La hemeroteca nazarena está llena de artículos literarios, históricos, anecdóticos y curiosos, como éste que recogemos del escritor y delineante Alfredo Pallardó Ruiz, a la sazón director de La Voz de Cuenca, que escribió otros artículos en la década que comprende entre 1920 y 1930. En el titulado Cuenca, ciudad de la Semana Santa, publicado en La Libertad de Madrid, el 13 de abril de 1924, resume la esencia nazarena y evoca el silencio procesional cuando surge el cántico de una saeta, que según el articulista era como una «profanación». Este es el texto publicado hace un siglo justo ahora, recuperado por nuestro colaborador José Vicente Ávila.
Artículo publicado en 'La Libertad' de Madrid el 13 de abril de 1924
La Semana Santa en Cuenca no presenta, no puede presentar la riqueza ornamental que caracteriza las de Sevilla y Murcia, tan justamente ponderadas; pero, sin embargo, es de una gran belleza única, de una suprema belleza religiosa. En estos días desaparecen las contiendas políticas, que fueron todo el año, aun con el Directorio, el manjar predilecto en las tertulias…
Todos los conquenses pertenecen a alguna Hermandad, y los más furibundos republicanos, consecuentes con su ideología, son los primeros –salvo raras excepciones– en incorporarse a la compacta fila de los cofrades, enarbolando como antorcha de progreso la blanca llama que encierra la tulipa del Nazareno.
Y el Miércoles Santo, por la noche, hace su aparición la procesión primera, llamada del Silencio. La víspera han adquirido los fieles más caracterizados, mediante subasta, la propiedad de los banzos, que les permiten llevar a hombros pasos tan considerables que suponen un verdadero alarde de fuerza.
Cuenca, ciudad de la Semana SantaDa principio la penosa carrera en ascensión constante, y la uniformidad y lenta oscilación de las Hermandades marcando el paso, es inquietud y maravilla en el maravilloso espíritu de esta ciudad romántica, mientras la llama de los cirios se transforma en gigantesco péndulo, que va extinguiéndose con las últimas notas de una marcha fúnebre…
¡Ciudad de la Semana Santa, para tí se hicieron estos días de religiosidad, que todos los años nos sorprenden, sin embargo!
Los casinos han quedado desiertos. Las principales vías de la ciudad, por donde han de pasar las procesiones, ofrecen el animado aspecto de las grandes solemnidades. Los balcones, repletos de mujeres hermosas, son en la tarde abrileña una inmensa flor, que solicita el homenaje ¡de nuestra admiración desde su trono guarnecido de brocados…! Y hay, sin embargo, una amable serenidad en todo y en todos…
Cuenca, ciudad de la Semana SantaEste delicioso fenómeno lo definen los conquenses comentando el siguiente sucedido.
Hace unos años, una linda muchacha, una niña más bien, dijo con voz deliciosamente conmovida una saeta a la Madre de Dios. La saeta, ese grito tan hondo, que es todo el dolor de una raza de infieles hecho dolor santo por el santo dolor de los cristianos, nos supo a profanación. Nosotros preferimos adorar sin palabras. Un ligero estremecimiento en los labios basta. ¡Es el corazón el que se eleva al cielo cuando al paso de las procesiones doblamos las rodillas; no es nuestra voz, nos es el canto que atormenta, y enerva y enloquece!
Por eso las procesiones de Cuenca tienen una belleza única, estimable, inconfundible. Aquí la Semana Santa nos transforma de tal modo, que los incapaces de sentir la inefable delicia de saberse santo, nos volvemos niños…, que viene a ser la más divina, la más santa envoltura de lo humano. Y por este milagro tan bello se esfuma la nota grosera de las cosas.
Es algo tan maravilloso como si los infinitos Nazarenos que estos días recorren gravemente la ciudad, haciendo un rito de su paso tan uniforme, tan inquietamente misterioso, hubieran hecho de todos sus capuces uno inmenso, que encerrase la fisonomía de Cuenca de tal modo que sólo su espíritu fuera visible, y su espíritu brillase con luz desconocida, como brillan los ojos de los nazarenos que nos saludan al pasar…
¿Qué importa que únicamente puedan ser tenidas en consideración, por la belleza de su talla, contadas imágenes? Por eso, por sus notables esculturas, son famosas las procesiones de Murcia. ¿Qué importa que no tenga nuestra Semana Santa el vistoso colorido, la exuberante riqueza que hizo proverbial la de Sevilla?
La ciudad de Cuenca puede ostentar con orgullo la gloria de su devoción, que en estos días lo llena todo. ¡Ciudad de la Semana Santa, que guardas como ninguna tu heroica leyenda de monjes y guerreros…., bendita seas! ¡Bendita seas, Castilla!