Barreras para huir del maltrato

Marta Ostiz (EFE)
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Las trabas que se encuentran las mujeres jóvenes a la hora de luchar contra las agresiones machistas las deja desamparadas frente a un sistema falto de recursos

Barreras para huir del maltrato

'El maltrato a las mujeres es un problema endémico en la sociedad actual. El mito del amor romántico, que a menudo esconde medidas de control en las parejas más jóvenes, unido a la falta de recursos dirigidos específicamente a estas edades, son algunas de las principales barreras que investigadoras del Instituto de Salud Carlos III de Madrid han identificado en la lucha contra la violencia machista, una lacra, desgraciadamente, muy presente en España.

Laura Otero y Belén Sanz, dos de las autoras principales del estudio, explican las conclusiones de esta investigación, que pretende detectar cuáles son los obstáculos psicosociales y estructurales que encuentran las mujeres de entre 16 y 29 años que sufren este tipo de violencia para beneficiarse de los correspondientes servicios de prevención y ayuda.

Para ello, han analizado las percepciones que tienen los profesionales que trabajan en servicios relacionados con la violencia de género mediante entrevistas a personas vinculadas con servicios sociales, sanitarios, fuerzas de seguridad, oficinas de la mujer y asociaciones en la Comunidad de Madrid.

Entre las principales trabas, relata Otero, se encuentra la construcción social que sigue habiendo de las relaciones afectivo-sexuales. «Hay medidas de control que ejercen los hombres en una relación que muchas mujeres siguen viendo como algo romántico».

Los celos, el control sobre la forma de vestir, sobre las amistades con las que queda la chica, sobre los mensajes que escribe o recibe en las redes sociales son ejemplos de relaciones tóxicas que en ocasiones se confunden con un sentimiento falso de amor o protección.

Principales obstáculos a los que se enfrentan las chicas de entre 16 y 29 años

Servicios poco adaptados

La primera barrera a la que tienen que hacer frente las mujeres jóvenes está relacionada con los servicios sociales dirigidos a este colectivo. «Las chicas adolescentes se encuentran con que estos servicios no están adaptados a su edad, sino que sienten que van más dirigidos a perfiles de mujeres adultas», relata Laura.

De esta forma, la asistencia a la que podrían recurrir las mujeres jóvenes víctimas de violencia machista no resulta atractiva para ellas. «Es poco amigable para la gente joven», apunta la investigadora.

Otero se refiere en este punto a estrategias o experiencias que han puesto en marcha países como Suecia, donde existen clínicas de salud sexo-afectiva especializadas en gente joven, en las que también se aborda la violencia de género en un clima mucho más cercano para este grupo de edad.

Además, Belén advierte que, en algunos casos, los servicios a los que acuden las mujeres más jóvenes no las identifican como víctimas de violencia machista dado que algunos de los profesionales entrevistados consideran que determinadas situaciones que viven en pareja «son cosas de jóvenes».

«En ocasiones, son los propios trabajadores los que reconocen que tienen dificultades para poner en valor toda esta violencia y no normalizarla», afirma.

Falta de confidencialidad en el mundo rural

La situación se complica aún más si la chica vive en una zona rural. En este contexto, los entrevistados denuncian la falta de confidencialidad y anonimato que sufren las víctimas, ya que en estos lugares en los que hay poca población normalmente se comparten los mismos espacios para atender distintos casos.

«Si la trabajadora social va dos días de la semana a un determinado pueblo y hay una sala de espera común para todos, al ver a una mujer joven, la gente se pregunta para qué acude o por qué está ahí, con lo que preservar el anonimato en estos municipios es mucho más complicado», lamenta Otero.

Sanz redunda en la misma idea. «En los pueblos todo el mundo se conoce. En estos casos, existe una pérdida de confidencialidad que puede dificultar el acceso de las mujeres a estos servicios», sostiene.

Y al margen del núcleo en el que viva la víctima, ambas expertas reconocen que es complicado salir de un contexto de violencia. Además, en el caso de las más jóvenes, se da el añadido de que muchas tienen miedo a las reacciones que pudieran tener su familia o el propio entorno de sus amigos, imaginándose que no les van a creer y se van a quedar solas.

«Cuando somos adolescentes, una de las cosas más importantes es la situación social y la importancia que tiene el círculo de amigos. Y cuando hay una relación y se comparten amistades, la mujer puede sentir miedo a quedarse aislada si denuncia», indica Otero.

Educación y mayor prevención

Fundamentalmente por estas dos razones, las mujeres jóvenes reclaman una mayor concienciación sobre la violencia de género, formación para no normalizar prácticas violentas y saber vincular los celos y el control al amor romántico. «Hace falta muchísima educación al respecto», sentencia Otero.

Sanz, por su parte, pide mayor inversión en prevención. «Según los estudios, el principal factor de riesgo a la hora de ver si una mujer va a sufrir violencia machista o no es que su madre haya sufrido maltrato. Es decir, estar expuesta a la violencia de género en la infancia incrementa mucho el riesgo de que una mujer, a lo largo de su vida, sea víctima directa de este tipo de maltrato».

Por este motivo, aboga por acompañar a los hijos e hijas de las mujeres víctimas desde el sistema sanitario durante mucho tiempo para evitar que, en un futuro, esos menores sean o bien víctimas o bien agresores. «Tenemos ahí un campo muy, muy grande para la prevención», asegura.