Juan Espina y Capó fue, sin duda, uno de los grandes grabadores y acuarelistas pioneros españoles del pasado siglo. También fue un destacado pintor de paisajes españoles nacido en tierras madrileñas y que enseguida sintió su pasión por el arte, siendo becado muy joven para marchar a París para ampliar estudios y conocer de primera mano el ambiente artístico de la capital gala.
Regresó a España y debido a sus ideales políticos participó en los sucesos del cuartel de artillería de San Gil, en el que las tropas se amotinaron para derrocar, en 1866, la monarquía isabelina. El rotundo fracaso de la intentona y su posterior represión judicial y militar hicieron que Juan Espina y varios de sus hermanos escapasen inmediatamente y se escondiesen en la Serranía de Cuenca.
Su huida a tierras conquenses le salvó de ser fusilado y, afortunadamente, con la amnistía que se promulgó para los civiles involucrados en la revolución, se le permitió volver a su vida de formación artística e intelectual. Vuelve a Madrid y allí ingresa en la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, teniendo como maestro al ilustre paisajista Carlos de Haes, del que será un destacado discípulo.
Su vuelta a la actividad política y social le provocará de nuevo problemas, huyendo al norte marroquí. A partir de aquí se asentará y conseguirá infinidad de premios y reconocimientos por sus destacadas obras pictóricas fundamentalmente paisajes, que al decir de los críticos de arte se convertiría en uno «de los mejores paisajistas españoles de todos los tiempos».
Juan Espina, después de descubrir Cuenca en su juventud, cayó enseguida en el poder de atracción pictórica de nuestra acrópolis y de sus paisajes que quedaron plasmados en varios lienzos firmados por el madrileño.
Federico Muelas, que siempre estuvo muy atento a los pintores que llegaron a nuestra ciudad, a veces atraídos por él mismo, destacó de Juan Espina y Capó su calidad como dibujante y su frescura de trazo, pero sobre todo intuyó en él, respecto a otros artistas, ser el pintor que como nadie supo advertir la sutileza de la atmósfera conquense. Muelas, en una crónica para el diario madrileño Pueblo de 1956, recordaba que «un excelente pintor contemporáneo –Espina y Capó–, que fue de los primeros en el descubrimiento pictórico de Cuenca, solía decir que la dificultad máxima del que se sentaba frente al paisaje conquense con ánimo de llevarlo al lienzo estribaba en la inexistencia del aire... Quería decir que era tan absoluta la limpidez del cielo de Cuenca, tan sin brumas, que la claridad de los últimos planos contendía en el interés del espectador con los primeros, ocasionando una paradójica oscuridad por exceso de claridades».
Casas Colgadas. Espina y Capó, como muchos otros pintores que visitaron Cuenca las primeras décadas del pasado siglo, trasladó a su lienzo sobre caballete la pintoresca y recortada silueta de las Casas Colgadas; las pintó con su maestría del experto paisajista que busca las líneas claras y la luminosidad de la puesta de sol crepuscular, en la que busca «la sutil percepción de la atmósfera, ese aprehender el aire limpio, puro, que otorga las líneas remotas…».
Otro de los lienzos que el pintor madrileño pintó en Cuenca fue el titulado Claustro de los Descalzos, que plasma el convento y atrio de los Descalzos cercanos a la Ermita de Las Angustias, y que como apareció pocos años antes en una fotografía de Sollmann en La Esfera, apenas había cambiado la fisonomía y los altos y frondosos árboles que rodean a la cruz de piedra… El estilo de la obra es mucho menos luminoso que en las Casas Colgadas pero tienen el sello del maestro que domina la técnica paisajista, en un óleo realista con una paleta menos cromática y sin tanta luminosidad, que refleja en parte la imagen algo melancólica de aquella Cuenca.