Hay un cuadro en la Diputación de Cuenca del pintor conquense don Víctor de la Vega, titulado Retablo conquense, que ha venido considerándose un fiel reflejo de la historia de esta ciudad. Aparece el retrato del rey Alfonso VIII, el que conquistó la ciudad a los moros, personajes destacados de las armas y las letras de los siglos antiguos, como el conquistador Alonso de Ojeda, por ejemplo, junto a personalidades del mundo de la cultura y de la política más cercanos a la vida del pintor: el escritor Luis Astrana Marín, alcaldes de la ciudad, médicos insignes, etc.
En total 65 personajes, de los que solo cinco son mujeres y, de esta pequeña muestra, tres de ellas llevan hábito de monjas. Es decir, más de la mitad de la población femenina que el pintor ve representativa de la vida cultural conquense pertenecen a alguna orden religiosa. No es de extrañar que las mujeres escritoras que he encontrado pertenezcan al clero o estén relacionadas con la iglesia. Como ocurre en otros lugares, en tiempos pasados, los monasterios eran el único recinto posible que las mujeres tenían para desarrollar inquietudes intelectuales. Recordemos a sor Juana Inés de la Cruz en México.
De tanta inteligencia escondida en los cenobios femeninos y sus aledaños, asoma a la luz, de vez en cuando, algún nombre como el de la protagonista de este capítulo. La escasa información que hay de Ana de Mendoza nos la proporciona la investigadora norteamericana afincada en Cuenca durante años, Sara T. Nalle, en su libro Dios en La Mancha, publicado en inglés en 1992, fruto de su tesis doctoral aprobada en 1983. La versión en español, traducida por la propia autora, se ha publicado treinta años más tarde, en mayo del 2023.
Entre los pocos datos que hay de esta monja está su lugar de nacimiento: el Castillo de Garcimuñoz, y el nombre de sus padres: Leonor de Cabrera y don Juan Ladrón de Mendoza. Aunque no tenemos las fechas de nacimiento y muerte, podemos situarla temporalmente por hechos documentados en lo que interviene, las inspecciones de conventos que por parte del obispado de Cuenca de 1572. Otro dato biográfico que se desprende de los documentos escritos que se han conservado es que fue una mujer culta, que escribe versos con un lenguaje popular, claro, burlesco y desinhibido.
Según Sara Nalle los conventos, sobre todos los femeninos, en esta época estaban plagados de escándalos, lo que motivó que los obispos ordenaran supervisiones periódicas de la vida en ellos. En Cuenca, el obispado realizó inspecciones secretas, una de ellas en 1572. La realizada en el convento de las benedictinas, hoy conocidas como las Benitas, reveló bastantes desvíos de la Regla de la Orden. Este convento era, y lo sigue siendo, de los más antiguos de la ciudad. Se sabe que parte de la familia Valdés está enterrada en su iglesia, puesto que el padre, Hernando de Valdés, que era corregidor de Cuenca, compró el derecho de ser enterrado en su capilla.
Sara T. Nalle relata cómo las inspecciones descubren que los familiares visitaban a las monjas en el interior del convento, que varias de ellas vivían fuera de sus muros, y varios hombres entraban y salían de clausura. Las monjas, incluida la abadesa, vestían hábitos que no eran los prescritos en la orden y dormían en celdas separadas, no en el dormitorio común. Ana de Mendoza denunció este estado de cosas en unas coplas a modo de sátira contra 21 de sus compañeras de la Orden. Denuncia que presentó a los inspectores. Transcribo la copla recogida por la investigadora Sara T. Nalle:
Para María de Salazar
que es pedorra sin par
que a todo quiere catar
y jurar que nunca lo vio.
Para don Alonso Carrillo
Que parece un mono
viejo y amarillo
y querrá usar su oficio
y la abadesa se lo impidió.
Para esa de Arriega
Que es una tuerta y fea
Y al mundo multiplicó…
La abadesa de este convento, Teresa Carrillo, se negó a contestar a los clérigos encargados de hacer la inspección de las monjas a su cargo, a pesar de que la amenazaron con la excomunión (Sara T. Nalle, 2023, pág. 230).
La interpretación que da esta investigadora al último verso transcrito de Ana de Mendoza, «y al mundo multiplicó», es que una de las monjas había dado a luz en el convento. También recuerda en la nota a pie de texto que en la iconografía cristiana los monos y los simios simbolizan la lujuria y la codicia (Nalle, 2023, pág. 230).
Sería interesante poder leer el resto de los versos satíricos que esta monja escribió. Quien esté interesado en ello no tiene nada más que ir al Archivo Diocesano y consultar los documentos en los que están escritos, como hizo la investigadora cuyo libro citamos. Según ella, existen muchos más que los que reprodujo en su libro. Quizá, en el futuro, algún investigador se anime a publicarlos.