Roman-Stephan Nyman es uno de los más geniales pintores estonios, nacido en la capital de su país, Tallin, a finales de siglo XIX y fallecido en los años cincuenta del siglo pasado. Tuvo una importantísima trayectoria en el mundo del teatro, trabajando a lo largo de su vida para teatros de media Europa.
Su formación como dibujante y pintor la adquirió en la escuela de dibujo de San Petersburgo. Los estudiosos de su obra y vida afirman que pese a viajar y pintar por Francia, Italia, Alemania o Noruega, no llegó a ser un artista modernista, como lo eran casi todos sus contemporáneos. Fue uno de los grandes escenógrafos europeos y un muy destacado pintor de paisajes, tanto de su país, como de otros muchos lugares de Europa.
Paisajista destacado. Sus obras más destacadas, tanto sus escenografías teatrales como sus pinturas paisajísticas, las realizó en la época en la que Estonia alcanzaba la independencia de Rusia hacia 1918. La característica de su estilo pictórico viene dado por los colores puros y cálidos, los contrastes entre las luces y las sombras, su claro y eficaz efecto decorativo y la majestuosidad, quietud y paz al representar los escenarios naturales que plasmaba en sus lienzos. Un crítico de su obra destacaba de su técnica pictórica que «parece como si el paisaje hubiera posado para el artista. No se siente ni un soplo de viento ni la más mínima ola».
Profunda impresión. Roman Nyman, en su afán por aprender, descubrir y experimentar, viajó por varias naciones europeas, entre ellas España, que conoció en un viaje que le trajo a la piel de toro en abril de 1923. Aquí respiró el aire y la luz del sur de Europa –como también hizo en Italia– dibujó y pintó al óleo paisajes naturales y urbanos de Burgos, Segovia, Sevilla, Toledo y Cuenca…
La huella de su experiencia artística y vital en España dejó varias obras de profunda calidad y reconocimiento artístico con cuadros al óleo como El patio de la Alhambra de 1923 o El Patio de Toledo de 1926.
En cuanto a Cuenca, posiblemente llegó a nuestra ciudad en el verano de 1923, y tanto la ciudad como su paisaje produjeron en el artista estonio un fuerte impacto y una profunda impresión al conocer la pequeña capital castellana. En una postal enviada a su familia afirmó que «Cuenca, la ciudad sobre las rocas, es pintoresca y cambiante como un cuento de hadas».
La Hoz del Júcar fue uno de los parajes que inspiró al pintor báltico, que reconoció la originalidad del paisaje rocoso y vegetal de la ciudad. El pintor plasmó al óleo la carretera que va hacia Villalba rodeada de la verde y ocre arboleda, recortada en la parte superior el seminario conciliar y el caserío de la parte alta de Cuenca. Nyman pintó a Cuenca desde una perspectiva de a pie, es decir, pinta a la ciudad desde el punto de vista de un paseante.
Otro factor destacado de la obra conquense del estonio es la luz y el color en sus cuadros conquenses. La luz inunda los cuadros, luz del sol del verano conquense. Para sus dibujos utilizó un papel con un pigmento ligeramente más oscuro para así reflejar mejor el color del sol sobre la ciudad, utilizando un brillante amarillo-limón y un azul del cielo que resplandece contra las piedras de su verano en «la pequeña ciudad del cuento de hadas».