Permítame una confesión personal, que es todo un indicio: llevo años hablando de política en las redes sociales y nunca había tenido tantas respuestas como en las últimas horas ante dos cuestiones no necesariamente -o sí- 'políticas': una, cuando pregunté a mis seguidores si ellos irían a uno de los tres primeros restaurantes españoles del mundo, y si alguna vez habían visitado alguno de ellos o similar. La segunda, cuando me interesé por saber si ellos acudirían al rezo del santo rosario, este sábado de reflexión y el domingo de votación, en una iglesia junto a la sede del PSOE en Ferraz. A lo primero, muchos me han respondido hablando de las sin duda lacerantes desigualdades económicas que vivimos en España. A lo segundo... maaadre mía, qué respuestas he recibido ante lo segundo.
España, o al menos la España de los cenáculos y mentideros, va bien. Ya ve usted, el país está que estalla por sus costuras, sin una mesa libre en un restaurante –incluidos los carísimos 'top ten'- , ni un cuarto en un hotel. Repito: España va bien, que decía Aznar. En cierto sentido, de acuerdo: no comparto la actitud interesada y sectaria de esos cenizos que cada día aseguran, contra el FMI y los datos del paro, que nos vamos al garete.
Pero, al tiempo, este es un país que vive un estado de crispación extremo, no tanto, ahora, ante la votación del domingo, que también, cuanto a lo que se refiere a todo lo que vaya a ocurrir el lunes, a saber: reunión del gobierno de los jueces, en momentos de máxima confrontación, a cuenta del 'caso Begoña Gómez', entre los poderes Ejecutivo y Judicial. Y, más importante aún, desde luego, la constitución del Parlament catalán, acto en el que es previsible un desafío a la orden del Tribunal Constitucional que trata de impedir votar a quien no esté presente, es decir, Puigdemont y compañeros mártires huidos.
La cosa, al margen de lo que significa desobedecer al máximo Tribunal, tiene su miga: no olvidemos que, de quien resulte 'elegido', ejem, presidente del Parlament dependerá que el ganador de las elecciones catalanas, Salvador Illa, pueda o no resultar investido como president de la Generalitat. Y, por tanto, dependiendo de la reacción del aspirante a molt honorable president Carles Puigdemont, el Gobierno central de Pedro Sánchez podría quedarse sin apoyos en el Congreso, precipitando quizá su caída. Esto, condensado en un solo párrafo, toma ya.
Pero claro, antes está la votación de unas elecciones teóricamente europeas, emocionantes porque las encuestas subterráneas siguen aproximando a los dos grandes e irreconciliables contendientes, el PP y el PSOE. Y aún antes, la jornada de este sábado, absurdamente dedicada -la cantidad de cosas absurdas que perviven en nuestra normativa electoral, Dios mío- a eso que se llama reflexión. No sería la primera vez que la pureza reflexiva de la jornada se pone en entredicho, desde luego; pero es la primera vez que la polémica sobre la legalidad o no de una acción 'electoral' se centra en el rezo del santo rosario... casi ante la sede central del PSOE en la madrileña calle de Ferraz.
No recuerdo que esto tenga un precedente cercano o lejano. Claro que casi nada de lo que hay montado en torno a la peculiar -¿la llamamos así?- política española tiene precedentes: llegamos a las elecciones en plena polémica sobre si el principal huído del país, el hombre que quiso fraccionar el Estado, podrá o no entrar en tierras catalanas en las próximas horas, y qué clase de maremoto se producirá si lo hace, porque la ley de amnistía aún no habrá empezado a surtir efectos. ¿Le detienen?¿No? Y suma y sigue, más madera: el incendio a cuenta del 'caso Begoña Gómez' ha llegado a la Universidad más emblemática del país, la Complutense, a la Guardia Civil, a la empresa estatal de transformación digital y a media docena de empresas privadas, para no hablar de un par de ministerios y varias instituciones.
Y ahora, allá vamos, y la polémica que no cesa se centra hoy en la pertinencia o no de rezar un 'rosario preelectoral' del que quién sabe qué puede surgir más allá de pedir 'allá arriba' por el bien de nuestra patria, entre otras gracias que se impetran para las buenas gentes de esta nación. ¡Virgen Santa!¡Ave María! Ya nos lo decía Machado: España de charanga y pandereta, devota de Frascuelo y de María... Y conste mi respeto por todo ello, Frascuelo incluido; lo mismo que, por ejemplo, por las instrucciones judiciales y las investigaciones de la Guardia Civil. Naturalmente, todo ello por su orden y en su momento, no digo más. Menudo atracón de emociones –y no me refiero a los 'top restaurants'- nos vamos a dar.