Miguel Romero

CATHEDRA LIBRE

Miguel Romero


Procrastinación

10/06/2024

Cada día aprendemos algo nuevo. El léxico español es de los más ricos en variedad y novedades y nos los demuestra con un elevado número de términos-palabras cuya lectura interpretativa no suele estar muy acorde con el significado que tienen.
Una de ellas es Procrastinación, vocablo de origen latino y conformado por dos términos: pro y crastinus, el cual nos define un hábito o acción en la que los individuos que la ejercen tienen por costumbre, retrasar la puesta en escena de actividades o situaciones que deberían atenderse y lo "dejan para el último momento".
Se ha hecho viral el tema de "vivir al día" y dejar las cosas para el final, a veces tan al final que en muchos casos ya no tiene remedio o solución.
No hay duda que tiene una explicación. Aquellas personas que habitualmente lo ponen en práctica suelen tener un mal manejo emocional, según un estudio de la Universidad de Otawa, cuyos investigadores opinan que "es un acto que aminora el estado de ánimo negativo, generado por la tarea impuesta antes de resolver dicha tarea". Sin duda, su práctica habitual tendrá costos en base a esos objetos destructivos medibles en nuestra salud mental y física, estrés crónico, angustia general psicológica y baja satisfacción con nuestra vida con síntomas de depresión y ansiedad.
Lo cierto amigos, es que vivimos en un mundo sin control y con demasiados riesgos afectivos; además, la exigencia desmedida dentro de los mecanismos socio-culturales te generan demasiada presión y el cuerpo humano, por mucho ejercicio físico que realice, sigue estando expuesto a los mecanismos negativos de tiempo, espacio, regularidad, alimento y ocio.
Esa razón y algunas otras, llevan a un elevado número de gente a Procrastinar, a no responsabilizar sus mecanismos de vida hasta el momento último, provocando con ello, nervios para el receptor o para quien debe de recibir la parte opuesta a tu actividad o resolución. ¿Cómo cambiar los malos hábitos actuales? Difícil, sin duda. Y me queda para el final esa eterna pregunta: ¿Verdaderamente, lo intentamos?