Alarcón de las Altas Torres

José Luis Muñoz
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Alarcón de las Altas Torres

Debemos a Ángel Dotor, un singular cronista viajero de mediados del siglo XX, la invención literaria del título que encabeza estas líneas y que siempre me ha parecido muy sugerente y expresivo, porque sintetiza, en pocas palabras, el carácter definitorio de la villa de Alarcón, en la que hay numerosos elementos de interés, como detallaré luego, pero siempre he considerado como el más singular el que tiene que ver con la estructura amurallada del recinto y, sobre todo, con la presencia de sus torres, un equipamiento urbanístico que no tiene parangón en ningún otro lugar de la provincia.

Para llegar al núcleo que forma la población es preciso atravesar tres líneas amuralladas, a través de otras tantas puertas, todas ellas protegidas por las correspondientes torres alzadas sobre montículos inmediatos. Fuera del recinto, en el campo exterior, aún existen otros elementos defensivos, a los que se une la protección natural ofrecida por el encañonado río Júcar y los fosos que ayudaban a aislar el espacio urbano. A Alarcón solo se puede llegar por una pequeña carretera que se desprende de la antigua N-III (Madrid-Valencia) lo que proporciona un mayor encanto a esta aproximación, lejos del farragoso discurrir de las autovías. Aquí todo es íntimo y cercano, con el añadido de que se puede disfrutar más y mejor de la progresiva visión de este hermoso panorama, un atrevido montículo bordeado por completo por el río y sobre el que se alza el antiguo castillo de origen árabe, convertido hoy en un coqueto parador nacional de turismo.

En la llegada a Alarcón, lo primero que se encuentra es la tercera línea amurallada, la más exterior de todas, en la que se abre la Puerta del Campo, formada por un arco de medio punto adovelado con un escudo en la parte superior y orientada en dirección a la torre avanzada del mismo nombre, que se encuentra en sus inmediaciones.

Tras cruzar esta puerta el camino sigue una línea descendente hasta alcanzar la segunda línea amurallada, situada en el borde inferior del castillo y muere junto a la Puerta del Calabozo (o de Enmedio). La torre es de planta cuadrada en el sector interior y en forma de ángulo apuntado hacia el exterior, y no muy alta. Fue construida por orden del Infante don Juan Manuel, en el siglo XIV, para reforzar las defensas adelantadas. Tiene diversas ventanas y una puerta de medio punto.

Superado este sector se llega a la primera línea, la más interior y la mejor conservada; se origina en el propio castillo, del que se desprende en forma de V, cubriendo por completo el pueblo y bordeando los farallones rocosos que dan al Júcar; en este sector se conservan algunos elementos árabes y otros medievales, con la Puerta de la Bodega como vía de comunicación entre el exterior y el interior de la fortaleza. Es un arco de medio punto que se prolonga en un fragmento de muralla para unirse al castillo; en la clave se encuentra un escudo antiguo, no identificado. A partir de este punto, la muralla se diversifica en dos para envolver todo el casco de la villa. Cerca está la Puerta de la Traición, situada también bajo el castillo, semioculta. Es una falsa puerta hacia el río que se usaba en situaciones de emergencia.

Al norte del recinto está la Puerta del Río, de Tébar o del Henchidero, para comunicar con el puente y torre del Cañavate. Y al sur está la Puerta de las Moreras, de Chinchilla o del Picazo, enlazando con el puente que tiene los mismos nombres. Fuera del recinto amurallado, en campo abierto, hacia el norte se alza, solitaria, la torre de los Alarconcillos, que ofrece una imagen ciertamente espectacular.

Dentro del espacio amurallado está el pueblo, la pequeña y hermosa villa de Alarcón, felizmente salvada, recuperada por completo del nivel ruinoso que había alcanzado a mediados del siglo XX en lo que yo creo que ha sido una restauración verdaderamente modélica. El casco urbano consolidado en la actualidad tiene su origen en la remodelación urbanística llevada a cabo por el marqués de Villena en el siglo XV; tiene forma almendrada, con el castillo en el extremo más avanzado y rodeado en su práctica totalidad por el río Júcar, que forma un meandro abrazando el promontorio en que se levanta la villa. Tomando como eje de arranque la fortaleza, nacen tres calles paralelas que enlazan el castillo con la Plaza Mayor; a su vez, otras calles cortan en perpendicular a las principales, enriqueciendo el bello trazado de la villa que, aunque reconstruida y reformada, es capaz de suscitar la imaginación por su apariencia medieval.

En todo este juego desempeña un papel de gran importancia la Plaza Mayor, que lleva el nombre del Infante don Juan Manuel y que se encuentra situada en el punto más alto del pueblo. Se trata de una auténtica Plaza Mayor, en el amplio sentido de la palabra, con los elementos arquitectónicos imprescindibles: el Ayuntamiento, de dos plantas, la inferior elegantemente porticada; la iglesia de San Juan, cuyo interior ha sido decorado modernamente con unas atractivas pinturas murales, obra de Jesús C. Mateo; la Casa Rectoral (o Rectoría, simplemente), situada en la acera frontal al Ayuntamiento, cuya noble imagen hay que vincular siempre, necesariamente, al párroco Luis Martínez Lorente, pieza fundamental en la recuperación de la villa; a ellos se unen los demás edificios que, aún siendo de construcción moderna o reformada, se acomodan bastante bien al espíritu de este ámbito que recrea el espíritu medieval.

El extremo donde está la Plaza Mayor se comunica con el otro, el castillo, mediante tres calles paralelas. La del Doctor Agustín Tortosa es la central y, por decirlo en forma simple, la más importante, con la fachada principal de la iglesia de Santa María, una auténtica maravilla renacentista; a su izquierda (si nos orientamos desde la plaza al castillo), esto es, al N, pasa la del Capitán Julio Poveda, bordeando la iglesia de Santo Domingo, a la que hace años se aplicó una restauración ciertamente discutible y en la que se puede ver la noble fachada de la Casa Castañeda, convertida en museo personal por el artista ruso Miguel Ourvantzoff (un curioso personaje al que Cuenca debería prestarle más atención) y dejando entre esas dos calles la fábrica completa de Santa María; a la derecha, o sea, al S de las anteriores, la calle de Álvaro de Lara. Hay una cuarta calle, la que sirve de acceso único a la villa, a través de las puertas de sus murallas y bordeando el castillo, con el nombre de la Trinidad y que pasa precisamente junto a la fachada de esta iglesia. Una quinta calle, de menor recorrido, sale de la Plaza Mayor y se dirige hacia el O, bordeando la Casa de Cultura, con el nombre de calle Posadas. Y finalmente queda otra calle más, pequeña, la de Alarico, apenas una travesía entre las del Doctor Tortosa y el Capitán Poveda.

Alarcón tuvo cinco parroquias, las cuatro aquí citadas y la de Santiago, que fue demolida a comienzos del siglo XX. Esta abundancia de iglesias parroquiales se explica no por la población residente, que nunca fue numerosa, sino por la considerable extensión del término municipal, dividido en cuatro colaciones, cada una con su propia iglesia, más el territorio adscrito a la orden de Santiago.

El paseo por Alarcón es, en verdad, estimulante y reparador, digno de hacerse con parsimonia, apreciando los muchos detalles que ofrece el que bien se puede considerar como el lugar más poético y ensoñador de cuantos se reparten por el territorio provincial.