Forma parte de las costumbres humanas señalar con el dedo (o con algún otro signo) las debilidades, fallos o incongruencias que se registran en las conductas, sean individuales o colectivas. Antiguamente, tal cosa iba acompañada de algunos símbolos visibles, como poner de cara a la pared durante un buen rato a los alumnos indóciles o dejar sin postre al zagal revoltoso en casa, por no hablar de otros remedios más contundentes, en forma de azote en el trasero, bofetón en el rostro y similares, costumbres aparentemente desalojadas ya del repertorio disciplinario social y familiar. Sigue existiendo, desde luego, un sistema punitivo encaminado a castigar conductas reprobables, pero ahora se hace por lo general por la vía de la sanción económica, pues parece que lo que más nos duele son los atentados al bolsillo.
Una forma práctica de sacar los colores (es un decir) a las instituciones públicas es emitir informes o comunicados que pongan de relieve sus puntos débiles. No estoy seguro de que el sistema tenga una utilidad práctica, porque los destinatarios de tales mensajes suelen estar protegidos por una coraza de insensibilidad que les vacuna contra cualquier intromisión ajena en su imperturbable caminar por la senda de las actuaciones teóricamente encaminadas al bien común. En ese mecanismo denunciante se inscribe la inclusión de hechos concretos en la Lista Roja del Patrimonio que elabora la asociación Hispania Nostra, en la que periódicamente aparecen incluidas situaciones radicadas en la provincia de Cuenca y de la que, todo hay que decirlo, también han salido algunos nombres, felizmente salvados del definitivo desastre.
En los últimos días y en dos ocasiones nos hemos visto señalados por esa Lista. Una, el progresivo deterioro de la iglesia de Poyatos, una modesta pero valiosísima construcción de estilo indefinido pero excelente ejemplo de la arquitectura rural serrana. La otra, el lamentable abandono que ha caído sobre las instalaciones que formaron la estación del ferrocarril de Cuenca, cuyo deterioro se está produciendo a la vista de todos nosotros y ante la indiferencia absoluta de los responsables de impedir que el mal avance hasta la consumación absoluta. El pretexto argumental ya lo sabemos: esperar a que se resuelva el pleito judicial, pero en ninguna parte está escrito que mientras llega tal solución haya que dejar que la suciedad, el deterioro y la ruina campen por sus respetos. Hay una obligación, natural y legal, de mantener las instalaciones en condiciones adecuadas y eso no tiene nada que ver con la parsimoniosa actividad de la justicia.
Hace más de diez años (se dice pronto), que la Real Academia Conquense de Artes y Letras emitió un comunicado en el que proponía la recuperación con fines de utilidad social y cultural de los barracones que forman parte de la estación entonces ya abandonados a medida que fue decayendo la actividad en ese recinto. Pasó el tiempo, siempre inexorable y como es funesta costumbre en esta ciudad nada se hizo para poner remedio a lo que se veía venir. Más recientemente, cuando se produjo la abrupta cancelación de la línea y con ella el final de la actividad ferroviaria, la institución volvió a recuperar el tema y reiteró, con otras palabras, lo que ya había dicho antes. Las reproduzco aquí, de manera textual:
«Las instalaciones técnicas de la estación de Cuenca, incluyendo la valiosa dotación de barracones, hoy en lamentable situación de abandono forman parte del patrimonio industrial del que sobreviven tan escasos elementos en esta ciudad. Se trata de un equipamiento que refleja todavía, aunque ya solo en forma parcial, una forma de trabajar que tiene que ver con la historia y no con el presente y que aún se manifiesta en varias instalaciones propias del servicio ferroviario con una valiosa serie de barracones de almacenamiento. Conviene recordar que en una ya lejana ocasión anterior, se planteó la conveniencia de rehabilitar los mencionados barracones como susceptibles de tener un uso social acorde con las necesidades actuales. Nada se hizo entonces, el deterioro ha seguido avanzando y es de temer que en un futuro inmediato se tome la drástica decisión de eliminarlos sin contemplaciones. Antes de que tal cosa ocurra la Real Academia considera necesario que se habilite un documento protector que garantice la pervivencia de estos elementos como parte integrante de un periodo ciertamente dilatado de la historia de la Ciudad». Hasta aquí el texto académico.
Consuela comprobar que esa no era una postura quijotesca y solitaria. A ella viene a unirse ahora la declaración de Hispania Nostra que coincide básicamente con lo que entonces se decía y yo estoy intentando decir ahora y aquí. Todos los equipamientos que formaban parte de la estación de Cuenca son ya inútiles para el servicio ferroviario (que probablemente no se va a recuperar nunca) pero pueden ser perfectamente reconvertidos, darles otro uso práctico y seguir formando parte del paisaje de esta ciudad, como elementos históricos de considerable valor. En definitiva, lo que se está haciendo en multitud de lugares de este país, sitios en los que hay una clara conciencia colectiva de lo que tiene valor y merece ser conservado como hitos importantes de su historia y su patrimonio.
Voy a concluir repitiendo algo que he dicho líneas arriba: en ningún sitio se dice que porque un asunto esté en manos de los jueces haya que abandonarlo, cubrirlo de porquería y dejar que se arruine. Los elementos que hay en la estación del ferrocarril de Cuenca forman parte del patrimonio edificado e industrial de esta ciudad y es un grave pecado político permitir que se pierda por completo.