporterismo de guerra, y del bueno.

Tal fue su decisión y arrojo, que Gellhorn literalmente se plantó en las playas de Normandía el día D a la hora H para narrar un acontecimiento que acabó cambiando el curso de la Historia. Para llegar hasta el continente, la periodista tuvo que ocultarse como polizón a bordo de un buque hospital y después lograr pisar Francia haciéndose pasar por un camillero.

La historia de esta luchadora olvidada ha sido rescatada por la escritora Rosario Raro en Prohibida en Normandía (Planeta), un relato que retrata la vida de una mujer que no quiso estar a la sombra de su marido, Ernest Hemingway, y se lanzó a retratar de primera mano la etapa definitiva de la Segunda Guerra Mundial.

Gellhorn se jugó la vida en la costa norte gala con el propósito de contar a sus conciudadanos lo que sucedía allí con sus hijos, nietos, sobrinos, amigos, maridos y  novios. Y cerca de la orilla observó lo que perdían los soldados durante su avance o cuando saltaban por los aires alcanzados por los disparos de los alemanes y allí pudo comprobar el valioso botín personal que portaban: paquetes de cigarrillos, biblias, libretas, cepillos de dientes, cuchillas de afeitar, cartas y muchas fotos. Retratos de personas y familias enteras que se encontraban muy lejos de allí, aunque parecían observar esa escena infernal desde la arena de Omaha antes de que el mar se los tragara, al igual que a aquellos a quienes habían pertenecido. 

La periodista recorrió aquella escena dantesca y escribió lo que veía sin saber que sus historias serían invisibles. Estuvo en la primera línea de fuego y contó la inhumanidad de la batalla para nada. Quería que su crónica del desembarco fuese la primera que llegara a América, y lo consiguió, pero no fue publicada. Solo apareció un tiempo después, bastante cercenada, además, y cuando ya no interesaba, ya que el texto había quedado eliminada de inmediatez, un elemento básico del periodismo.

Lucha contra su 'alter ego'

Martha escribía entre sombras ignorada por editores y el resto de compañeros periodistas. El hecho de ser una mujer profesional en la primera mitad del siglo XX y estar casada con un monstruo de la literatura como era Ernest Hemingway -aunque fuese solo durante cinco años- supuso, en cierta forma, su tumba intelectual. Tampoco ayudó su separación del Premio Nobel, al que abandonó a pesar del desaire del autor de El viejo y el mar. 

La escritora era conocida irónicamente ?y con algo de cinismo? por muchos de sus colegas como el Peligro Rubio. Hasta tal extremo Gellhorn tuvo que trabajar a contracorriente y aguantar los comentarios, insultos e insinuaciones de ellos que decidió en muchas ocasiones disfrazarse de hombre o escribir bajo pseudónimo. 

Tal eran las presiones y vetos que soportó que incluso en una ocasión, otro periodista hombre la llegó a encañonar con una pistola por pisarle una exclusiva. Aquella actuación machista apenas tuvo repercusión a pesar de su denuncia, una querella que posteriormente fue retirada.  

No solo fue una mujer valiente y profesional, sino también una defensora tenaz de los derechos civiles y una luchadora contra las injusticias, como lo demuestran sus numerosos gestos contra el racismo en su ciudad natal. 

Le hieren estos comportamientos segregacionistas, probablemente porque era hija y nieta de judíos alemanes. Por eso detesta cualquier forma de discriminación y defiende con todas sus fuerzas la defensa del voto femenino y su apoyo a aquellas minorías étnicas  y sociales marginadas por las élites.

Tras una vida agitada y olvidada, se retira a Londres, donde pasa sus últimos días. Con 90 años y una existencia muy vivida, decide quitarse la vida ingiriendo una píldora de cianuro. En las instrucciones que dejó para sus exequias tan solo pidió que lanzaran sus cenizas al Támesis, cerca del Puente de la Torre.