Lo de Jude Bellingham, como tantos otros misterios que conforman la mística inabarcable del Real Madrid, no se puede explicar. Como mucho, y cuesta hacerlo, se puede describir: es un tipo que goleaba esporádicamente y ahora se le caen las dianas de los bolsillos. Y ha encontrado el don (otros lo llaman suerte) de ponerse donde va a caer la pelota. El tanto de la victoria, fotograma a fotograma, arranca con un centro deficiente de Carvajal, un desvío involuntario de Modric, un balón que dibuja la parábola justa para evitar a Íñigo Martínez, un remate con la tibia del inglés y un cuero que pasa entre las piernas de Ter Stegen. Detrás de todas esas casualidades hay algo que ya no es casual: Bellingham no solo es un jugadorazo asombroso, sino que está tocado por una de esas varitas mágicas que siempre se han agitado en el Bernabéu y ningún otro club del mundo sabe dónde se compran o cómo se fabrican.
Mal encuentro
No fue un buen clásico. No en el sentido de la competencia: quizás a los puntos (analizando el mero ejercicio colectivo) fue algo mejor el Barça, dominador de dos tercios del duelo, más sólido y mejor colocado. Triunfó Fermín contra Kroos y, aunque parezca mentira, también lo hizo Gavi contra Bellingham. Sin embargo, en ese proceso de recuperar a lesionados, mientras Xavi iba colocando sobre el césped a jugadores sin ritmo, Ancelotti ingresaba más frescura y calidad para aprovechar (Jude mediante) la recta final.
El pensador
Cuando el aficionado piensa en la palabra «revulsivo» la asocia inmediatamente con un 'correcaminos', alguien veloz y anárquico, un verso suelto que irrumpe en el partido cuando las fuerzas empiezan a agotarse y lo revienta todo. ¿Y si Luka Modric, aunque no encaja en la descripción, rompe los esquemas preestablecidos y es el perfecto revulsivo de Ancelotti? Quizás cuando esas fuerzas fallan hagan falta más pensadores y menos 'agitadores físicos'.