Primeras fiestas de San Julián en Cuenca

Pilar García Salmerón
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Primeras fiestas de San Julián en Cuenca

Hace más de cuatrocientos años que en Cuenca comenzaron a celebrarse, de manera formal y solemne, las fiestas de San Julián con participación de toda la ciudad y dirección tanto del Cabildo catedralicio como del ayuntamiento. Unos días que tuvieron por protagonista indiscutible al santo obispo, y en los que no faltaron las diversiones populares, algunas muy semejantes a las actuales.

Si bien el culto público a San Julián ya se celebraba desde finales del siglo XV, será a partir de 1594 cuando la Santa Sede autorice el rezo del "Oficio propio" del Santo, decisión importantísima, que suponía la aprobación de una serie de oraciones dirigidas a Dios por intercesión de San Julián. A partir de esa fecha, se podrían rezar las Horas Canónicas, de Maitines, Laudes, Vísperas y Completas, con un texto inspirado en el santo obispo. San Julián entraba dentro de la Liturgia de la Iglesia. Además, ese mismo año, quedó definitiva y solemnemente aprobada por el Papa su canonización, al incluirse su nombre en una especie de lista o relación denominada Martirologio Romano. Para conmemorar estos acontecimientos se programaron en la ciudad grandes fiestas, unas en febrero, cuando se recibieron las notificaciones, y otras del 4 al 9 de septiembre, coincidiendo con la festividad del Santo, que desde el año 1551 podía celebrarse el 5 de septiembre además del 28 de enero. El secretario del Cabildo de la catedral tuvo a bien resumir el desarrollo de los festejos de septiembre con el fin de enviar al Rey Felipe II noticia de los mismos. Una semana festiva en la que se alternaron las ceremonias litúrgicas solemnes con actos populares de carácter lúdico, que se resumieron en una detallada crónica, de la que se han extraído estas líneas. 

El obispo del momento, D. Juan Fernández Vadillo costeó cien hachas de cera blanca, velas de gran tamaño para los actos religiosos. Además, como recuerdo y actualización de la caridad practicada por su antecesor, auxilió a veinte doncellas huérfanas de la ciudad con una dote de 50 ducados a cada una, elegidas por sorteo entre los nombres propuestos por los párrocos de la ciudad.  

Lo más llamativo y singular de los festejos fue el alzado de un arco triunfal de grandes dimensiones que atravesaba la Plaza Mayor, cuya construcción sería sufragada por los canónigos de la catedral.  El arco con dos caras, constaba de tres ojos, encima de los cuales se pusieron seis grandes cuadros, tres en cada cara, con la historia y vida del Santo, con una leyenda que explicaba lo que en ellos se representaba. Los cuadros, según se relata, «eran de muy buena pintura, que fue un espectáculo muy de ver, y de grande alegría para cuantos vinieron a la fiesta». Algunos se aventuran a afirmar que, dos de estos cuadros podrían ser los que actualmente se encuentran en la Capilla Vieja de San Julián, y el recientemente descubierto en la Capilla del Arcipreste Barba, y que se muestran en las fotografías.  El ornato del arco se completaba, en una de sus caras, con cuatro figuras de bulto con vestidos ricos de los pontífices intervinientes en el proceso de canonización de San Julián. En la otra cara, se colocaron las figuras de cuatro personajes de la realeza, Felipe II, y su hijo, Alfonso VIII, y el emperador Enrique VI, cuya esposa había sanado de una enfermedad incurable con el contacto de una cestilla elaborada por el Santo. «Fue tan graciosa vista y representación de dicho arco, que personas muy pláticas y que han visto muchos arcos triunfales en diferentes partes afirmaban no haber visto cosa de mayor majestad, ni de más alegre y graciosa vista». 

«El interior del templo catedralicio  se embelleció con colgaduras de brocado que envió el marqués de Villena … en todas ellas puestos papeles con sus festones pintados de muy buenos epigramas y versos latinos, y lo mismo hubo sobre las sillas del coro de los canónigos, y por todo el cuerpo de la iglesia que adornaron mucho la fiesta, y recrearon grandemente a los que la leyeron, lo cual todo y así mismo los versos y dedicaciones del arco triunfal ordenaron y compusieron los padres de la Compañía de Jesús».

En la capilla mayor se habilitó una especie de estrado o «tabernáculo de muy graciosa arquitectura muy dorado y con letras a propósito a donde con gran devoción, la víspera de la fiesta, antes de que amaneciese, se puso el arca del santo cuerpo cubierto con paño muy rico de brocado…. se llegó la hora de Vísperas las cuales dijo D. Luis Barba, Arcipreste, a las cuales acudió tanta gente que no cabían de pie en la iglesia … con muy buena música de instrumentos y cantores de la misma iglesia, y de la de Toledo, y Descalzas de Madrid, y otros músicos que vinieron a la fiesta … con grande contentamiento de los presentes. Después de Completas, entraron muchas danzas que por espacio de una hora regocijaron mucho con sus invenciones hasta que, dadas las cinco, se comenzaron los maitines, los cuales se dijeron con gran solemnidad y regocijo de música y villancicos … y duraron hasta las ocho de la noche». 

«En anocheciendo se pusieron luminarias por todas las calles y ventanas de la ciudad, y fueron tantas y tales que parecía de día. También se pusieron muchos y grandes fuegos en los tres cerros altos que rodean la ciudad… lo cual todo visto desde el campo de San Francisco (Diputación y alrededores) era un espectáculo de admiración. Hubo en el dicho campo y en la Plaza Mayor muchas invenciones de castillos, leones, sierpes de fuego que combatían entre sí y animaron la fiesta… además gran número de (personas) a caballo que con vistosas libreas y muchas músicas de ministriles, trompetas y atabales anduvieron por las calles principales…».

Al día siguiente, martes, fiesta del Santo, se realizó la procesión. La jornada comenzó a las cinco y media de la madrugada con el rezo en la catedral de las Horas Canónicas, y la celebración de la Misa. «Para la procesión se había mandado venir de seis leguas alrededor los pendones y cruces, clerecía y cofradías, con danzas de los sexmos y pueblos, y todos acudieron al tiempo señalado… hubo 160 pendones y 104 cruces en total.  En perfecto orden, primero los frailes, luego la clerecía, y fieles, todos con velas, por último, el Cabildo, tomaron el santo cuerpo las dignidades más antiguas y canónigos que lo llevaron debajo del palio que llevaban el Corregidor y Regimiento y en procesión lo condujeron por la ciudad, descansando en pequeños tabernáculos que se habían levantado a propósito. La procesión duró de las ocho de la mañana a las dos de la tarde, con grandísima devoción y quietud, sin mezcla alguna de profanidad». Por la noche los clérigos velaron el cuerpo del Santo en la catedral hasta que se colocó nuevamente en su capilla.

«El miércoles, hizo la ciudad en el campo de San Francisco su fiesta de toros y juegos de cañas, (juegos ecuestres) que duraron desde el mediodía hasta la noche, fueron de las más alegres y suntuosas que se han visto por la variedad y riqueza de las cuadrillas, y de muy lindos caballos que de diversas partes se trajeron». Al día siguiente, jueves, no pudo representase la obra de teatro programada por no haberse terminado de instalar el escenario y graderíos. Se pospuso para el viernes, fiesta de la Natividad de la Virgen María, después de rezadas las Horas Canónicas y celebrada la Misa en la catedral, se representó la vida de San Julián por la compañía de Salcedo y Ríos. «Fue la obra la misma vida e historia del santo sin mezcla ninguna de entremeses ni profanidad, y fue de tanta alegría espiritual y de tanta devoción y ternura para los oyentes, que no debió haber ninguno que no acudiese con sus lágrimas a acompañar actos de profundísima humildad y caridad de santo»… «Al día siguiente, después de rezar Vísperas, los caballeros y gente principal de la ciudad, y muchos forasteros tuvieron una famosa sortija (probablemente se tratara de un espectáculo a caballo en el que con la lanza los jinetes ensartaban o descolgaban aros colgados en una cuerda) de muy graciosas invenciones y muy vistosas libreas».

«De esta manera se celebró y festejó la fiesta del glorioso San Julián, y con haber habido en tantos días cosas tan diversas no hubo cuestión, ni diferencia, ni pesadumbre, ni sucedió desgracia alguna, sino que todo se hizo a gloria de Dios con gran conformidad y paz en que se echó de ver eran movidos por el cielo a celebrar dignamente la fiesta y triunfo de tan glorioso santo».

Hecho en el Cabildo de la Catedral,16 de septiembre de 1595, por el Notario-secretario, Ioannes de Licasso.