Ahora sí que sí, sin solución de continuidad y como ese familiar deseado pero cuya llegada genera un pelín de incomodidad, el otoño comienza a desplegar ante nosotros la ya acostumbrada paleta de colores que engalanará durante semanas la ciudad. Durará lo que tarde en llegar el invierno y el frío, escondido tras cualquier esquina, aprovechará la mínima ocasión para sumir la ciudad en su letargo anual. Pero mientras que esto ocurre, y puesto que no se puede hacer nada, nos aferramos a cualquier motivo, a cualquier excusa para seguir manteniendo el pulso cultural de la ciudad. El pasado domingo el Teatro Auditorio José Luis Perales cumplía su trigésimo cumpleaños. Treinta años en los que se ha convertido en el buque insignia de la cultura conquense, albergando un sinfín de conciertos, obras teatrales, congresos…
Seguramente los más críticos pensarán que ha sido insuficiente y otros creerán que la programación, a lo largo de este tiempo ha sido espectacular. Seguramente todos tengan su parte de razón. Lo que es cierto es que la vida cultural de la ciudad hubiese sido muy diferente si no hubiésemos disfrutado de este recurso. Para celebrar el aniversario se hizo toda una demostración de músculo cultural de una capital que apostó por este recurso como forma de desarrollo, congregando un amplísimo elenco de artistas encima del escenario. El resultado fue sencillamente magnífico, aunque se echó de menos a grupos conquenses representantes de otras vertientes culturales diferentes a las mostradas en la gala. Brindemos, pues, por seguir coleccionando lustros con una programación mejor y mayor. Claro, que para eso hace falta dinero y eso ya es harina de otro costal. Y si hemos celebrado la actividad ininterrumpida del Auditorio durante estos últimos treinta años, debemos congratularnos por la irrupción en el panorama cultural conquense del Festival de Otoño, una de las citas más jóvenes que jalonan el año capitalino. Festival que ha calado hondo en la ciudadanía llenando el hueco existente entre las fiestas mateas y las fiestas navideñas. Han tomado las calles por derecho, convirtiendo cada fin de semana en una explosión de diversas manifestaciones culturales y, sobre todo, en una excusa para no apoltronarnos en la comodidad de nuestro hogar y seguir manteniendo las calles vivas.
Mientras todo esto ocurre, seguimos con problemas en los autobuses que se encargan de trasladarnos desde el punto A al B. Si el pasado verano se denunciaba públicamente que había varios vehículos que no estaban en condiciones para prestar su servicio, estas últimas semanas hemos contemplado, con sorpresa, cómo al menos un autobús de la cercana Valencia prestaba su servicio por las calles conquenses. No sé, quizá sea una manera de acercar la playa, aunque solo sea un poquito. Ironías aparte, seguramente haya sido la mejor solución (o la única) pero no deja de llamar la atención que esta sea la forma de arreglar un desaguisado que lleva tiempo incomodando la increíble aventura del transporte urbano conquense. Ojalá el otoño próximo siga siendo dorado por el color de las hoces y por un servicio de autobús acorde a los tiempos que corren.