Un tercio de cerveza cuesta 2,30 euros. Entrego un billete de cinco. Carol me devuelve 2,50. ¿Ha subido de ayer a hoy?, le pregunto. «No, ¿por qué?» Me has devuelto 20 céntimos de menos, digo. Ella sopesa las dos opciones: acudir a la registradora, una de esas que devuelven automáticamente el cambio, para ver dónde estaba el error, flagrante y nítido… o decir «la máquina no se equivoca» y seguir con sus labores, entiendo que con la conciencia sucia.
Del Cerro Grande, árbitro VAR del Real Sociedad-Barça, fue esclavo de la nueva tecnología para no anular lo que sus ojos estaban viendo. «Si es que es de pura lógica -pensaría-: las botas de Lewandowski son amarillas y las de Aguerd son naranjas. Eso no es fuera de juego, 'ergo' lo que me está diciendo 'el sistema' no es verdad. Pero claro, ¿cómo voy a decir yo que el gol es legal… y poner luego las imágenes del semiautomático». Ese 'sistema' pertenece a la compañía 'Hawk-Eye', capta 29 puntos de los futbolistas hasta 50 veces por segundo para calcular su posición exacta en el campo y es un método cojonudo cuando el último defensa y el primer atacante están alejados. Pero si están juntos, cuerpo contra cuerpo, ¿cómo 'mezcla' esos 58 puntos (29+29) para reconstruir a ambos futbolistas? El 'semiautomático' también se equivoca, porque adjudicaba a Aguerd un brazo de Lewandowski y, al polaco, un pie de la talla 42 y otro de la 65, aproximadamente. Y con todas las imágenes frente a sus ojos, Del Cerro y el CTA (que inmediatamente apoyó la decisión tomada por el videoarbitraje) afirmaron solemnemente: «La máquina no se equivoca».
Carol detuvo el servicio, desenchufó la registradora, le abrió las tripas con la llave y rescató mis 20 céntimos entre un carril sucio y el muelle de un cajetín. Lo que otros debieron hacer.