Cuando los sentimientos se elevan a lo sublime, las palabras se hacen insuficientes y la realidad se convierte en arte, nacen las melodías de la Pasión. En ellas contamos en notas y pentagramas lo que no puede ser dicho de otra manera para que llegue al corazón y todo el mundo lo entienda. Las composiciones cofrades son el mediador que conecta al menos por un instante, el mundo espiritual con el nuestro a través de un danzar acústico tan ancestral que solo pueden acertar a comprender los sentidos y el alma.
Juan Carlos Aguilar ha compuesto ocho marchas para Cuenca. Entre sus partituras más célebres se encuentran Tu silenciosa mirada, dedicada a la Soledad de San Agustín o Lienzo Sagrado, dedicada al Huerto de San Esteban. Un nazareno cuyos recuerdos se hunden en la propia historia de Cuenca, que ha nacido escuchando el eco sordo del tambor y el golpe brutal de la horquilla. Para él, las melodías nazarenas «nacen de la necesidad de escribir algo, de aportar tu granito de arena para continuar engrandeciendo la Semana Santa».
Fernando Ugeda ha dedicado siete marchas a nuestra Semana Santa, algunas de sus composiciones son Bautizando a Jesús o Soledad en la Madrugada, dedicadas a las hermandades del Bautismo y la Soledad de San Agustín, respectivamente. Ugeda nace en Villena y desarrolla su vínculo con nuestra Semana Santa en su etapa como director de la Banda Juvenil de Las Mesas, en una penitencia particular como nazareno poniendo la melodía en los recorridos procesionales. Para él, componer para la Pasión conquense supone «una enorme responsabilidad», porque conoce de primera mano el sentimiento nazareno tan profundo que existe en la ciudad. Así, afirma que «componer una marcha para todas esas sensaciones y recuerdos» que le cuentan cuando le encargan un nuevo trabajo «es un honor y una labor que se hace con todo el respeto y el cariño del mundo».
Melodías para la PasiónLa historia de José Vélez con la Semana Santa de Cuenca es una melodía de agradecimiento a una ciudad hecha calvario que ha valorado su talento y ha utilizado sus marchas para cincelar ibero el Jerusalén de hace más de mil años. Vélez ha estado más ligado a la Pasión murciana y andaluza pero, cuando comprobó el cariño con el que sus marchas hacían de contrapunto a las cuestas y los empedrados conquenses creó Mesopotamia para la hermandad del Resucitado y la Virgen del Amparo.
IDENTIDAD PROPIA. En la identidad cultural nazarena encontramos nuestra memoria, nuestros ancestros, nuestro pasado y nuestra historia... La identidad cultural nazarena es un modo de vida con acento propio y solera. Para defender lo nuestro, lo que nos diferencia y nos hace únicos es esencial conocerlo. Nicolás Cabañas, Julián Aguirre, Julián y José López Calvo, y Aurelio Fernández Cabrera son algunos de los maestros que han contado la Pasión conquense en pentagrama, han encontrado las curvas de la Audiencia en las ligaduras y han ascendido Andrés de Cabrera en escalas.
Su legado permanece y ellos, que vivirán para siempre en nuestra tradición, marcaron un precedente en cómo se compone para la Semana Santa de Cuenca.
Melodías para la PasiónLa marcha, en esencia «es una composición hecha para desfilar, marcando el paso, como sucede con los desfiles militares que donde tiene que funcionar es en la calle», comenta Vélez. Lo que diferencia la composición conquense de la que se hace para otras semanas de Pasión es el uso «de acordes muy consonantes, todo sobrio, sin estridencias», según Ugeda.
Por su parte, Aguilar señala cómo se realiza una estructura típica para nuestra ciudad: «Empezamos con una introducción bonita más en modo menor o menos larga que se identifica con la melancolía, luego aparece el tema fuerte que en Cuenca utilizamos para bailar los pasos; después puede repetirse el primer tema o hacer uno nuevo en lo que se llamaría trío, que iría en modo mayor y se usa especialmente para marchas alegres».
Para Vélez, la duración es otro punto importante. El murciano señala que «no deben durar más de siete minutos». Componer una marcha es un proceso delicado que, en palabras de Ugeda «requiere de mucha documentación previa, de empaparse con el desfile para el que compones y conocer cómo se lleva el paso, la cadencia o el carácter de la propia procesión». Aguilar describe el proceso como «la estructura de un edificio» equiparando «el compás de 2x2 que es la base de una marcha» con los cimientos de la composición. En su caso «lo primero que surge es la melodía» y, a partir de ahí, «crea la armonía».
José Vélez afirma que, para él, a la hora de pensar y ponerse a componer la marcha, tiene que ser una especie de «paisaje sonoro que te traslade a esa época de la antigua Roma», que contribuya a hacer más real esa representación del calvario. Instrumentar es otra de las cuestiones más importantes a la hora de crear una marcha, Aguilar comenta lo importante que es «tener en cuenta las características de cada instrumento y los registros que tiene», algo que Ugeda suscribe afirmando que «en Cuenca nos gusta que haya mucho metal».
DE LA COMPOSICIÓN AL DESFILE. En el siseo milenario de la fe, mecido en la dulzura del amparo y la esperanza por las flautas, atravesado en soledad y caída por los trombones y crucificado por los oboes, Cuenca presta sus calles al Calvario y suenan heráldicas trompetas que anuncian al paso del tambor ronco la entrega de la ciudad a la pasión de Cristo. No se entienden los repechos y plazuelas si no es con el sonido que abrigue a los nazarenos y consuele los dolores de la Madre.
La marcha de Semana Santa es una composición para vivirla en la calle. El maestro Aguilar recalca que, «aunque los conciertos son un escaparate muy bonito, no hay que olvidar que las marchas están hechas para tocarlas en procesión». Para contar el sacrificio del Mesías e infundir las fuerzas donde faltan para que no haya cuesta ni cansancio que someta la voluntad de la fe de los banceros, los compositores crean «un apoyo rítmico que permite a cada persona hacer su trabajo dentro de una procesión, que anime a los que portan el paso a soportar el peso por esas calles empedradas y empinadas como son las de Cuenca», según afirma Vélez.
Los músicos que, con su talento y su devoción, interpretan las melodías en la calle también deben ser tenidos en cuenta. Aguilar cuenta cómo «los músicos tocan en unas condiciones muy especiales… un Martes Santo a las tres de la mañana con un frío inmenso que casi no se sienten los dedos, una noche de Viernes Santo en penumbra, con partituras muy pequeñas que apenas se ve nada…». A este respecto José Vélez insiste en la importancia de los compositores a la hora de «cuidar a los músicos y ponérselo fácil», porque los que nos permiten escuchar la melodía nazarena cada Semana Santa realizan su propia penitencia en los desfiles.
Cuenca en Semana Santa es una melodía cofrade que lucha por mantener intactas sus tradiciones, un sueño hecho motete para mecer el paso del tiempo y rogar misericordia a los años venideros. El metal del instrumento encuentra su contrapunto en el terciopelo y el madero y ensalzan rosarios de notas la palabra sacra en el calvario eterno. Cuenca es el alma de sus artistas, de sus nazarenos, de sus literatos y compositores y es que todo el que escribe sobre Cuenca, en melodías o palabras, gana un balcón eterno en el cielo donde contemplar su Semana Santa.