Tal y como escribieron los redactores de la Asociación Ojos del Júcar, la ciudad en 1945 –en una vista retrospectiva– nos ofrecía una zona de la Fuensanta sin construcciones, las huertas cultivadas del Hospital de Santiago, la silueta de los cerrillos de San Agustín y los Moralejos, la isla de Monpesler con sus huertos y la alameda que al lado del Júcar conformaban unos espacios de chopos y algunas sargas.
Lógicamente, si volviéramos atrás, hacia 1981, la vista habría dado un gran cambio. Entre las novedades, el barrio construido bajo el nombre de la Fuente del Oro, con dos manzanas al principio: calle San Damián y calle San Cosme, llamadas popularmente como 'los marrones' y 'los verdes', daban vida primaria a lo que seguiría después en construcción para completar el proyecto inicial.
En aquellos tiempos, la urbanización estaba inacabada, los caminos y calles no estaban asfaltados y un panadero traía el pan en un 'dos caballos', marca Citröen que tanto se popularizó en aquellos tiempos.
No se había construido colegio y se había iniciado la iglesia parroquial. No lejos de allí, en la glorieta el Vivero, bajo el puente de la vía, por la noche se ponían unos andamios para que pudieran pasar coches, mientras aquel primer párroco don Perpetuo, fuese de casa en casa, para pedir feligresía y asistencia a la misa que se celebraba, en el salón de aquel chalet que presidía el cerrito.
Mucho ha cambiado la cosa. Hoy, la Fuente del Oro rezuma familiaridad, mucha vecindad, comercios, bares, restaurantes, una gran iglesia y parques para regocijo de ancianos y pequeños. Y por si fuera poco, actividad cultura, musical, lúdica, escolar y escénica.
Este pasado sábado, un grupo de actores –gente común y solidaria, maestros, vecinos, encabezados por una estupendísima actriz Esperanza Parra–, bajo la coordinación de Águeda Lucas y Ramón, el párroco, entre otros, nos ofrecieron una espectacular obra, La Espera, ante una iglesia llena a rebosar, que disfrutó con una obra de reflexión y pensamiento hacia el mundo actual en base a la espiritualidad cristiana en ese deseo de reencontrar los valores perdidos.
Una magnífica iniciativa que aplaudo y que hago extensible para todos. Yo disfruté contemplando una gran puesta en escena.