Pues nada. Burla, burlando, como quien no quiere la cosa, la primavera ha agotado casi un mes de existencia. Las lluvias pasadas han extendido su balsámico efecto sobre campos y jardines, regalándonos una paleta de verdes, amarillos, rojos... que embellecen, aún más, nuestro entorno. El calor de los últimos días nos anima a salir de nuestros cuarteles invernales para disfrutar de las primeras tardes cuasi estivales en los diferentes parques, punto final del paseo de padres, madres y niños que buscan disfrutar de este sol primaveral. Claro que seguramente aquellos que sufren de algún tipo de alergia piensen de otra manera. Una de las cualidades que permiten evaluar la salubridad de una ciudad es, sin lugar a duda, el número de espacios verdes existentes. Para unos el número de parques y rincones ajardinados que podemos disfrutar sea escaso, para otros será justo y los más inconformistas pedirán el aumento de estos en aras a mejorar la calidad de vida del ciudadano. Intentamos mantenerlos en el mejor estado posible, por supuesto, aunque cada año tengamos que destinar una partida importante para que estén en perfecto estado de revista. Pero, más allá de la plantilla 'oficial' de parques y jardines, las lluvias pasadas (el maldito Nelson) han hecho aflorar una suerte de parques de marca blanca en diferentes lugares de una manera insospechada e inevitable. Pero hay uno que especialmente me llama la atención.
En el centro de la ciudad y a la vista de todos, ha surgido un jardín rústico, casi inglés, que ha venido a ocupar el espacio que hasta hace poco era transitado por aquellos caballos de hierro que traían y llevaban personas y mercancías. ¿Se acuerdan?
El desmantelamiento del tren convencional ha generado una situación llamativa. Lo que parecía que iba a velocidad de AVE, lleva el ritmo de aquellas diligencias que tardaban días en hacer el recorrido que hoy hacemos en un puñado de horas. Y así, mientras que seguimos con esa herida ferroviaria que parte la ciudad en dos abierta, asistimos a los nuevos usos de un espacio que nació para albergar encuentros, llegadas y despedidas. Amén del deporte casi olímpico de levantar la valla (que vino a sustituir un muro robusto), además de convertirse en patio de recreo de nuestros amigos caninos, la vegetación ha ocupado, de una forma exuberante, el espacio existente entre y alrededor de las vías convirtiéndose en un jardín asilvestrado de generación espontánea transmitiendo una sensación de abandono y desidia que no merecen ni el barrio ni la ciudad.
Desconozco quién ostenta la titularidad de esos terrenos. No sé si pertenecen a ADIF, al Ayuntamiento o al Consorcio Ferroviario interurbano o interestelar pero sí sé que la presencia de gramíneas, maleza y otras hierbas (malas, por supuesto) en tan reivindicado espacio contribuyen a la sensación de dejadez, de abandono tan recurrente en muchas partes de la ciudad. ¿No sería conveniente que, por parte de quien fuera, se realizaran las gestiones oportunas para asear mínimamente la zona? Quizá baste con cierta dosis de herbicida con un pelín de voluntad.