Lucha contra el analfabetismo durante la Guerra Civil (I)

Pilar García Salmerón
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Lucha contra el analfabetismo durante la Guerra Civil (I)

Resulta sorprendente encontrarse en el ecuador de una guerra civil con  una iniciativa cultural  dirigida a erradicar el analfabetismo,  cuando lo esperado sería dedicar todos los esfuerzos a la victoria en el frente.  Sin embargo, así ocurrió dentro de la zona leal a la República con la Campaña de Lucha contra el Analfabetismo promovida y financiada  en 1937 por el Ministerio de Instrucción Pública, dirigido por el comunista Jesús Hernández. 

La campaña completaba otras iniciativas semejantes, derivadas de las premisas comunistas, que consideraban el adoctrinamiento ideológico unido a la educación como una de las armas, de la que no se debía prescindir dentro de la contienda fratricida que entonces se libraba en España. En febrero de 1937 se habían creado las Milicias de la Cultura, con maestros movilizados en el frente, con la misión de ofrecer enseñanza elemental a los combatientes. Esta experiencia se extendió a la retaguardia, mediante la creación de las 'Brigadas volantes de lucha contra el analfabetismo', de la que se encargarían personas procedentes de organizaciones juveniles que lo desasen y acreditasen la capacidad necesaria. Una formalización de esta iniciativa sería la Campaña de Lucha contra el Analfabetismo,  desarrollada durante cinco meses, a partir de noviembre de 1937, la segunda  de estas características emprendida en España, tras la que se había realizado en 1922. 

Las clases, dirigidas a las personas analfabetas de ambos sexos, mayores de 14 años, tendrían una duración de hora y media diaria, dividida en dos partes, la primera meramente instructiva, y la segunda, de media hora, se dedicaría a asuntos que interesaran a los alumnos, entre los que se incluía temas político-ideológicos relacionados con la Guerra, así como a la lectura de la correspondencia con parientes y amigos. En realidad, se trataba de una copia de las tradicionales clases de adultos, suprimidas cuando se inició esta campaña, y que dejó fuera de la aulas a aquellos jóvenes semi-analfabetos, que no tenían opción a matricularse en estas clases.

Mediante la Orden Ministerial del 8 de octubre de 1937 se regulaba su organización. Se diseñó un modelo muy centralizado, controlado por un Inspector de Educación en cada provincia, quien designaría a los maestros responsables de articular la campaña, los que a su vez nombrarían a los maestros que estarían a cargo de las aulas, con la intención de que los contenidos que se abordaran fueran conformes a la ideología defendida en el bando republicano. Los docentes percibirían una gratificación económica por su colaboración abonada por el Gobierno. Se consideró de suma importancia la confección de estadísticas de asistencia así como la intercomunicación entre responsables y maestros a través de la correspondencia. 

La documentación generada se custodia en el Archivo Histórico Provincial y revela aspectos interesantes de  la intrahistoria de la campaña en la provincia conquense. Por ejemplo, se conservan varias cartas de maestros interesados en participar en la campaña que no fueron admitidos, al ser considerados como desafectos al régimen republicano, o no lo suficientemente leales. En algunas localidades,  el maestro sería sustituido por un vecino del pueblo, sin titulación alguna,  pero claramente proclive a los ideales republicanos, respaldado por las organizaciones políticas y sindicales locales, tal y como se hace constar en los oficios anejos a las solicitudes presentadas por estos vecinos. En aquellos momentos, el aval político resultaba imprescindible para enseñar a leer y escribir al tiempo que aseguraba  el adoctrinamiento de los alumnos. La idoneidad docente pasaba a un plano secundario.

Los informes que los maestros remitían a la Inspección dan cuenta de las dificultades surgidas: en primer lugar, lograr que los analfabetos se matricularan resultó difícil. Las penalidades sufridas en la retaguardia, la incertidumbre, la  proximidad de los frentes, no constituían el mejor caldo de cultivo para acercarse hasta la escuela. Por ello, los maestros responsables recurrirían al auxilio de las organizaciones  políticas locales, a partidos y sindicatos, que organizaban charlas entre su afiliados y militantes con el propósito de animarlos a matricularse. El compromiso con los objetivos del Gobierno, muy interesado en el éxito de la campaña,  llegó al extremo de que,  algunos sindicatos y partidos amenazaran con la expulsión a sus afiliados analfabetos si no se matriculaban. En otros casos se recurrió a medios más persuasivos, mediante la edición de propaganda en unas octavillas. En San Clemente, se apuntaban estos incentivos y lemas:

¿Eres analfabeto? Tienes la obligación de no serlo, para ello acude a las escuelas.

¿Quieres ayudar a ganar la guerra? Combate el analfabetismo.

¡La república no quiere analfabetos! El fusil te defiende hoy. El libro te defenderá siempre.

Camarada, la cultura es el mayor enemigo del fascismo.

Mujer, ¿quieres ser  libre? Instrúyete.

En otras localidades se organizaron festivales a cargo de los niños, con el fin de animar a la matriculación, y recaudar fondos, sobre todo para comprar material, especialmente papel,  muy escaso durante los años de la guerra. 

A pesar del interés y dedicación, demostrado por algunos maestros a lo largo de la campaña se produjeron numerosas bajas, llegándose a publicar bandos municipales, que obligaban a la asistencia  con el propósito de lograr el reingreso de los alumnos. 

Las estadísticas conservadas  permiten afirmar que, de los cerca de siete mil  analfabetos censados, se matricularon un 28% del total. Un 39% de los varones, y sólo un 23% de las mujeres censadas como analfabetas. Menos de la mitad de los matriculados consiguieron dejar de ser analfabetos antes de finalizar la campaña. 

En un próximo articulo se comentaran algunos avatares surgidos durante el desarrollo de la campaña.