Antonio Herraiz

DESDE EL ALTO TAJO

Antonio Herraiz


Cartas marcadas

01/12/2023

Con la muerte de Kissinger hay que recurrir a una de las frases que se le atribuye a Chesterton: «El periodismo consiste esencialmente en decir 'lord Jones ha muerto' a gente que no sabía que lord Jones estaba vivo». Esto sirve para dirigirse a los más jóvenes y también a aquellos que no lo son tanto. Alguien que ha vivido 100 años, por muy intensos que sean, tiene derecho a ser olvidado si en su última etapa ha estado fuera de los focos principales. 
El fallecimiento de Kissinger me ha pillado en plena escucha de un podcast de Spotify sobre el rey Juan Carlos creado por Álvaro de Cózar, Toni Garrido y Eva Lamarca. Es un producto fabuloso repleto de testimonios inéditos, revelaciones esclarecedoras y un relato sonoro del que no puedes alejarte hasta que no llegas al último capítulo. Incluso en ese instante final, la cabeza te lleva a rescatar episodios o pasajes que te permitan afianzar lo que acabas de escuchar. En uno de esos fragmentos aparece por primera vez la figura de Kissinger. «Estamos en plena guerra fría. El mundo está dividido en dos bloques: capitalismo y comunismo. El Mediterráneo se ha convertido en un lugar lleno de tensiones. Al presidente de EEUU, Richard Nixon, y a su asesor de seguridad, Henry Kissinger, les preocupa la influencia soviética en los países árabes del Mediterráneo occidental. Los americanos necesitan mantener las bases que tienen en España desde los años 50 y el 2 de octubre de 1970 acuden a Madrid para estrechar los lazos con el dictador». 
Esa visita, con las luces largas, miraba a la futura integración de España en la OTAN y evitar que el soviet alimentara nuevos avisperos. Vieron a Franco desgastado y el objetivo de los dos era provocar una renuncia que permitiera acceder a la Jefatura del Estado al entonces príncipe Juan Carlos. Además de la incorporación de nuestro país a la Alianza Atlántica, la administración Washington ansiaba ese relevo por la juventud del futuro rey, sus planes aperturistas, también por su proamericanismo y porque no tenían ninguna simpatía por Franco, al que consideraban como un estorbo. El final de la historia lo conocemos y Kissinger calificaría la llegada de la democracia a España como «uno de los mayores logros» de la política exterior de EEUU. 
Con sus luces y sus sombras, con sus defensores y sus detractores, en una carrera tan intensa, puso siempre los intereses de su país por encima de cualquier otra cuestión. Y Kissinger fue el gran negociador; un hombre que manejó la diplomacia internacional de forma tan implacable como sutil, capaz de liderar el tratado de paz de Vietnam, de acercarse a la China de Mao Zedong o de derrocar a Allende en Chile.  En el camino, un premio Nobel de la Paz que no oculta campañas con decenas de miles de muertos en Timor Oriental o Bangladesh. 
La actualidad del día a día, en ocasiones, lleva a intentar buscar comparaciones con determinadas palabras. Hablar de Kissinger como gran negociador y utilizar el mismo término para referirse a los que este sábado se van a sentar en un punto de Suiza nos lleva a la conclusión de la devaluación tanto del vocabulario como de su significado. Los independentistas acuden a ese encuentro con las cartas marcadas, sabedores de que, hasta ahora, les han dado todo lo que han pedido. Lo llaman cita a ciegas y, salvo el nombre del relator, sabemos casi hasta la marca de calzoncillos de los negociadores. Su gran aspiración es el referéndum de autodeterminación, que es también la de los que quieren desestabilizar esta parte de Europa y del mundo. La historia se repite con Rusia azuzando -ahí está la investigación que quedará amnistiada-. Y hoy se sigue mirando a Bruselas, que camina entre la zozobra de los tecnócratas y la desidia de líderes europeos que creen que bastante tienen con lo suyo.