Bajo el título de Lucas Aguirre y Juárez, el filántropo discreto (1800-1873) la figura de este empresario y mecenas conquense, fundador de las Escuelas que con su nombre se ubicaron, además de en la propia Cuenca, en Siones y en Madrid, esta última en funcionamiento hasta 1971, e impulsor del movimiento pedagógico del krausismo, será rememorada este martes, en este año en el que se cumple el ciento cincuenta aniversario de su fallecimiento, por el historiador y actual director de la Real Academia Conquense de Artes y Letras Miguel Jiménez Monteserín. Enmarcada en el ciclo de actividades cara al público de esta corporación la charla sustituye a la en principio programada sobre el poeta Fernando Pessoa que, por razones de agenda de quien la iba a protagonizar, el escritor y académico correspondiente de la propia Racal Amador Palacios, se aplaza para la programación del próximo trimestre. Será, cual de costumbre, a partir de las ocho de la tarde en el salón de actos de la institución académica en su sede de la última planta del edificio de las antiguas Escuelas de San Antón en nuestra capital, con, como siempre, entrada libre y gratuita.
Un compromiso con la educación popular. Un siglo y medio ha transcurrido desde la muerte de Lucas Aguirre y, dado que su nombre todavía supone una cotidiana referencia en la ciudad de Cuenca, a la RACAL le ha parecido oportuno recordar el evidente compromiso asumido por él con la educación popular manifiesto a través de su herencia material. Vivió mientras el liberalismo se abría camino con enormes dificultades en España a lo largo de los tres primeros cuartos del siglo XIX, el tiempo de la burguesía revolucionaria Siguiendo el ejemplo paterno, se adhirió pronto al ideario político liberal en el ámbito progresista y lo defendió entusiasta con las armas arriesgando vida y fortuna integrado en la Milicia Nacional. Hijo de un mercader ambulante de origen burgalés afincado en Cuenca, las nuevas circunstancias políticas facilitaron el éxito económico de la familia y el próspero comercio les permitió adquirir fincas desamortizadas en la capital y en diversos lugares de la provincia y fueron también dueños del servicio ordinario de diligencias que unía Cuenca con la Villa y Corte madrileña, un logrado acomodo material que iba a contrastar con la reiterada visita de la muerte a los suyos que al cabo le llevó a quedarse solo. Quizá para apartarse de tan infeliz circunstancia decidió mudarse a Madrid, desde donde siguió ocupándose de sus diversos negocios. Burgués ejemplar, sobrio y retraído, es muy posible que frecuentara en la capital las tertulias políticas de signo progresista y no sería ajeno tampoco a los debates acerca de la mejora educativa a todos los niveles que entonces se daban en aquellos medios.
Convencido como estaba de que erradicar el masivo analfabetismo de las gentes era una de las claves del cambio social imprescindible en una sociedad anclada en el conservadurismo inmóvil y consecuente con ello quiso paliar en la medida de sus fuerzas la miseria que apartaba de la escuela a los pobres e hizo a estos herederos de sus bienes, mandando construir y sostener con su legado tres escuelas gratuitas, una en Madrid, donde falleció, Cuenca, su lugar de origen, y Siones, el pueblecito de la provincia de Burgos donde había nacido su padre. Muchos niños y niñas adquirieron allí los recursos culturales imprescindibles para poder manejarse en el duro mundo laboral de entonces durante un siglo. La deficiente administración del patrimonio fundacional a lo largo del tiempo, unida a un contexto educativo en el que prevalecería la gestión pública, terminarían acabando con aquel proyecto solidario y laico recordado aún por los edificios donde maestros y alumnos trabajaron a su amparo.