"La vida se vuelve plana cuando no tenemos sueños"

Óscar del Hoyo (SPC)
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"La vida se vuelve plana cuando no tenemos sueños" - Foto: JAVIER OCAÑA

Reflexiva y metódica, Paloma Sánchez Garnica (Madrid, 1 de abril de 1962) decidió dejar un buen día su labor profesional como abogada para dedicarse de manera íntegra a su gran pasión: la literatura. Hoy está considerada como una de las autoras más punteras y exitosas del panorama nacional, reconocida y alabada a partes iguales por la crítica y por los lectores. La escritora admite que el trayecto hasta llegar aquí ha sido arduo, «muy costoso» y, al mismo tiempo, «fascinante», como esa ciudad que la inspira, Berlín, donde «cada rincón tiene una novela». Su obra destaca en lo narrativo por sus relatos ligados al género histórico donde mezcla thriller y misterio, aderezado con potentes personajes que marcan el paso. La autora, que fue galardonada en 2016 con el Premio Fernando Lara con Mi recuerdo es más fuerte que tu olvido -de la que se han publicado cinco ediciones y que se ha traducido para todos los países de habla inglesa-, es la flamante ganadora del Premio Planeta con Victoria; una historia trepidante en tiempos de la Guerra Fría, que se localiza en el Berlín derrotado tras la Segunda Guerra Mundial, cuando su protagonista se ve obligada a partir a Estados Unidos, donde la segregación racial y la caza de brujas están en su punto álgido, para ejercer de espía de los rusos. Sánchez-Garnica, que ya fue finalista del galardón mejor dotado del mundo hace tres años con Últimos días en Berlín, defiende la libertad de prensa, pero también la responsabilidad del ciudadano para saber discernir entre información y fake news. 

Con Victoria regresa de nuevo a Berlín. A esa ciudad, ahora infierno de posguerra, abismo de pobreza, hambre y miseria. ¿Había una cuenta pendiente?

Yo creo que más bien había un plus a la curiosidad de entender cómo salen adelante esos civiles, esa gente corriente, después del desastre y el horror de la Segunda Guerra Mundial. Quería ahondar en ese Berlín dividido y ocupado por los vencedores, que no sólo se apropian de territorios y de instituciones, sino también de la vida de la gente. Se trataba de destapar las miserias de mujeres, niños y también de soldados rasos que regresaban a sus hogares destruidos y a quienes se les culpabilizaba de todos los males de la guerra, haciéndoles pasar hambre, impidiéndoles entrar en sus propios locales y teatros, en contraposición con los altos mandos que tuviesen algo que interesase a EEUU o a la Unión Soviética, a los que se les protegía y se les daba cobertura para que tuvieran una nueva vida, un futuro.  

¿Tenía inquietud por destripar qué es lo que había sucedido durante esos años de Guerra Fría?

Cuando hablamos de la Guerra Fría es en el momento en que se fragua, pero siempre visibilizamos el muro físico, el cierre de las fronteras en la RDA. En este período, que va desde el 46 hasta el 61, año en el que se construye el muro, Berlín estaba dividido, ocupado y sectorizado, aunque los ciudadanos podían prácticamente desplazarse libremente, menos durante el bloqueo que implantaron los rusos. Berlín se convirtió en esa época en la ciudad más peligrosa del mundo, la urbe con más espías por metro cuadrado, debido a la presencia de los grandes enemigos que pugnaban por la hegemonía mundial.  

Fue finalista del PremioPlaneta hace tres años. ¿Qué le motivó a volver a presentarse? 

Parece que la vida te enfila hacia un objetivo sin apenas ser consciente, esto también son casualidades. Terminé de escribir en mayo y mi marido decía que era mi mejor novela. Yo estaba relativamente satisfecha, porque siempre tengo ese punto de perfección hasta que me la arrancan de las manos, y todavía estaba abierto el plazo, así que dije: voy a intentarlo, no pierdo nada. Y esa fue la razón. La tarea de escribir ha sido desigual, quizás me haya costado más que otras veces. La parte de EEUU me salió prácticamente a borbotones, fue una escritura muy gratificante. Sin embargo, la de Berlín, sobre todo al final, me costó mucho. 

¿Cómo ha sido el camino para llegar hasta aquí como escritora? 

Pues muy arduo, a veces complicado, me ha costado mucho. He tenido que ejercitar la paciencia que no tenía, aprender la humildad que no entendía, también he tenido que salvar muchos obstáculos… Lo que he logrado es una recompensa a mucho trabajo, a mucho esfuerzo, no solo mío, sino también de mi marido, que ha confiado en mí hasta la extenuación, no me ha dejado nunca rendirme y, también hay que decirlo, ha sido un viaje absolutamente fascinante, sobre todo desde que encontré mi lugar en el mundo, que era la escritura, cuando me publicaron mi primera novela.

¿Tiene sentido vivir si no soñamos?

La vida se vuelve plana en el momento en que vivimos sin sueños, sin proyectos y sin ilusiones. Yo creo que hay que vivir soñando.

Ha confesado que, cuando está inmersa en el proceso creativo, usted no manda en su historia. ¿Nunca sabe por dónde le va a llevar la inspiración?

No, no, nunca lo sé. Además, lo digo siempre cuando me comentan si soy una escritora de brújula o de mapa. No soy de ninguna. Cuando empiezo a escribir tengo más o menos el concepto planteado de lo que quiero, pero no sé por dónde me va a llevar. Es como si abriera una novela y empezara a leerla. Al principio todo es muy inseguro y poco a poco les voy conociendo. El título -Victoria- fue mucho antes que el nombre de la protagonista. Cuando terminé mi anterior novela y comencé a escribir esta, ya le puse el título, por el hecho de ser una victoria tras un conflicto bélico. Cuando comencé las primeras páginas, en las que había una mujer y todavía no había una hermana la llamé Rebeca, pero a las pocas líneas no se dejaba y me salía Victoria. Entendí, entonces, que ese era su verdadero nombre. 

¿Cómo vertebra la personalidad de los personajes?

Puede parecer absurdo, pero tengo la sensación de que los personajes llaman a la puerta de mi casa, son desconocidos, entran y ellos mismos me van contando y van canibalizando mi vida, estando presentes siempre, conviven conmigo. No conozco a los personajes, sino que los voy descubriendo a medida que van surgiendo las palabras, se van configurándolas líneas y las páginas van tomando forma. Luego viene la relectura, donde configuro su psicología, su manera de pensar y su forma de actuar. Aquí es donde ajusto cosas y es la parte que más me gusta porque ya sé cómo son, ya les tengo.

Describe un Berlín oriental con ciertas semejanzas a la Alemania nazi de Hitler y un sur de Estados Unidos, marcado por la fuerte segregación racial e ideológica. ¿De dónde beben tus fuentes?

De libros, documentales y películas. Cuando pienso en una novela, me hago con todos los libros que hay sobre el tema. Ahora, además, internet nos facilita las cosas y nos evita tener que rebuscar en librerías o bibliotecas, ya que incluso consigo libros que están descatalogados. Todo aquello que esté traducido, sean novelas, ensayos, artículos, y aquello también que pueda visionar… De todo ello me empapo y lo analizo. Esa es la base de mi documentación.

¿Manejaban Rusia y Occidente a los alemanes como si fueran piezas de ajedrez?

Por supuesto. Stalin se cobró muy caro el haber acabado con los nazis. Se cobró muy cara su victoria, porque dejó casi 20 millones de rusos muertos, le importaba poco la vida de sus ciudadanos, e impuso un sistema demoledor no solo para la RDA, sino también para Polonia, para Hungría… La libertad se anulaba en pos de una hipotética igualdad, que nunca afectaba a los que mandaban, que vivían muy bien. No se permitía pensar en lo mal que estaban y en lo mal que lo pasaban.

¿Fue aquella época una guerra sin bombas?

Es cierto que no había bombas, lo que sí que había eran muchos efectos colaterales, sobre todo con respecto a los civiles. Había un caldo de cultivo para el pánico, para crear miedo por intereses bastante espurios. Eso se daba en EEUU, con el senador McCarthy. Esa amenaza incierta de un comunismo que se va asentando y que va a acabar con la vida de los norteamericanos, a los que van a quitar sus casas, sus coches… Eso provoca una persecución delirante, un miedo que provoca muchísimo daño a gente inocente. 

¿Siguen existiendo hoy los postulados del senador McCarthy en la América profunda y en algunos países del Viejo Continente?

Es posible. No de la misma manera, porque han cambiado las ideologías, pero el macartismo entendido como caza de brujas siempre ha existido. El miedo puede llegar a delatar a personas inocentes simplemente por el hecho de salvarse uno mismo. Eso existe, porque es algo que es inherente al ser humano. Es el yo me salvo y si, para hacerlo, tengo que pisar o señalar a otro, pues lo hago. Hay gente que lo hace y que puede vivir después con esa carga. 

¿Está la victoria en la conciencia de cada uno?

Yo creo que sí. Muchas veces uno se piensa que ha conseguido una victoria en algo en la vida y resulta que no ha hecho nada y, sin embargo, otro que no la ha logrado de forma efectiva, pero el hecho de haberlo intentado y de habérselo trabajado es considerado como la victoria que no ha llegado a alcanzar materialmente. Es, como lo que acabamos de comentar, de señalar a inocentes para salvarse uno. El que no lo hace carga con la culpa en exclusiva, pero ha obtenido una victoria absoluta consigo mismo. 

Usted es defensora de la libertad de prensa y aboga por la necesidad de que el periodismo sea incómodo con el poder. Sin embargo, parece que la información es más difícil de contrastar hoy que nunca. En aquella época comenzó el embrión de las fake news. La novela deja claro que la prensa tiene su lado oscuro.

La prensa es fundamental en una democracia, si no la hay, la democracia se apaga, es un lugar oscuro. En esta Guerra Fría se manipuló mucho la información en un lado y en otro, pero es una evidencia que la libertad de expresión que había en EEUU no la había en la Unión Soviética, aunque fue en EEUU donde una parte de la prensa promovió la publicación de noticias no contrastadas, con unas consecuencias nefastas para ciudadanos que nada tenían que ver con el comunismo, ni con el sindicalismo, ni con la izquierda. Los medios de comunicación pueden tener sus propios intereses. Está claro que el periodismo tiene una responsabilidad, pero, cuidado, también los ciudadanos tenemos la responsabilidad de no aceptar todo aquello que se difunde, ya que en una democracia  existe la posibilidad de contrastar. La ciudadanía está obligada a no quedarse con esa melodía que nos suena bien, por nuestra ideología o principios, y cribar la información. Las fake news han existido siempre. Los canales de comunicación han cambiado, pero el trasfondo es el mismo.

 

¿Cree que el ser humano no acaba de entender su pasado?

No lo acaba de entender si no lo conoce. Es imprescindible conocerlo para poder entenderlo. 

¿Sirve la ficción para contar mejor la realidad?

Sí, hay veces que la ficción supera a la realidad. Es una forma, no solo para entender el pasado, sino para comprender la realidad de lo que somos como ciudadanos. Muchas veces en la ficción nos vemos reflejados ante un hecho, ante un personaje, ante una situación que tenemos ahí y no sabemos expresarla, no conseguimos ahondar. Con la lectura, la ficción, que tiene narrativa, nos amplía la capacidad de analizar mejor nuestros pensamientos y es posible que muchas veces cuando uno esté leyendo se dé cuenta de lo que es, de lo que carece o de lo que realmente estaba buscando.

El poeta Jean Racine decía, así lo recoge en las páginas de su novela, que no hay secreto que el tiempo no revele...

Es cierto que hay secretos que se llevan a la tumba, pero son más los personales, los propios, los que uno como ser humano no quiere transmitir. Los que afectan a otros y tienen consecuencias, creo que al final siempre salen.

 ¿No hay que fiarse de las apariencias, como defendía el capitán Norton?

Absolutamente. Nunca sabes lo que hay detrás de la mirada de una persona, el drama que hay detrás de sus palabras o las circunstancias de las que vienen. Nunca hay que juzgar.