En julio del año 1936, el anglocanadiense Alec Wainman (1913-1989), entonces un joven que vivía en la costa del pacífico de la Columbia Británica –la que descubrieron y cartografiaron los españoles–, se sobresaltó al conocer las noticias que llegaban de la lejana España y que turbaron en gran medida a un hombre pacifista, sin ninguna filiación política y que se consideraba y comportaba como un cuáquero. Quizás la visión de su posición humana e ideológica se podría matizar al saberse que antes de llegar a nuestro país había trabajado dos años en la embajada británica en Moscú y que sus actividades en España contaron con el visto bueno de dos agentes del Komintern comunista soviético.
Su reacción ante la contienda civil española que comenzaba no se hizo esperar y enseguida se apuntó como voluntario de la Unidad Médica Británica (BMU), lo que supuso el inicio de un viaje de dos años que marcaría su existencia. Así, en agosto llegó a España acompañado de su cámara Leitz Leica para captar todo aquello que su retina sensible se iba a encontrar en la fratricida contienda. Su formación como lingüista le permitió aprender el español en un tiempo relativamente corto, con lo cual pudo en todo momento relacionarse y comunicarse con los cientos de españoles a los que atendió y conoció.
Wainman comenzó su singladura por España en el caótico frente de Huesca como conductor de ambulancia, traductor y también agente de prensa. Sus fotografías describen con toda naturalidad la retaguardia y sus soldados, además de muchos campesinos y ciudadanos, hombres, mujeres y niños, que quedaron y vivieron en el bando perdedor.
Su paso por la Piel de Toro permitió al inglés capturar una increíble colección de 1.650 fotografías, de las cuales 210 son las que aparecen en el libro que su hijo Serge Alternes (pseudónimo de John Alexander Wainman) pudo rescatar, debido a un verdadero golpe de suerte, de su posible olvido y lógica desaparición.
Los negativos fotográficos de las fotos realizadas en España estaban guardados en una maleta de piel (como los de Capa, Gerda Taro o David Seymour), siendo recuperados cuatro décadas después por casualidad, y publicados en un hermoso y reconfortante libro titulado: Almas vivas. La Guerra Civil española en imágenes, en el que su autor consigue dar un auténtico y verdadero testimonio humano y también histórico con matiz político de lo acontecido, además de recuperar la figura de un padre que nunca olvidó a España ni a los españoles…
En el caso de las fotografías conquenses, Wainman llegará a tierras de Uclés en el verano del 37 y días más tarde a los Baños de Valdeganga. En Uclés retratará al gran poeta inglés Stephen Spender, asomándose a un balcón del hospital de Uclés y en Valdeganga de Cuenca su magistral ojo fijará las labores de los segadores conquenses en los campos circundantes de los famosos baños, o a los segadores haciendo una pequeña pausa en sus duras faenas, sin olvidar el pétreo edificio de los baños de Valdeganga, rodeado de un rebaño caprino con su pastor…
Alejandro Wainman escribió unas emocionantes y cándidas letras a su madre en 1937 cuando estaba siendo conductor voluntario de una ambulancia y ya se encontraba en Valdeganga de Cuenca: «¡Alejandro!, gritaba la gente del pueblo de Valdeganga mientras se precipitaban hacia mí… Cuando el coche se detuvo, los niños habían salido corriendo de las casas para ver quién había llegado. Parecía una escena del Flautista de Hamelín. Nos dieron a beber leche y nos hicieron regalos como pimientos rojos (¡ya sabéis cuánto me gustan!), peras, membrillos y un pollo… Acabo de volver a visitar el hospital de Valdeganga. Está muy bien llevado. Actualmente, tiene 70 pacientes convalecientes. Muchos de ellos aprenden a leer y escribir por primera vez, así como las chicas que se ocupan de las tareas domésticas. En breve, el personal del hospital abrirá una escuela para los niños que viven en las inmediaciones. De otro modo tendrían que andar varios kilómetros hasta el pueblo más próximo».