Yo no sabía, ni usted tampoco, que los dispositivos de aprovechamiento de energía de las corrientes marinas instalados en cuerpos sumergidos en el mar necesitan mecanismos de control para hacer más eficiente su generación energética. Oiga, que no tenía ni idea de que controlando la profundidad y la orientación de los dispositivos aparejados mejorando para ello las maniobras de inmersión y emersión para facilitar el mantenimiento de los mismos se abre la puerta a una contención de costes suficientemente atractiva como para que valga la pena apostar por la investigación en este campo, que presenta con esta premisa muchísimo horizonte por explorar.
Ah, los cuerpos sumergidos. Qué fantasía. Quién iba a mí a decirme que mediante el control de lastres, calcular la profundidad iba a ser algo mucho más fácil, tanto que podríamos incluso llegar a prescindir de los costosos buques grúa para esta tarea, y una simple nave remolcadora podría asumir unas maniobras que saldrán, qué duda cabe, muchísimo más baratas gracias a los avances de los que les hablo. Avances en unas plataformas marinas que también sirven para evitar posibles daños en las palas de molinos de viento sobre el mar y optimizan, y de qué manera, el aprovechamiento de la energía que son capaces de generar. Algo que solo podría conseguirse contrarrestando la acción de las olas sobre la plataforma que sostiene el molino, así como la fuerza del propio viento sobre sus palas. Y de todo esto yo no tenía ni idea. Qué mundo el de la investigación en el control de cuerpos sumergidos y todas sus aplicaciones a las energías renovables marinas.
Quien sí lo sabe todo sobre esta disciplina es la paisana Leticia del Horno, desde ayer, doctora en Ciencias y Tecnologías aplicadas a la Ingeniería Industrial por la Universidad de Castilla-La Mancha en este apasionante campo que quien aquí firma no es lo suficiente capaz para entender, mucho menos para explicar. No acostumbro a hablar, ni a escribir, de lo que no comprendo, pero el atrevimiento de este viernes viene motivado por el orgullo de compartir apellidos con la ya ilustre doctora.
Los mismos apellidos de nuestros abuelos. Del que trabajó la tierra y del que vendió coches Peugeot hasta su jubilación. Los de nuestras abuelas, que sacaron adelante sus casas, una en Cuenca y otra en Carrascosa del Campo. Los de padre y madre, a quienes seguro que en el acto de ayer el orgullo no les dejó tiempo para comprender que sin ellos hubiera sido imposible que el rector de la UCLM colocara a mi hermana el birrete. Tan necesarios como cada 205 que vendió Reyes y como cada patata que recogió Marcelino mientras Agripina y Asunción hacían todo lo demás.
«Qué calor, el gorro pica», escribió Leticia en el WhatsApp familiar al bajar del escenario como pie de foto a su primer 'selfie' postdoctoral. Mientras, el resto aplaudíamos con la barbilla temblando. Ella no sabía todavía que había hecho historia. Pequeña, insignificante quizá. Pero nuestra historia. La que comparto aquí y ahora, aprovechando que ustedes me lo permiten.