Doña Gregoria de la Cuba y Clemente, una 'influencer' del XIX

Pilar García Salmerón
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Doña Gregoria de la Cuba y Clemente, una 'influencer' del XIX

Están de actualidad los influencers, personas que cuentan su vida, ofrecen consejos y publican sorprendentes fotografías en redes sociales buscando incrementar su número de seguidores y obtener pingües beneficios. Años atrás, de forma diversa y desinteresada, otras personas han influido más profundamente en la trayectoria vital de sus coetáneos. Una de ellas, fue Doña Gregoria de la Cuba y Clemente de Arostegui, (1824-1896) perteneciente a una de las familias de la aristocracia conquense más acaudalada. Sin descendencia directa, legó su fortuna a una fundación que, a través de su patronato rector, se encargaría de la apertura y mantenimiento de una escuela en Molinos de Papel, de administrar y distribuir cuantiosos auxilios económicos entre los vecinos de la zona, así como de conceder numerosas becas a jóvenes sin recursos, que desearan continuar su formación.

¿Por qué una escuela en Molinos de Papel? Esta localidad, ligada a la familia de Doña Gregoria, en la que disfrutaba de una casona, ubicada en un recinto junto a las dependencias centenarias de una industria de lavado y esquileo de lanas de su propiedad, no tenía escuela. Si alguno de los niños de Molinos deseaba recibir instrucción debía ir caminando a Palomera. Por ello, la ilustre dama, decidió abrir aquí una escuela con un aula, formando parte del recinto arquitectónico, junto al que había levantado una iglesia-panteón en la que reposarían sus restos y los de sus familiares. Aunque dejó todo dispuesto en su testamento, sus albaceas tardaron más de ocho años desde su muerte hasta conseguir registrar la fundación y aprobar sus estatutos. Aunque Doña Gregoria no llegaría a ver en funcionamiento la escuela, en el texto de estos estatutos, redactados siguiendo sus indicaciones, puede apreciarse su interés por crear una institución educativa destinada a los más necesitados, gratuita, con buenas instalaciones y abundante material pedagógico y escolar, en la que se impartiría un programa de enseñanza conforme a lo indicado por el Ministerio de Instrucción Pública, advirtiéndose, además, que debería ajustarse a la doctrina y normas de la Religión Católica.

Los maestros serían seleccionados y contratados por el patronato de la fundación. Tendrían derecho a matricularse, los niños mayores de cuatro años y menores de catorce, hijos de los vecinos de Molinos; y si el número no llegase a veinte, se podría completar con los hijos de los vecinos de Palomera y de la Hoz, por mitad, que sean más pobres, a juicio de la junta de patronos. El maestro admitiría sin formalidades ni justificaciones innecesarias a los niños de quienes constara que reunían las condiciones de edad y filiación; y en caso de que surgiesen dudas, el maestro procuraría informarse, sin ocasionar gastos o molestias a los padres. El único requisito adicional que se establecía para la admisión era la vacunación de los escolares, con el fin de no contagiar a los compañeros. Todo el material escolar sería suministrado por la fundación, queriendo dejar claro que, la asistencia de los niños a la escuela no ocasionaría ningún gasto a las mermadas economías familiares. La escuela se mantendría abierta unos setenta años. El edificio todavía se mantienen en pie, y en el patio puede admirarse el mapa de piedra, en el que los escolares aprendían geografía al aire libre, según se aconsejaba en las propuestas didácticas del Padre Manjón, asumidas por algunos de los maestros que dirigieron la escuela, alumnos del insigne pedagogo, y a quienes la fundación había costeado sus estudios.

En un apartado de los estatutos se regulaba a la distribución de ayudas y socorros económicos a jóvenes varones, hijos de los vecinos de Molinos, Palomera y Cuenca, para el aprendizaje de un oficio, estudio de una carrera, así como dotes para las jóvenes que fueran a contraer matrimonio o hicieran profesión religiosa. Se disponía que «serán preferidos para otorgarles uno u otro beneficio los alumnos de la escuela de esta fundación, huérfanos y pobres o hijos de viuda también pobre, entre unos y otros los que hayan demostrado más aplicación o revelen más aptitud o mejor condición moral». A Doña Gregoria le preocupaba que los niños que concluyesen la instrucción elemental en la escuela de Molinos quedasen sin posibilidad de continuar su formación por falta de recursos. La creación de estas becas pudiera responder al propósito de lograr la continuidad en la promoción social iniciada en la escuela. Si bien, en este punto Doña Gregoria se muestra como una persona fiel a la mentalidad de su tiempo, por la distinta consideración otorgada al varón frente a la mujer, también es cierto que, a través de las becas, abrió las puertas al ascenso social de muchos jóvenes de la zona, en aquellos años algo impensable e inalcanzable para familias humildes, lo que convierte al personaje en precursora de la implantación de ayudas encaminadas a favorecer la igualdad de oportunidades.

Para terminar de exponer la labor socio-educativa de Doña Gregoria, hay que resaltar su participación en otras dos iniciativas. La primera, la donación en 1898 a la comunidad de religiosas Siervas de San José, más conocidas como Josefinas, de un magnífico edificio con huerta en la calle Fray Luís de León, que durante muchos años albergó el centro educativo y pensionado que estas religiosas regentaron en la ciudad. La segunda, auspiciada por el patronato que dirigía la fundación y en colaboración con el ayuntamiento, referida a la construcción en 1934, de una pequeña escuela en el barrio del Chocolate, costeada con las rentas de la fundación. El edificio se mantuvo en pie hasta que en los años setenta fue derruido al interponerse en el trazado del nuevo puente de acceso a Cuenca desde Madrid.

En 2018, ante la imposibilidad de cumplir con sus fines por falta liquidez, la fundación se veía obligada a extinguirse. La mayoría de sus bienes inmuebles pasaron a ser propiedad de la Diputación. Más de cinco años después de hacerse efectivo este compromiso, los edificios históricos de Molinos permanecen a la espera de que se acometa su recuperación.

Aunque han sido muchas las personas que a lo largo de casi cien años se han beneficiado de los bienes, becas, auxilios económicos auspiciados por la ilustre dama, sólo un monumento en el Parque de San Julián evoca su figura, con la siguiente leyenda, «Cristiana, bienhechora de los pobres, protectora de las letras y del trabajo». Deseamos que estas líneas contribuyan a valorar la labor de Doña Gregoria a través de la fundación, además de servir de sincero homenaje a esta genuina influencer conquense del siglo XIX.