La Navidad en Hamburgo

Almudena Serrano
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La Navidad en Hamburgo

En el año 1839, se publicaron en España, en la prensa oficial, las impresiones de E. Robert acerca de la celebración del día de Navidad y del Día de Añonuevo en Hamburgo. Un texto en el que, con gran detalle, nos invita a saborear el tiempo cercano de la Pascua de Navidad, a conocer las vivencias, preparativos, escenarios, comidas, cenas, dulces, compras, juguetes, regalos… en definitiva, los festejos alrededor de tan señalada fecha que él vivió como invitado en una casa de aquella gran ciudad.

En Alemania «el día de los aguinaldos es el que corresponde a nuestro primer día del año, pero aquí es particularmente una fiesta propia de niños». Como ineludiblemente sigue ocurriendo, el comercio cobraba un destacado protagonismo: «Quince días antes mudan de aspecto todas las tiendas de la ciudad. En ellas se ponen a la vista los productos fabricados en todos los países, y sobre todo un gran número de objetos preciosos, productos de la industria del mismo Hamburgo. Establécense numerosas tiendas en las calles y plazas públicas, y en ellas se ven frescos y flemáticas holandesas a quienes les faltan manos para hacer pasteles que son devorados apenas salen del fuego».

La familia tenía un singular papel en las fiestas, porque se veía «por doquier familias de todas las clases, de 10 a 12 personas a la vez ir a visitar los almacenes. En fin, las 106 mil almas que encierra Hamburgo no tienen, por decirlo así, otro pensamiento que el de tomar parte en esta gran fiesta de la familia».

El día de Navidad, iluminado con el espíritu de la bondad, era una fecha bien destacada en el calendario para los hamburgueses, que estaban deseando entregarse a la celebración: «La mañana es aún muy agitada, pero sobre las cinco de la tarde cesa, como por encanto, aquella gran circulación de personas y de carruajes. Ya no hay nadie en las calles, todo el mundo se halla reunido en familia, desde el más pobre hasta el más rico. Los teatros, cafés y tiendas cerraban sus puertas, y así, todo quedaba en silencio después del bullicio, mutismo callejero sólo interrumpido de tiempo en tiempo, ya por el sereno (der natchwatcher) que grita la hora, ya por las sonatas un tanto fúnebres que varias cuadrillas de músicos ejecutan debajo de las ventanas para obtener alguna recompensa pecuniaria. Mezcla es esta de gozo y de tristeza tan heterogénea como la costumbre alemana de comer los asados y la ensalada mezclados con dulces y confituras».

Sin embargo, el ambiente era muy distinto en las casas hamburguesas, porque «detrás de un triple muro de dobles ventanas y cortinas, se halla concentrada toda la vida de Hamburgo».

En ellas, se encontraban reunidas las familias «y los niños aguardan impacientemente la apertura de la pieza que encierra los juguetes y regalos». Justo después de comer o antes de cenar comienza la celebración, que tenía varias partes: «sobre una mesa se eleva un bonito árbol reverdeciente o una pequeña cuna formada con sus ramas reunidas y cubiertas de una infinidad de bugías de todos colores encendidas. De las ramas están suspendidas frutas y toda clase de dulces y especialmente pasteles rellenos de conserva».

Según establece la tradición navideña «al pie del árbol y sobre la mesa se ven colocados todos los regalos con el nombre de aquellos a quienes de destinan».

Un detalle del significado de los árboles de Navidad era que «aún cuando no se tengan niños en la familia, el árbol verde, ordinariamente rematado por una cigüeña blanca, nunca deja de erigirse como un símbolo de paz».

En el festejado día del Nacimiento de Jesús, desde luego, no faltaban las bebidas. Singular relevancia tenía el vino: «en este día se hace un inmenso consumo del espumoso vino de Champagne». Acompañando a este licor, se servían en todas las «mesas ricas» carpas, puesto que la costumbre mandaba tomar este pescado, sobre todo en la cena. Los excesos en la comida terminaban con la salud algo afectada: «este día lo es también de indigestiones para los niños, a quienes, lo mismo que en nuestro país, se les atraca de bombones y pasteles para celebrar la fiesta». 

En su relato navideño, E. Robert resalta que esta fiesta que «no tiene ninguna relación con la manera de santificar el nacimiento de Jesucristo entre nosotros, debe dejar una profunda impresión en el ánimo de un extranjero».

Sin embargo, la fiesta no terminaba ahí. Las tiendas permanecían cerradas durante tres días, en los que se seguían celebrando «grandes comidas en que abundan los vinos del Rhin y de Champagne, éste debe sucumbir necesariamente al lado de aquel, que se presenta rodeado de hielo».

Le llamaba poderosamente la atención al escritor que Hamburgo, de ordinario con un ambiente tan estrepitoso por el comercio que se desarrollaba en la ciudad, junto a las operaciones de la Bolsa, «está sin vida, sin circulación…».

No entendía muy bien la costumbre de que aquella monotonía se viera aumentada por cuadrillas de músicos que se detenían «delante de cada casa para ejecutar sonatas de cánticos sagrados o del de profundis: lo que agrada mucho a los hamburgueses, que son muy aficionados a la música».

En aquellas jornadas de festejos, no faltaban en las casas los juegos y bailes: «un baile en Hamburgo antes de la cena, se compone 1º de un vals que equivale por su celeridad a una galop francesa; 2º de una contradanza, 3º de una verdadera galop, en la que se rueda un trompo; 4º de un cotillón, baile que se compone casi enteramente de valses, y que dura con frecuencia dos y aun tres horas. Nada hay más fatigoso en el mundo que esta danza».

A las once de la noche se servía la gran cena: cabrito asado y «la famosa carpa ocupó también su lugar en la mesa». Pero faltaba algo más. Pasada la media noche, en la casa en que Robert fue invitado a pasar aquellos días, «se abrieron repentinamente las dos hojas de la puerta de la sala y aparecieron tres serenos, que, entrado gravemente con la gorra puesta y el chuzo en la mano, gritaron: ¡la primera hora del nuevo año acaba de sonar...! La señora de la casa les hizo dar una gratificación».

Después de la cena, se seguía bailando vals y sobre las dos de la madrugada todos se retiraban, «extenuados de cansancio y traspirando como si se saliese de un baño ruso. Así, nada es más común que ver a muy lindas jóvenes sucumbir a afecciones de pecho un año después del baile».

Al día siguiente, la animación volvía a las calles, que se llenaban con personas que salían de sus casas «cantando alegremente. El frío era excesivo y la luna difundía una claridad deliciosa. El Alster, que parece en invierno una vasta plaza pública rodeada de árboles, estaba cubierto de miles de aficionados a correr patines que se divertían en tan peligroso ejercicio. También lo practicaban gran número de señoras, y la mayor parte desplegaban en él grande audacia y extremada destreza».

Se acercan días de celebraciones navideñas. Tal vez, estas líneas sirvan para recordar tiempos pasados y escenas familiares que, quienes tenemos una parte importante de la vida recorrida, cada año inmortalizamos en nuestra Navidad.