El juglar es, ante todo, una novela. La más novela de las últimas que he escrito, donde los personajes de ficción son los grandes protagonistas y quienes sustentan la trama y le dan vida al relato, aunque queden enmarcados con hechos, escenarios y grandes personajes históricos. Pero es, antes que nada, ficción. Es aventura, drama, risa, amor, pasión, desamor, rencor, batallas, victorias, derrotas, ambición, desesperación y traición.
Recrea una Edad Media donde existen no solo la espada, la sangre y la muerte, sino también la vida, el color y la música. Un fresco por el que transitan las gentes de a caballo y los de a pie, los reyes y los condes, los labriegos, los siervos y los mezquinos. Viaja por la historia y por los lugares donde se escribió, por los reinos cristianos, por los caminos de Santiago, por las cortes occitanas y por las taifas moras.
La voz que la cuenta es la de los juglares, la de uno que las funde a todas en un cantar. Pero la novela, siendo ficción, incuba una probabilidad y hace una apuesta de quién pudo ser el gran y desconocido autor, dónde nació y dónde escribió. Y por qué y por quiénes se escribió el más famoso y recitado cantar, el de mio Cid.
Buscando el origen del Cantar de mio CidPero al autor de El juglar, que soy yo, le ha sucedido que, al ir por los senderos y lugares descendiendo en el tiempo y escudriñar a los personajes reales por los archivos, las tumbas, los linajes y las crónicas, la historia le salió al encuentro. Empezó a asaltarle y a descubrirle lo que sí fue y acaeció, y hasta estuvo y está escrito. Pero hoy permanece oculto y desconocido.
El juglar son tres voces de tres personajes en tiempos históricos concatenados de muy diferentes estatus y situaciones. Desde la del humilde cazurro de plazas y mercados, a tener entrada en castillos y hasta llegar a la corte del rey. Abuelo, padre e hijo inician cada cual su andadura, saliendo el uno de Cardeña con la mesnada cidiana hacia el destierro; llegando el otro a la corte occitana de Alfonso del Jordán; y terminando el tercero siendo monje y fundiendo todas las voces para acabar por dar a luz al gran poema con el que las huestes castellanas armaban su corazón para acudir a la más crucial batalla contra el infiel: la de Las Navas de Tolosa en el año 1.212.
Tierras manchegas
Las tierras castellanas y, también buena parte de las manchegas de nuestra región, tienen un gran protagonismo en la narración. Toledo, la capital del Tajo, y su alcázar alcanzan especial relevancia en el desarrollo de la trama y la acción. Son particularmente reseñables algunos pasajes, como la defensa de Álvar Fáñez, su primer alcaide cristiano o la salida a lo alto de la fortaleza de la esposa del Alfonso VII el Emperador, doña Berenguela, rodeada de sus damas que cantaban y tocaban vihuelas y cítaras ante el estupor de los jefes almohades que cercaban la ciudad. Es también muy reseñable la velada juglaresca que se celebró en una de las estancias del recinto tras la coronación del Alfonso VII, en la que el rey estuvo acompañado de nobles occitanos. Entre ellos estaba su leal y valeroso primo, Alfonso Jordán, conde de Toulouse, y su corte provenzal.
También están muy señaladas en la obra las tierras alcarreñas de Guadalajara, el Henares y, de manera muy destacada, la villa y señorío de Molina de Aragón, enclave de los muy poderosos Lara. Esta era la familia preponderante en todo el reino al haber tenido la custodia del Rey Niño, posteriormente el gran Alfonso VIII el de las Navas. Molina aparece de continuo en la historia y en el Cantar. Mucho tiene que ver con ello que su principal impulsor fuera el II señor de Molina, Pedro Manrique de Lara, cuya primera mujer fue doña Blanca Garcés, hija del rey navarro García Ramírez el Restaurador, nieto por parte materna del propio Rodrigo Díaz de Vivar.
Cuenca está también muy presente. Ante ella murió defendiendo la tienda de su rey don Nuño Pérez de la Lara, que fue su ayo durante la minoría de edad de Alfonso VIII. No falta tampoco Huete, defendida de los almohades por el sobrino del ya citado Pedro Manrique. Y no dejan de asomar la poderosa Atienza, la estratégica Zorita de los Canes señoreando los pasos del Alto Tajo, o Sigüenza, con sus obispos del cañón del río Dulce. Calatrava la Vieja, llave de entrada en territorio musulmán, y las riberas del Guadiana acuden también a la cita.