Miota y Moset tienen motivos para sonreír

Leo Cortijo
-

El ganadero, con un encierro más que interesante, y el novillero, merced a una evolución en sus formas, destacan en la becerrada que pone el broche a la Feria y enarbolan con éxito la bandera de la Cuenca taurina.

Miota y Moset tienen motivos para sonreír - Foto: Javier Guijarro

Las dos banderas más prometedoras de la tauromaquia conquense, el ganadero Pedro Miota y el novillero Daniel Moset tienen motivos para estar felices tras lo visto en el último festejo de la Feria de San Julián. El primero, porque por segundo año consecutivo ha lidiado en la becerrada un encierro de nota muy alta. Notable como mínimo... y es muy probable que más. Un conjunto de animales, en general, con muchísimas opciones en la muleta, con clase, prontitud, repetición y un fondo más que interesante. Para aquellos que empiezan, ideal. El  sin caballos, por su parte, fue el triunfador numérico y se le notó una evolución muy palpable respecto al año pasado. Marcha por el buen camino. Y eso, en este mundo tan complicado, no es moco de pavo...

Abrió la clase práctica Manuel Martínez, de la Escuela Taurina de Málaga, que brindó su faena a Marcha al público. El joven buscó en su porfía con la muleta la colocación idónea, al menos al inicio de cada serie, y eso es de admirar. Templó con cierto gusto la buena entrega del novillo de Miota, que con mucha clase se entregó por ambos flancos. Hubo pasajes interesantes por el pitón derecho, pero la obra, larga en exceso, se diluyó cuando tiró de efectismos en las postrimerías.  

Al abrochado Fichado lo saludó de forma convincente con la capa Pedro de la Hermosa, de la Escuela Taurina de Guadalajara, y quitó por colleras con su compañero y amigo Daniel Moset, que ya dejó su carta de presentación. Se dobló con el animal de inicio para luego citar de largo en las primeras dos series a derechas, con un animal que tenía la acometividad idónea para el que quiere hacerse torero. Al natural el novillo no bajó de intensidad y el 'torerete' debió darle continuidad. Se eternizó con los aceros, un sainete. 

Daniel Moset, también de la Escuela Taurina de Guadalajara pero conquense orgulloso, lanceó con gusto a la verónica al Volador que hizo tercero, un 'torete' en toda regla. Movió el percal con gusto y sentido, llegando a base de temple arriba. La forma de componer la figura ya evidenció a las claras y desde inicio las buenas formas de Moset, que se dobló con el animal en el tercio. En las dos primeras series a derechas, hilvanó cuatro y el de pecho de notable ejecución. Al natural, de uno en uno y desde la verticalidad, pero al hilo. El pupilo del otro conquense del binomio, como todo el encierro, muy bueno para sentir el toreo en las muñecas, aunque algo menos franco que el resto del envío. Hubo una serie en las postrimerías de ayudados por alto y un remate por abajo que fue el broche ideal antes de cobrar una estocada algo caída. El público se volcó con él y lo sacó a hombros.  

Mario Vilau, de la Escuela Taurina de Alcudia, recibió en la puerta de toriles a Intérprete, un novillo que brindó a Moset. Dos rodillas en tierra en el centro del platillo antes de recuperar la verticalidad y muletear con algunos altibajos la notable condición del animal. A la labor le costó tomar vuelto y tampoco fue a mejor cuando abrasó al bueno de Miota en cercanías. Hasta sufrió una voltereta por tanta insistencia. Dicho esto, hubo algunos naturales que valieron mucho. 

Bruno Gimeno, de la Escuela Taurina de Valencia, cortó una oreja tras recibir a su oponente a portagayola y ser muy aplaudido por su aseado uso del capote. Corrección con la muleta a los sones de En er mundo, con la entrega que cabe esperar de un joven que quiere brillar. Eso sí, lo de desplantarse tirando la muleta y la espada al acabar dos buenos muletazos... El público también estuvo con él. 

Jorge Hurtado, de la Escuela Taurina de Badajoz, probó con el capote sin demasiada brillantez, aunque se adornó en el quite. Digno en el manejo de la 'roja', apostando por la ortodoxia antes que por los adornos, algo muy distinto a la línea general de toda la tarde. Canónico. El mal empleo de los aceros le privó de obtener mayores réditos y su labor no pasó de unas palmas. 

Daniel Sevilla, de la Escuela Taurina Yiyo de Madrid, sufrió un revolcón con el capote sin consecuencias, como a las primeras de cambio una vez que tomó la muleta y nada más brindar. Faena de dientes de sierra que no termina de volar en altiplano, pero ofreciendo algo meritorio al encadenar algunos pasajes seguidos que agradaron a un público por entonces demasiado cansado. Lo de la clase práctica en la feria es todo un acierto, pero el que participen siete chavales se hace realmente agotador. Lo poco agrada, lo mucho cansa.