El día que Cuenca estrenó un Teatro-Auditorio

José Luis Muñoz
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El 6 de abril del año 1994 empezaba una nueva dimensión de la Cultura en la ciudad Cuenca y lo hacía en un espacio con una magnífica sonoridad.

El día que Cuenca estrenó un Teatro-Auditorio - Foto: Santiago Torralba

El día que Cuenca estrenó un Teatro-Auditorio publiqué un artículo titulado Otra dimensión en el que pretendía explicar a la ciudadanía que con ese acto esta ciudad entraba en un espacio completamente distinto que se abría ante nuestros ojos con unas perspectivas en que se combinaban la sorpresa por disponer de una infraestructura cultural hasta entonces inédita junto con las dudas sobre la capacidad efectiva que pudiera haber para gestionarla y hacerla crecer, sin que faltara (siempre existe) el sector de escépticos malhumorados que emite comentarios desde el «qué falta hace aquí una cosa así» hasta «no nos lo merecemos» con un variado repertorio de matices en torno a esas ideas destructivas.

Era 6 de abril de 1994 y desde el 19 de febrero (o sea, menos de dos meses) tenía en mis manos el Decreto del alcalde de Cuenca por el que se me nombraba director de la criatura, a la vez que se encargaba al Servicio municipal de Cultura que pusiéramos en marcha los mecanismos precisos para llevar a cabo la apertura de ese nuevo y sorprendente equipamiento, que habíamos visto crecer, desde luego, durante muchos años, pero que no esperábamos recibir de manera tan precipitada y que venía a romper nuestros esquemas de funcionamiento hasta entonces.

La primera incógnita a despejar es por qué un Auditorio para Cuenca. La historia es larga y es preciso abreviarla, empezando por un dato bien simple: hasta la llegada de la democracia, en España no había auditorios de música. Había teatros, bastantes y algunos muy famosos, repartidos por todo el territorio nacional, en los que se ofrecían conciertos y espectáculos musicales, pero auditorios, es decir, un espacio adecuado de manera específica para la música, no había ninguno. 

El día que Cuenca estrenó un Teatro-AuditorioEl día que Cuenca estrenó un Teatro-Auditorio - Foto: Santiago Torralba

Hasta que llegó la Democracia y el primer presidente de este novedoso sistema político, Adolfo Suárez, implantó en 1977 el que se llamó Ministerio de Cultura que diseñó el que se denominó Plan Nacional de Auditorios, con el objetivo de construir uno en cada una de las Comunidades Autónomas que entonces empezaban a caminar. Y así se hicieron los de Granada, Valencia y el Auditorio Nacional, en Madrid. Todos ellos fueron diseñados por el mismo arquitecto, José María García de Paredes, experto en este tipo de construcciones en las que la acústica juega un papel trascendental y que a continuación recibió el cuarto encargo, un Auditorio para la ciudad de Cuenca, elegida porque se consideró que, entre todas las que forman parte de la Comunidad Autónoma de Castilla-La Mancha era la que presentaba un más sólido historial como ámbito adecuado para el desarrollo de actividades musicales.

El Teatro-Auditorio de Cuenca empezó a tomar forma con la firma el 1 de diciembre de 1986 de un convenio entre el Ministerio de Cultura, la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, la Diputación Provincial y el Ayuntamiento, cuyo alcalde, Andrés Moya López, fue no solo un elemento necesario sino fundamental para facilitar el desarrollo de las obras. Aquel era un tiempo feliz en que los dirigentes de instituciones de diferente signo político eran capaces de llegar a acuerdos en beneficio de la comunidad.

El solar de la antigua cantera. Se ponía en marcha el siempre laborioso procedimiento de iniciar una construcción nueva que, además, tenía unas características especiales, tanto por su volumen como por la inversión necesaria para llevarla a cabo y eso dio lugar al siempre conveniente debate sobre cuál podría ser la mejor ubicación para situarla, lo que sirvió para la exposición de las más variadas posibilidades y teorías. La elección no dejó de ser polémica, muy polémica, diría yo, porque el Ayuntamiento encontró con este proyecto la fórmula ideal para dar solución a un problema que tenía encima de la mesa desde hacía años: qué hacer con el monstruoso hueco dejado en la falda del Cerro del Socorro por la cantera que durante décadas había estado maltratando ese paraje con la aviesa intención de llegar a arrasarlo por completo. 

El día que Cuenca estrenó un Teatro-AuditorioEl día que Cuenca estrenó un Teatro-Auditorio - Foto: Santiago Torralba

Menos mal que al fin y después de infinitas gestiones, fue posible detener ese proceso y cancelar la dichosa cantera, pero quedó el hueco y ese fue el espacio elegido para la construcción, con el consiguiente escándalo de los puristas de turno, que pusieron el grito en el cielo ante lo que calificaron como un atentado estético y urbanístico contra el casco antiguo de Cuenca, cuya esencia era preciso defender de esa construcción audaz y moderna. La autoridad competente hizo oídos sordos a las protestas y la obra empezó y continuó, hasta quedar interrumpida por el problema de siempre: se agotó el presupuesto, los precios estaban subiendo, era preciso habilitar nuevos fondos.

Esa interrupción resultó fundamental para decidir el destino del edificio. Era entonces director general del INAEM (organismo del ministerio de Cultura encargado de las actividades escénicas y musicales) el actor Adolfo Marsillach, que vino a Cuenca para estudiar la situación y canalizar el desarrollo de las obras interrumpidas. 

Quienes estuvieron con él cuentan que, en cierto momento, situado en medio de lo que ya estaba construido, dijo algo así como esto: «Cuenca se va a quedar sin teatro. ¿Por qué no aprovechamos la ocasión y adaptamos este edificio para que sirva también como teatro?». Debió resultar convincente porque cuando los trabajos se reanudaron ya no se hablaba solo de un auditorio, sino de un teatro-auditorio, como ha resultado, dando una imagen que al principio resultó sorprendente y desconcertante, porque el espacio dedicado al público está dispuesto como el de un auditorio, pero la caja escénica es la de un teatro, a la que se le puede añadir una caja acústica para envolver a la orquesta y mejorar su sonoridad. Por cierto, que durante ese periodo también había fallecido el arquitecto García de Paredes (1990) que de este modo no pudo ver la terminación de la obra, cuya continuidad asumieron su hija, Ángela y su yerno, Ignacio García de Pedrosa.

El día que Cuenca estrenó un Teatro-AuditorioEl día que Cuenca estrenó un Teatro-Auditorio - Foto: Santiago Torralba

A finales del año 1993 quedaron terminadas las obras de construcción realizadas por la empresa Cubiertas y MZOV, S.A (hoy titulada Acciona). Durante los meses previos a la apertura celebramos numerosas reuniones con participación de representantes de las instituciones que habían participado en la obra, de la empresa y de quien, como yo, iba a hacerme cargo de la gestión; cónclaves en los que me tocó hacer el papel de mosca cojonera, dicho sea con todos los respetos, porque nuestro aterrizaje en el edificio nos permitió descubrir no pocos problemas que se deberían haber detectado antes. 

Como es fácil imaginar, no voy a entrar aquí en el detalle del listado de cuestiones que tuve que plantear durante ese tiempo. Porque, parodiando a Machado, el edificio me lo dieron desnudo de equipaje o, como dijo uno de mis colaboradores, menos mal que por lo menos han dejado puestas las butacas. Y, efectivamente, eso es lo único que había, junto con una mínima dotación de obsoletos focos para iluminación. 

De manera que teníamos la cáscara del buque y nada más, lo que se traduce en una precipitada búsqueda de todo lo necesario para poder ponernos en marcha, con cosas muy anecdóticas, como el mobiliario de los despachos, la instalación telefónica, la dotación de la taquilla o el equipamiento y decoración de los espacios públicos hasta otros asuntos más trascendentes, como los elementos móviles necesarios para la colocación de una orquesta en el escenario, atriles y sillas para los músicos o la instalación de radiadores en los camerinos con el fin de que los artistas no se murieran de frío nada más llegar. Ese despliegue fue posible porque, frente a todas las dificultades burocráticas y económicas que suelen desplegar las instituciones públicas, hubo una persona, el alcalde José Manuel Martínez Cenzano, que se lio la manta a la cabeza y sorteó todas las zancadillas que puso el aparato, o sea, atendió una tras otra las demandas que yo le iba planteando con el propósito evidente de poder llegar de la mejor manera posible a la fecha fijada para la inauguración. Con su apoyo y con el esfuerzo sin límites y sin exigencias del pequeño grupo de trabajadores que asumió ese papel (que desde aquí reconozco y aplaudo) pudimos ir sorteando las dificultades.

Elección de la JONDE, presunta orquesta residente. Una vez superada la carrera de obstáculos que fue preciso solventar (y que aquí apenas si he dejado insinuada) llegó la hora de abrir las puertas y celebrar el acto inaugural para el que desde el comienzo estuvo señalada la JONDE, la Joven Orquesta Nacional de España y ello por un sencillísimo y elemental motivo: porque era la agrupación musical que debería tener la condición de orquesta residente en el Auditorio de Cuenca. Porque conviene decirlo para información de quien  no lo sepa: todo espacio musical estable cuenta con una orquesta residente. 

La JONDE estaba predestinada a cumplir ese papel, ya que había sido designada la ciudad de Cuenca para servir de sede permanente a la formación musical. A primeros del año 1990 se firmó el convenio entre el Ministerio de Cultura y la Junta de Comunidades (Jorge Semprún y José Bono, respectivamente) para financiar conjuntamente la implantación de la JONDE en Cuenca, acuerdo al que posteriormente se adhirieron el Ayuntamiento y la Diputación. No se trataba solo de la vinculación fija de la orquesta con la ciudad, sino que con ella venía el Centro Superior de Música, para cuya instalación comenzó la restauración del Edificio Palafox. La frustración y cancelación de ambos proyectos forma parte de la triste historia de pérdidas que ilustran la historia reciente de esta ciudad.

Pero nada de eso había pasado todavía el 6 de abril de 1994 y la interpretación del concierto inaugural fue encomendada a la que era, in péctore, orquesta residente del Teatro-Auditorio, dirigida por su titular, Edmon Colomer, con un programa verdaderamente exquisito: la obertura de El Príncipe Igor, de Alexander Borodin; Noche en los jardines de España, de Manuel de Falla; y el Concierto para piano y orquesta, de Bela Bartok, con Rafael Orozco al piano. El flamante nuevo auditorio presentaba un aspecto espléndido, con la flor y nata de la sociedad conquense y el pueblo llano arropando al nutrido repertorio de autoridades, con la Reina Sofía en el centro y junto a ella el presidente Bono y la ministra de Cultura, Carmen Alborch.

Hubo un fallo de protocolo. La norma indica que, en el momento preciso en que la Reina entra en el salón, la orquesta interpreta el Himno Nacional pero… nadie advirtió a la orquesta de que estuviera a tiempo en el escenario, vacío cuando las autoridades comparecieron en el palco. La orquesta, claro, salió entonces e interpretó el himno, un poco a destiempo, y la cosa no pasó de ser una anécdota, tras la que el concierto comenzó de una forma ciertamente brillante, con lo que todo el mundo pudo saber que, efectivamente, ese día empezaba una nueva dimensión de la Cultura en Cuenca, que lo hacía en un espacio de magnífica sonoridad  y que las interpretaciones conocidas hasta ahora, en los por otra parte, entrañables escenarios de San Miguel y San Pablo, pasaban a la historia.

En el intermedio, la Reina me firmó en la primera página del libro de honor del Teatro-Auditorio y recibió a una serie de personalidades de la vida cultural conquense, especialmente invitadas para asistir al acto inaugural. Allí estaban, en amigable charla, Carlos Flores, Carlos de la Rica, Gustavo Torner, José Luis Coll, José Luis Perales y Pedro Mercedes, junto con varios de los jóvenes miembros la orquesta y su director, Edmon Colomer, Rafael Orozco, y los compositores Carmelo Alonso Bernaola y Antón García Abril que asistieron a ese primer acto del flamante coliseo.

Entonces se produjo uno de esos momentos inesperados en que todo el mundo queda en suspenso, sin saber muy bien qué hacer o esperando a ver quién es el que lo hace. Sonaron los timbres anunciando el comienzo de la segunda parte y el público, autoridades incluidas, empezaron a caminar hacia sus asientos, pero la Reina estaba allí, inmóvil, plantada frente al gran ventanal acristalado que cubre la cafetería, mirando hacia el exterior, con todo el amplio panorama de Santa Catalina y San Martín enfrente. 

Quedábamos ya muy pocas personas, no había más remedio que tomar una decisión y comprendí que me tocaba: me acerqué a ella y con la suavidad propia de estos casos le dije: «Señora, va a comenzar la segunda parte del concierto». Me miró sonriente, con ese gesto afectuoso que doña Sofía tiene en la mirada y solo dijo: «Es que esta ciudad es tan bonita…». La acompañé hasta el palco y el concierto pudo continuar. Y así quedó abierto el Teatro-Auditorio de Cuenca. Hasta hoy, en que es una realidad consolidada.