Un pequeño lugar, Albendea, con dos monumentos declarados

José Luis Muñoz
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Un pequeño lugar, Albendea, con dos monumentos declarados

Albendea es una pequeña villa situada en un apartado rincón de la provincia de Cuenca, a la vera del magnífico río Guadiela, que por aquí corre rumoroso y juguetón, antes de que lo atrape el embalse de Buendía y se le terminen las alegrías estruendosas. El destino de Albendea parecía ser el de pasar por la historia envuelta en el más completo anonimato, pues en verdad por aquí no han ocurrido sucesos memorables dignos de ser anotados cuidadosamente por los cronistas, pero el destino quiso que por dos motivos fundamentales el título de este lugar haya merecido honores que conviene resaltar y a ello vamos. El primero es su iglesia, monumento histórico-artístico; el segundo, el escondido lugar de Llanes y su sorprendente mausoleo funerario.

El pueblo se localiza en la genéricamente llamada Hoya del Infantado, aunque por esos entresijos que se llevan entre manos los enlaces matrimoniales y las herencias, quedó fuera del señorío del famoso duque del Infantado, en el que sí quedaron incluidos otros pueblos vecinos, como Valdeolivas y San Pedro Palmiches. La disparatada fantasía etimologista de Muñoz y Soliva pretende adjudicar el origen del nombre de este pueblo a la diosa egipcia Isis, esposa de Osiris y madre de Horus, que con su vestido blanco, alba in dea, tendría un templo o altar en este término. Una historia bonita, si tuviera alguna posibilidad de ser cierta, pero no parece nada probable que los egipcios hubieran traído ninguna expedición aventurera a estas tierras del interior peninsular. Más bien hay que mirar las cosas con sentido de la realidad para llegar a la conclusión de que muy probablemente se trata de un lugar surgido de la repoblación promovida tras la conquista de Cuenca por gentes procedentes del señorío de Molina, aunque fue anexionado al Alfoz de Huete, de la que se pudo independizar en 1529. Desde entonces, como ya he señalado, la vida de Albendea ha discurrido en un ambiente sosegado, salvo las alteraciones bélicas que puntualmente vienen a sofocar a los pueblos, situaciones de las que no se libra ninguno y que cada cual torea como puede.

Lo que sí permanece inalterable, pese a guerras, tormentas y calamidades sanitarias es el hermoso y suave paisaje que envuelve estas tierras, pobladas por un mar de olivos, evidentemente la seña de identidad de toda esta zona, en la que se suceden las amables colinas que se van enlazando unas con otras mientras entre ellas se abre camino el trazado del Guadiela, que viene desde la encrespada sierra de Beteta, entra en el término de Albendea por el norte y lo cruza en su totalidad. En el paraje de Las Juntas, junto al monte Ardal, se incorporan las aguas del Escabas y así los dos juntos siguen avanzando tierra adelante hasta encontrarse con el padre Tajo. Ahí, en las Juntas, había un magnífico molino hidráulico que no solo cumplía beneficiosas tareas para todos los pueblos de la comarca además de ofrecer una preciosa imagen. Eso era antes. Ahora ya no queda nada, más que la memoria y alguna fotografía. En otra dirección, el río también da forma a un paraje que cuenta con las simpatías populares, la Cueva Tomás, un área recreativa propicia para el descanso colectivo, merienda incluida. Y baño, como es natural. Tampoco hay que olvidarse de la existencia de la ermita de Nuestra Señora de la Vega, sencilla de arquitectura pero adornada con todos los méritos necesarios para ser un atractivo punto de referencia popular.

El casco urbano ha sido extraordinariamente modificado en las últimas décadas, no solo en cuanto a las reformas de la construcción, sino singularmente en la tendencia masiva a enfoscar las fachadas de colores muy llamativos. Se mantiene, no obstante, el equilibro en altura, no sobrepasando nunca las dos plantas. El eje viario se articula en torno a dos plazas, la del Olmillo, en la que el histórico árbol ha sido sustituido por una farola, y la de España, con la Placeta inmediata, donde se aprecia en toda su dimensión el sentido cromático que hemos señalado y que afecta incluso al Ayuntamiento, 'vestido' de un fortísimo color bermellón en todas sus paredes. En esa estructura tan localizada destaca sobre manera la imagen de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, un espléndido edificio del siglo XVI, situado en un extremo de la población y en un ambiente urbano muy popular. Tal como lo vemos hoy es el resultado final de varias transformaciones sufridas a lo largo del tiempo, encontrándose apenas muy pocas señales de la obra primitiva (el ábside, parcialmente, del siglo XIII), iniciada en el momento de transición del románico al gótico.

Toda la configuración exterior es de una gran sencillez constructiva, sin elementos decorativos, por lo que puede sorprender la declaración monumental que la ampara y protege. La explicación está dentro pero no hay que dirigir la mirada al conjunto de la nave en el que es muy atractivo el ábside románico, con una ventana aspillera por la que penetra la luz directa natural hasta el hueco del sagrario, ni al altar mayor, que no tiene especial mérito, sino al elemento que sí lo tiene, y sobrado, el altar situado en una de las naves laterales, en la capilla de los condes de Marañón, fechado a mediados del siglo XVI, obra de un autor anónimo seguramente vinculado a la comarca y que había conocido la influencia de algunos artistas europeos. Se trata de un espléndido retablo renacentista, con imágenes laterales que representan a san Jerónimo penitente, el huerto de Getsamaní, Pentecostés y la coronación de espinas, en lo que viene a ser una mezcla de plateresco con influencias italianas y nórdicas, lo que concede a esta obra un enorme valor artístico. Esta obra es la que justifica la declaración monumental que se le concedió en el año 1982.

La tiene también, desde el año 2008, el sorprendente mausoleo funerario de época hispano-romana tardía enlazando con la visigoda, situado en el despoblado de Llanes, que no cita ninguno de los historiadores clásicos de Cuenca. Sólo alguna levísima alusión a la existencia de ese lugar había llegado hasta nosotros, porque durante siglos el lugar fue ignorado, conocido solo por los pastores que lo utilizaban como refugio para sus ganados hasta que se produjo su inesperado "redescubrimiento", experiencia de la que algunos curiosos pudimos participar cuando la noticia se hizo pública. Sobre el mausoleo se ha escrito ya mucho, de manera que no parece necesario que yo insista aquí en lo que ya va siendo bien conocido. A falta de que la investigación arqueológico se concrete, para que nos encontramos ante un monumento funerario edificado en el siglo IV de nuestra Era, vinculado a una suntuosa villa romana de la que formaba parte y cuyos restos se encuentran dispersos a un centenar de metros del panteón. Al producirse la cristianización de la comarca, el panteón fue adaptado como ermita con el título de Nuestra Señora de Llanes, y así se mantuvo hasta la llegada de los musulmanes en que pudo ser abandonada. Durante los siglos siguientes, sirvió de refugio para transeúntes y, finalmente, de pastores.

Y así, el nombre de Albendea encontró un segundo motivo para salir en los papeles.