Nada se le escapa

Manu Reina
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Manuel Cantero conoce a la perfección cada rincón de la Fundación Antonio Pérez y no pierde de vista a cada uno de los visitantes y turistas

Nada se le escapa - Foto: Manu Reina

Nada se le escapa. Tiene siempre todo bajo control y mantiene el orden en la Fundación Antonio Pérez (FAP). Es conocedor de cada rincón y sala del edificio y no pierde de vista a cada uno de los visitantes y turistas. Es una labor difícil por lo que se apoya en 36 cámaras para cubrir prácticamente todos los ángulos del museo. Al fin y al cabo, es esa su función. Es también el encargado por decisión propia de dibujar una sonrisa en el rostro de cada turista que entra por la puerta y en ayudar a cada uno en todo lo que esté en sus manos. Así lo lleva haciendo desde que la propia FAP iniciara un bonito camino hace ya 25 años. Y es que Manuel Cantero es desde los orígenes el vigilante de seguridad de este emblemático espacio de la cultura conquense, que recibe cada año miles de visitantes.

Como en cualquier espacio público y privado, es importante actuar siempre con civismo. Hay 23 salas abiertas al público, aunque en verdad son 35 las que fraccionan el edificio, que en su día fue un convento de clausura del siglo XVII. Manuel es el encargado de que así sea, aunque «la inmensa mayoría de la gente que viene tiene una educación maravillosa». No obstante, para aquellos que no cumplen las normas recurre siempre «a la mejor herramienta que es la labia y la comunicación».
Cantero, que agradece la predisposición de turistas extranjeros para entenderse entre ellos pese a no dominar el mismo idioma, recuerda que hace una década y media sufrió el episodio más violento. «Nada más entrar por la puerta ya intuí que el pequeño que acompañaba a su madre iba a dar más ruido de la cuenta». Lo primero que hizo fue atender a la madre y explicarle la necesidad de completar la visita con civismo. «Al poco de pasar por las salas empecé a escuchar ruido», detalla. Al acercarse y recriminar por segunda vez a la mujer, «ella me sobresaltó con las manos en forma de garra, aunque por suerte todo se quedó en un susto». Ella se excusaba en que «yo estaba persiguiendo a su hijo por el museo pero, evidentemente, era todo mentira». Finalmente, esta visita quedó en una «mera anécdota, pero sí que hubo segundos de tensión».

Por suerte, el vigilante de seguridad, que disfruta como un niño cada vez que comienza su jornada laboral, asegura que «nunca han robado nada» y explica que «tengo una gran responsabilidad por el puesto que ocupo porque soy quien custodia un tesoro con un valor incalculable». Existe un poco de presión porque la FAP aguarda adoradas obras de distintos autores que Antonio Pérez ha dado acogida. Manuel incide en que, «hasta que no acaba el turno y compruebo que no falta nada, no me quedo totalmente tranquilo». Eso le hace «cerrar las puertas de forma tranquila y marcharme muy satisfecho a casa».   

Tocar. El vigilante concreta que hay dos normas que no se cumplen «normalmente» en la FAP. La primera de ellas es que a la gente «le gusta mucho tocar, hay muchas personas que vienen y les encanta tocar, que es algo que no se debe de hacer». Manuel avisa a los visitantes, que llegan de todos los rincones del planeta, que «nada es táctil, por lo que no se puede tocar con los dedos». El segundo incumplimiento es que «muchos aprovechan la llegada al claustro para fumar, que es algo que está totalmente prohibido». Cuando este vigilante les soprende, los infractores «lo apagan rápidamente». Hasta la fecha, nunca ha tenido que llamar a la policía porque siempre ha podido resolver él mismo las incidencias. 

Otra de las curiosidades es que «alumnos de arte llegaban al museo para colocar sus pequeñas obras entre las colecciones». Manuel no da crédito a esta tendencia llamada «intervenir». «Buscaban cualquier rincón para situar sus obras junto a las de grandes autores, algo que tampoco se puede hacer». El guardián de la FAP reconoce que «me ha tocado recogerlas todas» y desvela que «Antonio Pérez ha visto muchas de ellas e incluso ha valorado positivamente algunas».
Manuel tiene 58 años y afronta sus últimos siete como vigilante de seguridad de la FAP con «una enorme ilusión porque me encanta mi trabajo» y confía en que en la recta final de su vida laboral «sea igual de tranquila». También seguirá respondiendo a todos los que le preguntan por Antonio Pérez y continuará trabajando para dar a conocer este «gran desconocido, porque hay gente que viene a Cuenca y no sabe todo lo que puede disfrutar en todas nuestras salas».