Pedro Sánchez intenta justificar la ley de Amnistía que presumiblemente será aprobada esta semana por el Congreso argumentando que dicha ley contribuirá a "normalizar" Cataluña. Añade que tendrá el mismo efecto "balsámico" que los indultos a los cabecillas sediciosos que habían sido condenados por el Tribunal Supremo. Suena a voluntarismo. Olvida que el pasado 20 de febrero el Parlamento de la comunidad autónoma, con el respaldo de Junts -el partido con el que negocian la amnistía-, aprobó la tramitación de una iniciativa para volver a declarar unilateralmente la independencia de Cataluña. Claro que, conocido el compromiso mutante de Sánchez con el significado de las palabras, es difícil precisar qué entiende cuando habla de "normalización". Pero se trata de una falacia, una argumentación falsa si nos atenemos al significado que le atribuye el DRAE a este sintagma.
Así las cosas, cabría preguntar ¿a qué obedece las reiteradas homilías de Pedro Sánchez ,de los ministros y del nutrido coro mediático que les asiste tratando de convencernos de que en Cataluña habrá normalidad cuando se apruebe la ley de Amnistía?
La explicación es bien sencilla y pasaría el filtro de la navaja de Ockham: es él, Pedro Sánchez, quien necesita que los siete diputados de Junts (el partido del prófugo Carles Puigdemont) "normalicen" su relación parlamentaria con el PSOE apoyando su continuidad en La Moncloa. Antes para la investidura y ahora para la legislatura. No hay más.
El discurso de la "normalización" es una falacia en línea con otras surgidas de la factoría de argumentos orientados a justificar lo que en términos de decencia política es injustificable. Visto lo que dicen las encuestas que salga adelante la Ley de Amnistía será causa, una más, de división entre los españoles. Triste -y peligroso- legado del sanchismo. Y no es el único. Ahí está el patético intento de disimulo ante los casos de corrupción que se van conociendo y salpican a cargos y dirigentes de un partido qué, irónicamente, llegó al poder denunciando la corrupción.