En el mundo de la Semana Santa, hay un trabajo que a menudo queda en las sombras, invisible a los ojos del público, pero esencial para que las imágenes mantengan su esplendor: el del vestidor de vírgenes. Un vestidor no es simplemente alguien que se encarga de vestir a las figuras religiosas en las procesiones, sino que su labor implica arte, dedicación, devoción y, sobre todo, un profundo respeto por la tradición. Es un trabajo que trasciende las festividades religiosas, convirtiéndose en una pasión constante, un arte que no se aprende en las aulas, sino en la experiencia, el ensayo y la observación. Guillermo Martínez es un ejemplo vivo de ello, un hombre cuya vocación por vestir vírgenes va más allá de su profesión principal como maestro de inglés. En su tiempo libre, se dedica con fervor a esta labor artística y espiritual, convirtiéndose en un personaje clave dentro de la Semana Santa de Tarancón, donde se siente reconocido por su trabajo.
Guillermo Martínez, originario de Cuenca, encontró en Tarancón su verdadero hogar para su pasión por vestir imágenes, especialmente las de la Virgen María. Aunque su trabajo le exige mucho tiempo, afirma: «Adoro mi profesión, pero mi verdadera devoción está en el vestir imágenes, especialmente las de la Virgen María, ya sean de pasión o de gloria». Este oficio, que incluye la creación de tocados y mantos, no se aprende de forma formal, sino que se aprende «viendo, practicando, y sobre todo, con mucho amor por el arte y la devoción», como señala.
Una de las tallas que viste Guillermo es la Virgen de la Salud de Tarancón - Foto: G.M.
Aunque el trabajo de los vestidores a menudo no recibe el mismo reconocimiento que el de los imagineros, Guillermo destaca que en Tarancón ha encontrado hermandades que valoran su labor y le permiten ser creativo. «Aquí me siento valorado, mis propuestas son siempre bien recibidas, y las hermandades me dan la libertad artística que necesito», afirma con esperanza.
Ser vestidor, según Martínez, no es solo una habilidad técnica, es un trabajo artístico donde la inspiración, la historia del arte y la observación juegan un papel crucial. Se considera autodidacta y valora la formación continua. «Observar, leer sobre arte, ver trabajos de otros vestidores e imagineros, eso me ayuda a mejorar e innovar». Cada imagen requiere de una «adaptación única», teniendo en cuenta su esencia y las prendas disponibles, lo que convierte cada labor en un desafío.
A pesar de la dedicación que requiere, Guillermo no espera grandes emolumentos económicos. «Este trabajo no está remunerado como se debería», confiesa. «Las gratificaciones apenas cubren los gastos, aunque mi verdadera recompensa es el cariño de las hermandades y la satisfacción de ver cómo la Virgen cobra vida gracias a mi trabajo». Para él, el futuro de la profesión pasa por un mayor reconocimiento, tanto económico como dentro de la comunidad cofrade. «Espero que se reconozca la importancia de los vestidores como una parte fundamental del patrimonio religioso y artístico».
Dentro de la Semana Santa, Guillermo Martínez se ha convertido un artista que eleva la belleza de las imágenes, dotándolas de un toque único y personal. Su devoción, su arte y su dedicación hacen de él una figura indispensable en la Semana de Pasión, una tradición que vive en él durante todo el año.