Aunque se desconoce el año de nacimiento de San Julián, sabemos que su pontificado en Cuenca comenzó en 1198, y se prolongó hasta su muerte en 1208. Su vida, pues, transcurrió durante el siglo XII, y los primeros años del XIII, unos años en los que la Iglesia alentó una serie de importantes reformas, que habían comenzado a gestarse en el siglo XI durante el pontificado de Gregorio VII, buscando asegurar su libertad de actuación frente al poder del emperador, de reyes y príncipes, tratando de implantar la doctrina que situara al papado por encima de cualquier autoridad imperial, regia o nobiliaria. Con ello se pretendía poner punto final a las denominadas investiduras laicas de obispos y abades, que tantos problemas habían generado en el pasado.
Este objetivo no se lograría de forma inmediata ni generalizada, por ejemplo, San Julián, sería designado obispo de Cuenca a instancias del rey Alfonso VIII, aunque probablemente la propuesta del rey respondía a las indicaciones hechas al Papa por el obispo de Toledo o algún otro eclesiástico de alto rango relacionado con el reino de Castilla. La alianza y colaboración entre el trono y el altar, entre los reyes y la Iglesia, se mantuvo durante siglos, de tal manera que los pueblos del Occidente europeo, más allá de sus límites territoriales, conformaban un territorio amalgamado por la fe cristiana, la denominada cristiandad. Fueron años de conflictos para delimitar los ámbitos de actuación entre la Iglesia y el poder regio, que finalizaron con el fortalecimiento de la autoridad pontificia, consolidada definitivamente durante el pontificado de Inocencio III (1198-1216), años en lo que San Julián pastoreó la diócesis conquense.
Durante esta etapa la vida intraeclesial estuvo marcada por el florecimiento de la vida monacal, cluniacenses, cartujos, cistercienses, y más tarde, franciscanos, dominicos, agustinos, carmelitas, mercedarios, así como por la creación de las primeras universidades, en las que se profundizaría especialmente en la teología y el derecho canónico. Estas iniciativas contribuyeron a la expansión el Evangelio por todos los rincones de Europa, y elevaron la formación del clero. Así queda reflejado en las biografías de San Julián, en las que se apunta que, fue piadosa y santamente educado, instruido con esmero en las disciplinas liberales y se dio con gran provecho al estudio de la Teología.
Más difícil resulta aventurar el lugar en el que recibió su formación. Atendiendo a la tradición burgalesa, es posible que el santo realizase sus estudios en Palencia, en la escuela catedralicia, o bien, según otras fuentes, que apuntan al nacimiento del santo en Toledo, que fuera en esta ciudad en la que realizara sus estudios. Junto a este deseo de reforma de la Iglesia, pervivían graves problemas, como la relajación de la vida moral del clero, y la comercialización de bienes espirituales, etc. Los papas buscarían poner remedio a estos males convocando tres concilios ecuménicos durante el siglo XII en busca de soluciones.
Algunos reinos de la cristiandad, con el visto bueno de la Iglesia, se habían aliado con el propósito de recuperar y afianzar su dominio en Tierra Santa mediante el empleo de las armas, en las denominadas cruzadas. Posiblemente, los ecos de las dos campañas bélicas convocadas en el siglo XII llegaran hasta San Julián, aunque el reino de Castilla no participara en estas contiendas, puesto que se encontraba inmerso la Reconquista. La segunda cruzada (1147-1149) fue comandada por el rey de Francia y el emperador alemán. En 1187 Saladino, sultán de Egipto, reconquistó Jerusalén. La tercera (1189-1192) fue guiada por Federico Barbarroja, Felipe II Augusto, rey de Francia, y Enrique II de Plantagenet, rey de Inglaterra y padre de Leonor, esposa de Alfonso VIII. Murieron Federico y Enrique, siendo suplido por su hijo, Ricardo Corazón de León, quien lograría firmar un acuerdo con Saladino, que permitía el acceso libre de los cristianos a Tierra Santa. Jerusalén no fue recuperada y la cruzada se diluyó sin más fruto que una ligera consolidación de la presencia cristiana en algunos territorios. Es de suponer que, San Julián tendría noticias de primera mano de estos sucesos, dada su relación con Alfonso VIII y la reina Leonor. Probablemente, el propósito y desarrollo de las cruzadas estuvieran presentes en su predicación, quizá asimilando esta empresa a la guerra de reconquista que se libraba en el territorio peninsular.
La imagen que acompaña este artículo es un grabado calcográfico de 1758, realizado por Braulio González, perteneciente a la reconocida escuela aragonesa de calcografía asentada en Zaragoza. Mediante esta técnica de impresión y estampado, conocida como grabado a buril o talla dulce, la imagen se graba efectuando varias incisiones en una lámina de metal, en las que se depositará la tinta para la impresión. La estampa presenta a San Julián tejiendo cestillas de mimbre junto a su fiel servidor Lesmes. Completan la composición angelotes que señalan una lápida con la identificación del santo o acarrean mimbres, así como un frondoso bosque con la ciudad al fondo. Se ejecutó por iniciativa de José Antonio de Anaya Alcocer, secretario del rey, y natural de Cuenca.