La primera noticia que tuve de esta maestra de Huete fue en el libro de Teresa Marín Eced, La renovación pedagógica en España (1907-1936). Los pensionados en pedagogía por la Junta de ampliación de estudios. Esta investigadora conquense buscó en los archivos del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas), a donde fueron parar los archivos de la Institución Libre de Enseñanza, de la que dependía la Junta de Ampliación de Estudios. Entre las noticias de esta prestigiosa institución, encontró que de los 1.594 pensionados, o beneficiados con becas de estudios para viajar a formarse en el extranjero, ciento setenta y una eran mujeres.
Entre ellas, esta maestra de Huete, Carmen Abela, que viajó primero a Suiza y luego a Bruselas, aprovechando sus vacaciones para hacer cursos en los centros europeos más prestigiosos. En Ginebra, realizó el curso Educación de anormales mentales y psicología experimental, en el Instituto J.J. Rousseau, donde se formó con los famosos pedagogos del momento, Claperade y Naville.
Más tarde, en Bruselas, tuvo de profesor a Decroly y realizó prácticas con Mlle Monchamp en establecimientos escolares para alumnos discapacitados, que en aquella época llamaban anormales. De todo ello dio cuenta en sus memorias, inéditas, pero muy elogiadas en su época. También en su correspondencia con los pedagogos españoles José Castillejo, Adolfo Posada y Mercedes Rodrigo. Los dos primeros son de sobra conocidos por los investigadores de la educación de este periodo, sin embargo, Mercedes Rodrigo, como ocurre con el resto de las mujeres de este periodo, es apenas conocida a pesar de la importancia de su trabajo. Carmen trabajó con ella en la educación de niños con capacidades deficientes, en proyectos conocidos con el nombre, que hoy resulta bastante incorrecto, de 'Educación de anormales'. Sentando las bases de un nuevo enfoque en un tema que se tenía abandonado en nuestro país.
Las becarias de la Junta de Ampliación de Estudios, en estas estancias de formación fuera de España, visitaron las universidades y centros educativos más avanzados internacionalmente y adquirieron una formación humana y académica considerable, muy avanzada para su época, sobre todo para las mujeres, algunas de la cuales era la primera vez que viajaban.
Algunas de las innovaciones educativas que aprendieron pudieron aplicarlas a su regreso. Para otras, hacían falta reformas sociales profundas que la República se encargaría de implantar, pero que se vieron interrumpidas por la guerra. Vieron, por ejemplo, que los medios más eficaces para evitar el absentismo escolar eran las ayudas sociales para los más desfavorecidos, ayudas que prestaban las autoridades educativas a las escuelas. Siguiendo estos ejemplos, algunas maestras crearon cantinas en sus centros educativos donde pudiera comer el alumnado que estuviera más necesitado o que viviera suficientemente lejos de la escuela para poder ir a comer a su casa. Asistieron a grupos de discusión y de trabajo de profesorado y los servicios de inspección, aprendieron a enseñar con proyectos, a respetar la libertad del alumnado, fomentar la capacidad crítica y valorar sus diferentes capacidades y ritmos de aprendizaje.
Las 171 mujeres que disfrutaron de estas becas vivieron austeramente, generalmente en casas de familias que las acogieron, o en grupos compartiendo gastos, ya que el nivel económico de los países a los que fueron era más alto.
Todas estaban obligadas a realizar una memoria de su trabajo durante el periodo que duró la beca o pensión. A algunas, además, la experiencia en el extranjero les sirvió para escribir ensayos, como Dolores García Blanco, o artículos en la prensa como Carmen de Burgos, Colombina, o María Lejárraga.
Carmen nació en Cádiz en 1875, hija de un modesto propietario y un ama de casa, estudió Magisterio en Guadalajara y ejerció de maestra en una escuela rural de párvulos, en Huete, de la que tomó posesión en 1910, en la que aplicó los métodos aprendidos durante su estancia en el extranjero con gran éxito. Durante la República reconocieron su labor docente con un premio por su atención a la diversidad.
Después de Huete, trabajó en Santander con alumnos de educación especial, aplicando una pedagogía colectiva correctiva con retrasados mentales. Sus experiencias quedaron en las memorias que hizo de su trabajo, pionero en su tiempo. Entre otras cosas hizo estadísticas y mediciones del nivel de aprendizaje y capacidades mentales. En su Memoria a la Junta, expuso la necesidad y los buenos resultados de enseñar a niños discapacitados con el método de lenguaje, canto y el dibujo.
Carmen Abela, como otras viajeras, aprovechó incluso las vacaciones para seguir aprendiendo y escribe: «No sé el tiempo que permaneceré en Ginebra, pero quiero ver alguna Colonia, que funcionan aquí de maravilla en este tiempo de vacaciones… Terminado el Cursillo en el Instituto Rousseau, empleé las vacaciones en visitar escuelas en plain air (al aire libre)…».
Los trabajos de estas pedagogas todavía permanecen inéditos en su mayor parte. La Junta les exigía una memoria de sus actividades que pueden consultarse en los archivos del CSIC. Las de Carmen Abela como sus cartas a los pedagogos citados, siguen a la espera de ser publicados. Pero aunque hoy no se conozcan en su tiempo fueron una gran aportación para la renovación educativa de personas con capacidades diversas.
Después de la guerra, tras un proceso de depuración, según su sobrina Federica Rojo, trabajó en la secretaria de la Escuela de Magisterio de Guadalajara donde continuó dando clases particulares de idiomas. Murió en esta ciudad en 1962, a los 87 años.