Una crítica desde 1983

Javier Caruda
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Una crítica desde 1983 - Foto: ADRIAN GARCIA VERGAZ

Amenudo cuando repetimos hasta la saciedad una frase, tipo mantra, tras hacerla presente en los primeros momentos pasa a un segundo plano, quedando anclada en la lejanía. Durante años vivimos el boom de aquel slogan que rezaba Cuenca es única. Lo veíamos en los carteles publicitarios de la vetusta carretera a Madrid o nos alegraba cuando encontrábamos en la playa un coche que llevaba, junto a su matrícula, una pegatina con tan manida publicidad. Seguramente sea la frase más repetida y aplicada a nuestra ciudad y a todo lo que le rodea en un buen puñado de años. Pero, apliquemos este criterio de unicidad al mundo cofrade que lleva, desde que el pobre Baltasar colgó el traje, revuelto por la proximidad de esta Semana Santa o de los desfiles procesionales, que no es lo mismo.

Desde pequeño siempre me ha llamado la atención el nombre de la máxima autoridad nazarena de la ciudad, nuestra Junta de Cofradías, que aglutina a la totalidad de hermandades que desfilan de Domingo de Ramos a Domingo de Resurrección.  ¿Cómo es posible que bajo el nombre de cofradías se reúnan las hermandades? ¿Es lo mismo ser hermano que cofrade? Para ver cuál es la diferencia hay que viajar hasta los orígenes de esta manifestación primaveral para situarnos en aquellos siglos XV, XVI o XVII donde encontramos que, entonces, sí eran cosas diferentes. Entonces una hermandad era una asociación de fieles cuyo fin principal era procurar socorro a sus miembros mientras que una cofradía era una asociación de fieles cuyo objetivo era la promoción del culto público. ¿Eran cosas diferentes? Aparentemente sí. 

En 1604 el papa Clemente VIII publica la constitución Quacumque a sede Apostolica en la que se regula, o al menos se pretende, con normas precisas la vida de hermandades y cofradías, las cuales, a partir de este momento, juegan desde un punto de vista nominativo aquello del tanto monta, monta tanto viajando esta terminología hasta la publicación del Código de Derecho Canónico de 1917 en el que aparece el término Sodalitium. La interpretación de este término dio origen a la creencia de que una cofradía es, simplemente, una hermandad en la calle.  De hecho, el catedrático Jesús Bogarin Díaz afirma que «una hermandad cuyo fin fuese promover el culto público era una  cofradía y merecía este nombre en todo momento del año y no solo durante la estación de penitencia u otra procesión externa, aunque sea cierto que en tal ocasión era cuando más se actualizaba y patentizaba su condición cofradiera».

De hecho, en el protocolo de la Junta de Cofradías del 10 de junio de 1945 el artículo primero de la sección primera dice que es una entidad con personalidad jurídica y canónica propia, que representará a la totalidad de las cofradías religiosas que integran o puedan integrarse en lo sucesivo en la Semana Santa de la ciudad de Cuenca. 

Cierto es que el mismo protocolo habla en artículos sucesivos de hermandades y cofradías. Como también lo es que, con independencia del nombre, somos cofrades en tanto en cuanto promocionamos el culto público… y también hermanos al vivir en hermandad durante todo el año.

Con independencia de cómo denominemos a nuestras corporaciones nazarenas, una de las características que convergen (o al menos deberían) en todas estas manifestaciones de religiosidad popular es la crítica, unas veces constructiva, otras no tanto, que evidencian lo viva que está la propia celebración. Actualmente, la proliferación de redes sociales y, sobre todo, el anonimato de estas, permiten difundir la crítica con una velocidad creciente hasta unos términos insospechados. La existencia de estas mismas redes sociales posibilita que el conocimiento de estos ritos, sobre todo la forma de celebrarlos en otras localidades, se expanda y sirva de ejemplo tendiendo a la globalización de un fenómeno singular. La opinión nazarena vive hoy un momento álgido. 

No hay medio de comunicación que no sucumba a la rotundidad de la información cofrade que se genera durante prácticamente todo el año. Especiales de prensa escrita, podcast, tertulias radiofónicas, canales de twitch, transmisiones online, programas televisivos… cubren la noticia, la actualidad nazarena quizá más encaminados a contar lo que ocurre, a buscar el sentimiento cofrade que a promover la crítica constructiva de una realidad que, más allá de su espacio procesional, se torna en agitadora de la vida cultural y social de esta ciudad. 

Cabe preguntarnos cómo se hacía hace años esa labor revisionista de nuestra Semana Santa. Bueno, podemos fijarnos en la aportación de D. José Luis Souto Alonso. Este pontevedrés, escritor, investigador e historiador del patrimonio histórico se asomaba hasta las páginas de la extinta revista Olcades, en 1983, dejando un artículo titulado Ideas para una reconstrucción histórico-artística de la Semana Santa de Cuenca. Su vinculación con Cuenca le hizo ser en 1977 candidato al congreso por el Partido Socialista Obrero Español sin obtener el acta de diputado. Junto a Santiago Amón funda en 1982 el Centro Ambrosio de Morales cuyo objetivo es la recuperación histórica y que centraba sus actividades en todo el territorio nacional.

D. José Luis proponía entonces nueve puntos, nueve ideas en las que fundamentar esa reconstrucción histórico-artística. No debemos caer en el error de enjuiciar lo propuesto por D. José Luis con los ojos del primer cuarto del siglo XXI, no en vano hace 37 años de su aportación, pero si es llamativo el hecho de proponer una reconstrucción apenas cuarenta años después de una destrucción masiva de imágenes y documentos durante la Guerra Civil.

La primera idea se fundamentaba en consolidar las hermandades actuales, sobre todo las históricas, limitando la creación de las nuevas a la simple reconstrucción de las antiguas. Desconociendo cuál fue el alcance de su aportación, cercenar la creación de nuevas hermandades significa mutilar la expresión de religiosidad popular que son las corporaciones nazarenas. 

No debió tener mucha repercusión esta aportación. Tras ella, al menos cinco hermandades han aparecido y una se quedó en camino.

En el segundo punto proponía la inclusión del paso de la Cena. Sabemos que la llegada de dicho paso figuraba en el sentir cofrade conquense desde prácticamente el mismo día de su destrucción. Un par de años después de la escritura de este artículo llegaba la obra de Octavio Vicent. Lo curioso de la aportación de D. José Luis Souto es la afirmación de que el Centro Ambrosio de Morales había iniciado las gestiones para localizar un grupo escultórico de La Cena. Incluso llega a indicar que serían tallas de escuela castellana. Recordemos que el Centro Ambrosio de Morales se dedicaba a la recuperación histórica en todo el país. Hoy su archivo se encuentra en el Museo de Pontevedra.

Ahondaba Don José Luis en temas meramente procesionales en los puntos tres, cuatro, cinco y seis de una forma que, a mi juicio, hoy sería impensable, al menos en público. En el tercer punto proponía recuperar (usa el término rescate) el paso del huerto de Marco Pérez (que, como sabemos, en la actualidad sigue desfilando en San Clemente). 

Sorprende la afirmación del autor al indicar y cito textualmente «infelizmente sustituido por otro de Collaut-Valera». Subía un poco su agresividad literaria en el punto cuarto proponiendo la supresión de la Magdalena, Jesús Caído y la Verónica y la Lanzada, todos obra de Leonardo Martínez Bueno. Nótese el error al adjudicar la autoría de la imagen de María Magdalena al escultor de Pajaroncillo. Proponía también el cambio del Descendido de Marco Pérez, la «inadecuada» cruz del Cristo de Marfil e incluso se atrevía a proponer la supresión de la «peana» de San Juan Evangelista. Sorprende que en todos los casos indique que deben sustituirse por tallas y grupos antiguos y, en su defecto, por esculturas nuevas.

Mejor suerte corre el Santísimo Ecce Homo «de San Andrés» (así lo denomina) puesto que aun reconociendo la valía de la talla de Marco Pérez propone su cambio por el Ecce Homo del oratorio de la Catedral «propuesta fundamentada en sólidas razones y de la mayor importancia de cara a la dignificación de la Semana Santa conquense».

Igualmente hacía, en el punto sexto, con la talla del Santísimo Cristo de Paz y Caridad proponiendo su cambio, a efectos procesionales, por el Cristo de los Sacristanes. La razón argumentada era la coherencia entre la fecha de constitución de la Archicofradía (1567 para el autor del artículo) y la ejecución de dicho Cristo a mediados del mismo siglo.

La idea séptima contemplaba la revisión desde un punto de vista histórico de vestuario, decoración, estandartes y símbolos. Es llamativo que proponga «suprimir las bombillas de los arbustos que llevan algunos pasos, sistema de iluminación que cabe sustituir por otro más discreto y decoroso». Hoy conocemos que ya no hay «arbustos» iluminados.

La revisión musical se trata en la idea octava «procurando una mayor utilización de las antiguas» o al menos revisando lo interpretado puesto que el Viernes Santo de 1982 se interpretó la Marcha Triunfal de Aida.

Finalmente, solicita un riguroso estudio histórico de la Semana Santa con base en los documentos existentes y en el material fotográfico disponible.

De la lectura de este artículo, publicado en el número 15 del volumen tres de la revista Olcades, podemos sacar varias lecturas interesantes. 

En primer lugar, la aportación crítica. ¿Nos atreveríamos hoy a ser tan contundentes proponiendo supresiones y cambios? Creo que no, al menos de una manera pública. 

En segundo lugar, la necesidad revisionista de una manifestación que se encontraba (y se encuentra) en una evolución constante. Tan solo hacía tres años que se había concedido la declaración de interés turístico internacional y D. José Luis, desde su visión historicista, proponía prácticamente una revolución imaginera, una contención creativa y un estudio riguroso de todo lo que afecta a nuestros desfiles procesionales.

Lejos queda ya aquel 1983 pero nuestros desfiles procesionales siguen estando en una evolución permanente, adecuándose a la realidad de su tiempo sin desdeñar la herencia histórica de una tradición centenaria que se amolda a una realidad social. Spotify, Instagram, Tik-tok o Facebook son nuevos elementos de un rito que tiene ante sí el reto de compatibilizar su permanencia en el tiempo con el hedonismo del ser humano que sacrifica lo esencial por lo popular.