El día que los Príncipes llegaron a Cuenca

José Luis Muñoz
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El día que los Príncipes llegaron a Cuenca - Foto: Reyes Martínez

Tal día como hoy, hace exactamente veinte años, los adictos al telediario nocturno nos encontramos de sopetón con la imagen de unos jóvenes y acaramelados Príncipes que cruzaban divertidos el Puente de San Pablo, para ir desde el parador, donde estaban alojados hasta las Casas Colgadas para celebrar su primera cena de recién casados en solitario, lejos de la barahúnda protocolaria y mediática (además de lluviosa) que había marcado el día anterior su boda. Según todos los indicios, aquel fue el secreto mejor guardado que ha habido nunca en este país de cotillas y comadrejas, en el que toda una legión de especímenes de variada extracción (a los que, para vergüenza del colectivo profesional se les llama periodistas) se dedican a la rentable operación de inmiscuirse sin decoro en la vida privada de las personas. Nadie sabía (y los pocos que lo sabían guardaron prudente silencio) que la ciudad de Cuenca, adormecida entre las brumas primaverales de aquel domingo, con los turistas ya de regreso a sus lugares de origen, recibía en esos momentos a los recién casados para iniciar aquí su viaje de novios. Y esa fue, la del paseo cruzando el puente, la imagen icónica que la TV difundió a un país seguramente asombrado por semejante elección. No creo que los Príncipes cometieran la horterada de colocar un candado en la barandilla, pero todo es posible porque es bien sabido que los enamorados pueden hacer impunemente todas las tonterías imaginables, que se les disculpan graciosamente.

Para un país todavía impactado colectivamente por el terrible suceso del 11 de marzo de ese año, la boda fue una especie de bálsamo reparador, una inmersión en un ambiente de glamour y fantasía que ayudó a diluir las amargas sombras de la tragedia. Y que llegaba, además, acompañada de unos sabrosos ingredientes, empezando por la personalidad de la nueva Princesa, una joven periodista, de clase media y encima ya divorciada. Los puristas del protocolo habían puesto el grito en el cielo y alguno de ellos aún no ha perdonado el desajuste producido por la no elección de una persona de sangre real. Ahí era nada, una plebeya como firme candidata a ser en el futuro nada menos que Reina de España. Desde la distancia marcada por el tiempo transcurrido creo que no es exagerado decir que Letizia Ortiz ha realizado con nota de sobresaliente el tremendo esfuerzo de adaptarse a las funciones principescas, en un ambiente que no le ha sido nada fácil pero que ella, con extraordinaria, admirable capacidad, ha ido modelando, tanto en lo personal como en lo institucional para situar a la corona y a ella misma en una situación de estabilidad que buena falta le hace a este siempre convulso país, una de cuyas más asombrosas peculiaridades (y tiene otras muchas) es mantener siempre activa la disquisición salomónica entre monarquía o república, en la que caen (y es algo que me asombra) personas a las que respeto y valoro, que se declaran constitucionalistas con total convicción, pero eso sí, borrando el Título II de esa misma Constitución que dicen respetar, como si cada uno de nosotros pudiera adaptarla a nuestras propias conveniencias: esto me gusta y lo mantengo, esto no me gusta y lo incumplo.

La pareja Felipe y Letizia está siendo de enorme importancia para que se puedan superar las enormes convulsiones sufridas por los comportamientos inadecuados de varios miembros de la familia real. Creo que no hay dudas de que en esa evolución ha sido fundamental la actuación de la Princesa, una persona a la vez inteligente y atrevida, absolutamente moderna y modernizadora de la institución que además ha sabido superar un aparente distanciamiento o frialdad inicial para transformarse en alguien muy cercano a la gente y eso siempre se agradece.

Tal como yo veo las cosas, creo que esta ciudad de Cuenca tiene dos deudas con la actual pareja real. Las comentaré brevemente, por si caen bien o van a parar al conocido saco roto.

La reina Sofía era presidenta de honor de la Fundación Semana de Música Religiosa de Cuenca. No se en qué momento, pero desde luego en una actuación nada elegante ni cortés, alguien decidió suprimir ese cargo honorífico, en una acción injusta porque sobre ella, como sabemos, no recaen ninguna de las culpas que han apartado de la vida oficial a su marido, el dichoso emérito. Una vez consumado este desafuero, convendría sustituirlo y volver a recuperar la presidencia de honor de las Semanas, que debería ofrecerse a la reina actual, reanudando así la tradición de tantos años.

La ciudad de Cuenca es una de las tres españolas, con Santiago de Compostela y Toledo, que cuentan con una figura administrativa muy especial, un Real Patronato que, como su propio nombre indica, cuenta con la protección de la corona. En la charla cotidiana hablamos coloquialmente del Consorcio, que es solo el elemento ejecutor de la institución superior. El Real Patronato fue aprobado por un Real Decreto del 23 de enero de 2004 y se constituyó oficialmente el 17 de marzo de 2005, en un acto al que asistieron el rey Juan Carlos, el presidente del gobierno José Luis Rodríguez Zapatero y varios ministros, entre ellos la de Cultura, Carmen Calvo, además de las primeras autoridades conquenses. No recuerdo que el Real Patronato se haya vuelto a reunir con esa solemnidad desde entonces. Me parece que es hora de que se recuperen viejas costumbres y que el rey actual, Felipe VI, sea invitado a que presida por primera vez esa institución que tan eficaz está siendo para la sistemática recuperación del casco antiguo de Cuenca.

Durante mucho tiempo, después de aquella primera noche del viaje de bodas, los turistas pululaban por el casco antiguo preguntándonos a los vecinos dónde estaba el puente de los Príncipes. Si el Ayuntamiento, el de entonces y el de ahora, que es siempre el mismo aunque cambien las personas, tuviera un poco de mentalidad comercial, se habría apresurado a colocar la señalización adecuada e incluso se podría haber implantado un tenderete de merchandising (cosa astuta que se hace en todas partes con cualquier motivo). De esto último ya no es tiempo, pero poner en las calles del casco antiguo un indicador de por dónde se va al Puente de San Pablo sigue siendo un asunto pendiente, uno más, de los que forman el nutrido repertorio de cuestiones conquenses.