Javier Lambán se pegó un buen chapuzón de PSOE clásico la semana pasada en la presentación de su libro de memorias en Madrid. Allí estaba Emiliano García-Page y una parte importante de la plana mayor del socialismo castellanomanchego actual y actuante, con José Luis Martínez Guijarro y Juan Alfonso Ruiz Molina en la foto principal. Y estaban también Alfonso Guerra y Felipe González. Al poco tiempo, Felipe se fue a El Hormiguero de Pablo Motos a darle a Pedro Sánchez hasta en el carnet de identidad, y a Rodríguez Zapatero, al paso. Lambán, que ocupa puesto en el Senado desde que dejó de ser presidente de Aragón, se ausentó de la votación de la amnistia el pasado catorce de Mayo en la Cámara Alta y afronta una sanción de seiscientos euros por aquello de que en nuestro país, que algunos se ufanan de calificar una y otra vez de «democracia plena», los diputados y senadores son más bien «aprietabotones» a las órdenes de su partido y quien se mueva no va a salir en la foto y además le van a rascar su cuenta corriente
Lambán está en el Senado un poco en plan retirada, tras ser presidente de Aragón y formar con Emiliano García Page el dúo de la cuerda amarga dentro del actual PSOE, la encarnación de eso que han venido en llamar el "PSOE clásico", mucho más cerca de Felipe que de Zapatero, mucho más apegado a la socialdemocracia templada que a las aventuras diversas y poliédricas del sanchismo que finalmente sabemos que es una pura ambición personal dispuesta siempre a lograr la cuadratura del círculo con pactos inverosímiles. El caso es que el efecto Lambán puso en formación a ese PSOE clásico antes de que el Congreso apruebe definitivamente la ley de amnistia, una votación que se producirá al tiempo que el Corpus Christi recorra las calles del casco antiguo de Toledo.
Será entonces cuando previsiblemente el Congreso dará su sanción definitiva a la ley más polémica y extraña de todas cuantas ha aprobado el Poder Legislativo en todas las décadas que llevamos de la actual democracia. Una ley que borra la pena de los que hoy dicen que no se arrepienten de nada y que en su agenda más inmediata está volverla a liar. Los catalanes les hacen cada vez menos caso, eso sí, pero su fanatismo y enrocamiento continúa, y son los siete diputados que necesitaba Sánchez para continuar en el poder los que votarán a favor de una ley que permitirá volver a España y ejercitar todos sus derechos ciudadanos a quien salió huyendo en un maletero mientras otros se comían el marrón merecido y consecuencia de haber quebrado brutalmente la legalidad democrática
A todo esto asiste el PSOE con voces discrepantes, como la de Emiliano García-Page, que muchos esperan que en el futuro se concrete en algún hecho de gran o más calado, o gestos como los de Javier Lámban, que incluso podía haber preferido el voto negativo a la ausencia. Y luego están Felipe y Alfonso pululando por televisiones y presentaciones de libros, voces que no dejan de ser pretéritas sin poder real en este momento, moscas cojoneras, testimonios de un pasado que distrae un presente con poca vuelta de hoja y futuro imprevisible, y nos ponen ante la certeza de que o en España se levanta una izquierda dispuesta a combatir el independentismo por tierra, mar y aire, como dice Lambán, o el difícil equilibrio logrado en la Constitución de 1978 no será sostenible en el tiempo.
Ese es el debate de fondo que Javier Lámban con su modesta rebelión en el Senado pone sobre el tapete una vez más. Una rebelión demasiado frágil para que realmente origine en España una toma de conciencia sobre la necesidad imperiosa de que la izquierda señale al independentismo como lo que realmente es: lo más regresivo y reaccionario que existe en nuestra democracia, lo que atenta de forma frontal contra el principio básico de la igualdad entre personas y territorios. El efecto Lambán se nos ha quedo estos días en la estela de Felipe González dándole a Motos una noche de gloria en El Hormiguero. No es suficiente. Por más importante que haya sido González en la historia moderna de España, hoy no es un agente político actuante y con capacidad de decisión. Es un opinador de lujo, brillante, influyente, nada más. Y Javier Lambán es un político en retirada que desde el Senado ha marcado un pequeño gesto de disidencia. Seguramente necesitaremos jornadas de una mayor contundencia