Las películas del faquir conquense Daja-Tarto

Óscar Martínez Pérez
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Las películas del faquir conquense Daja-Tarto

El dramaturgo y director teatral Alfredo Marquerie dedicó en su libro de memorias Personas y personajes (Dopesa, 1971) un recuerdo del faquir conquense, diciendo que «entre todos los faquires habidos y por haber, ninguno pudo igualar al increíble Daja-Tarto». Como todos sabemos –se ha divulgado mucho– Daja-Tarto era el nombre artístico que utilizó el genial conquense Gonzalo Mena Tortajada, (su segundo apellido dicho al revés), que nació en Cuenca hace 120 años, vivió sus primeros diez años de existencia en el popular barrio conquense de Los Tiradores y junto a sus padres conquenses emigró hacia la capital de España, donde desde muy pronto comenzó a vivir muchas experiencias extravagantes.

Tras casi ser ingresado en la correccional de Santa Rita, debido a su especial carácter, su padre lo colocó como botones en el Ritz, pinche en la Melilla del desastre, marinero y hasta torero (utilizó como nombre taurino el de Arenillas de Cuenca, toreando cuatro novilladas sin caballos, y a él se le ha atribuido, con el tiempo, la invención de la chicuelina) y cómo no, faquir donde llegó a ser único y genial.

La escritora Mariví Cavero, resumiendo el final de la existencia del conquense como faquir y hombre del mundo del espectáculo, definió su trayectoria así: «El 30 de octubre de 1988 expiraba Daja-Tarto, instalado ya en esa nebulosa de beatitud que socorre a quien anhela el olvido, y formulando como último deseo que su ataúd estuviera forrado de cristales rotos y que su cuerpo fuera envuelto en papel de lija. Es Daja-Tarto un conquense absolutamente singular, desgarrado y excéntrico, envuelto en un halo de misterio y bondad, que supo dar brillo a la picaresca y logró convertirse en el faquir más afamado de España».

Daja-tarto y el cine. El paso por el mundo del cine de nuestro ilustre y polifacético faquir conquense no es parte muy importante en las memorias que escribió sobre su vida (Memorias del enigmático faquir Daja-Tarto), pero no cabe duda de que tuvo su importancia al ser una vía de escape vital y laboral al decaer su rutilante carrera como faquir.

El señor Feliú y Javier Jiménez nos cuentan que «mientras no se demuestre lo contrario» el inicio de las colaboraciones cinematográficas de nuestro genial paisano comenzaron con Un traje blanco / Il grande giorno, filme dirigido por Rafael Gil en 1956, donde Daja-Tarto interpreta un papel secundario de Rey Mago que regala al niño protagonista de la película un traje para hacer la primera Comunión. Años antes y también en filmes dirigidos por Gil tuvo unas breves apariciones como en La noche del sábado y El gran Galeoto. Un par de años después aparecerá en El sol sale todos los días, cine de comedia dirigida por Antonio del Amo, en la que el actor apenas tiene algún diálogo.

En 1963 Pedro Lazaga rodó La pandilla de los once, también una comedia en la que aparece Daja-Tarto con su característico atuendo de faquir hindú. En palabras de la crítica cinematográfica, la intervención más relevante y por lo tanto de más calidad del todoterreno conquense es el papel que interpreta en 1965 en la comedia con humor negro y suspense dirigida por José María Forqué titulada Umorismo in nero o la Muerte viaja demasiado, donde la indumentaria de faquir y el famoso puñal que entra y sale por las fosas nasales da a la película un sello particular. Daja-Tarto hizo muchas cosas en el cine aunque no fuese como actor, o con apenas cameos en películas junto a María Félix, Ana Mariscal y Rafael Durán. O conseguir 300 ratas para una película de terror, animar con su presencia el estreno de varias películas en la Gran Vía madrileña, etc.

Finalmente, en 1969 sufrió un accidente mientras realizaba su famoso truco con el puñal  para la película western Cañones para Córdoba, película estadounidense al estilo espagueti que le haría abandonar al conquense los focos y cámaras del cine definitivamente.

Los hermanos Tonetti, enterados del accidente y de las consecuencias que tuvo para la visión del conquense, organizaron la despedida del faquir ante su público, con la concesión de la Medalla de Oro del Circo. También por mediación de José María Izquierdo, director del Museo de Cera situado en la calle Colón capitalina, se realizó la espectacular figura del faquir con su indumentaria y turbante. 

Años más tarde, el periodista Florencio Martínez Ruiz contó en un emotivo artículo homenaje póstumo, la anécdota sobre la presencia del ilustre conquense en el museo madrileño: «Descanse en paz, Daja-Tarto, mártir de barraca que sustituyó los cilicios por los colchones de púas. Mientras completaba esta semblanza mucho menos disparatada que su existencia, quise rendirle un homenaje póstumo, peregrinando hasta el Museo de Cera de Madrid, donde esperaba  toparme con la figura que lo inmortalizaba. Un bedel atento a mis requerimientos, comprobando el desconcierto que poblaba mis facciones al no dar con ella, accedió a mostrarme una habitación clausurada, mullida de polvo y telarañas, donde se amontonaban como restos de un naufragio, las figuras descartadas por los vaivenes de la moda. 

Entre el cementerio de maniquíes decapitados el bedel supo deslindar con una linterna –su chorro de luz me recordó los focos que se empleaban en el circo para resaltar las actuaciones de la pista central– una figura borrosa de mugre, con el esmalte resquebrajado y las cuencas de los ojos vacías, coronada por un turbante cuyas vueltas se habían aflojado, como un prepucio inválido. Asentí piadosamente, y le supliqué al bedel que dejara de infamar con su linterna el sueño ciego y desmemoriado de Daja-Tarto».