Raíces, tradición y distancia

Lucía Álvaro
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Raíces, tradición y distancia

Hay pocas cosas que uno tiene seguras en la vida, en ocasiones de lo único que uno tiene certeza absoluta es de lo que mana de su ser, de su corazón. La Semana Santa es una de esas pocas cosas de las que uno sabe inequívocas, innegables, es algo así como el padre que siempre espera al hijo pródigo con los brazos abiertos sin importar el tiempo o la distancia. Cuando uno se aleja de su tierra y sus costumbres lo hace con el corazón en un puño, sintiéndose ajeno y perdido sin la identidad que nos une, sin las caras conocidas y sin las tradiciones que enraízan el alma con un lugar. Cuenca y su Semana Santa son ese lugar seguro al que volver, un instante detenido en el tiempo al que siempre, año tras año, primavera tras primavera deseamos volver. Rafael Palacios emprendió un viaje que cambió su vida y la de su familia cuando se asentaron en Dallas, Texas.

Él nunca se ha desvinculado de la Semana Santa, estando en contacto con el mundo cofrade gracias al nexo con nazarenos o a través de las nuevas tecnologías. Vive «desde el punto de vista de la emoción por la espera por volver, porque la verdad que cuando vuelvo, me siento y me he sentido siempre uno más como si no hubiera cambiado nada». Alicia Gutiérrez lleva años asentada en Francia, su camino se ha alejado de su tierra natal, pero ella no duda en volver siempre que tiene una oportunidad para encontrarse con los suyos. Cada año desea volver «para continuar la tradición, estar con la familia y poder vestirse de nazarena porque es un momento de introspección, de conectar conmigo misma». Juana Saiz y sus hijas Eloísa y Juana (o Juanita, como la llaman en su familia), han recorrido todo el mapamundi. Años de estancia en Australia, y otros tantos más cerca en Holanda, donde residen actualmente. Ellas cuentan cómo «volver es un momento de reunión familiar, de estar con los de casa y encontrarte a todo el mundo por la calle, a esa gente que muchas veces y, más en nuestro caso, solo ves cuando se acercan estos días, y disfrutar del ambiente que se respira con las calles llenas de gente».

Cuando uno vive aferrado a quién es y de dónde viene, regando su raíz, no existe kilometraje que cambie el sentimiento nazareno. Cuando uno está fuera de casa existen momentos especialmente duros que hacen vivir la Pasión con una penitencia particular. Rafa recuerda cómo vivió «una sensación agridulce» en 2014, el primer año que se perdió la Semana Santa. Justo aquel año había nacido su primer hijo, Guillermo, y estaban viviendo en Estados Unidos, él cuenta como «por un lado, fue maravilloso poder disfrutar del nacimiento de mi hijo, pero por otro lado me hubiera gustado poder haber estado en Cuenca con él allí y haber vivido su primera Semana Santa». 

Raíces, tradición y distanciaRaíces, tradición y distancia

Juana, Juanita y Eloísa recuerdan los años de la pandemia, cuando ellas residían en Australia. Este país hizo una cuarentena estricta que duró dos años y medio, «nosotras teníamos los billetes para el día 23 de marzo y Australia cerró fronteras el 20; aquello se nos hizo muy intenso, muy duro porque no sabíamos cuándo ni cómo podríamos regresar a casa». Para Alicia su año más difícil será la Semana Santa de este 2024. Este año ha perdido a gente muy querida y, además, ve muy difícil poder regresar a Cuenca por incompatibilidades de calendario con el trabajo y los estudios. 

Este año de una manera más especial que otro necesitaría caminar con su San Juan Bautista y sentirse como cuando era pequeña de la mano de su tío Manuel, que ha sido la mano que la ha introducido y acompañado en cada Pasión a lo largo de su vida. Alicia comenta que «esta es una tradición que he vivido toda la vida, desde bebé y el no poder volver me da rabia; es estar todo el año esperando a algo que no llega, porque yo soy de las que se pone, por ejemplo, un 27 de julio las marchas de Semana Santa en la tele». Para Alicia lo más difícil este año será «estar hablando con mi madre y que me digan que lo están preparando todo y no poder vivirlo con ellos». 

Existe algo que no se puede explicar cuando uno vuelve al hogar. Vivir la Pasión fuera de casa o, directamente no vivirla, puede ser una de las penitencias más duras a las que se enfrente un nazareno, pero de todo se saca algo bonito que pervive en el recuerdo cuando pasa el tiempo y uno siempre vuelve a recorrer las calles de Cuenca con el capuz pegado al corazón. Juana, Juanita y Eloísa comentan que han generado nuevas tradiciones a raíz de la situación: «Como no podemos probarnos las túnicas y llegamos justo para salir nos pasamos midiéndonos los días, cientos de veces, para que esté todo perfecto». Ellas, que han llegado a estar 72 horas de viaje entre vuelos y escalas para poder llegar a Cuenca, dicen que «se vive de un modo muy intenso, muy personal, porque en una ciudad como Cuenca, que todo el mundo y la vida se vuelcan en la Semana Santa, es muy fácil contagiarte, pero cuando solo estás tú es más intenso… más especial». 

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Alicia tiene planes y sueños para el futuro, porque tiene claro que la Pasión es algo que lleva grabado a fuego en el corazón y que «el día de mañana, cuando tenga hijos, volveré con ellos a Cuenca cada Semana Santa y si no estoy allí, les vestiré de nazarenos y les transmitiré lo que siento cuando salgo y cuando estoy allí». Rafa, que lleva unos años asentado en la ciudad, echa la vista atrás recordando que, cuando uno vuelve valora más las cosas «porque no quiere perderse nada y estar en todo y con todos; cuando te toca estar fuera y vuelves parece que lo coges incluso con más ganas, esperando todo el año a que llegue para poder volver a vivir ese ambientillo de siempre».

Existen ciertas cosas que nacen del alma y que superan cualquier situación o inconveniente que nos da la vida. Cosas como la Semana Santa que nos hacen recordar de dónde venimos, nos hacen ser mejores, colaborar, tratarnos mejor y recordar que todos somos uno, que no hay distinciones y que la tradición es la promesa que abrazará la distancia para traernos de nuevo a casa, a la raíz.